La canciller Elena Vernham lleva sin salir de palacio demasiado tiempo. Esto la ha vuelto cada vez más paranoica e inestable. La canciller comienza entonces a recurrir a un volátil soldado, Herbert Zubak, al que utiliza como su confidente. Pero a medida que crece la influencia de Zubak sobre la canciller, surgirán algunos recelos y en palacio habrá quienes conspiren para manchar la imagen del soldado ante los ojos de la canciller. Mientras Elena trata de ampliar su poder, las fracturas y desacuerdos empezarán a hacerse patentes, y surgirán además operaciones controvertidas con las que hay que lidiar.