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    Llega 'La chispa de la vida' de Alex de la Iglesia

    En su última película el ex presidente de la Academia de Cine Española decide cargar contra la miserable sociedad del espectáculo existente en España. No es la primera vez que el cine se acerca a criticar dicha práctica, grandes cineastas como Billy Wilder, Sidney Lumet o Bertrand Tavernier ya lo hicieron en su momento.

    En 'El gran carnaval (Ace in the Hole)', película dirigida por Billy Wilder hace ahora sesenta años, el reportero al que daba vida Kirk Douglas encontraba la oportunidad de su vida cuando un minero se queda atrapado en un túnel. Era la primera diatriba que, desde el mundo del cine, se hacía de la sociedad del espectáculo: el reportero se convertía en instigador de la noticia –en la película, el inefable periodista retrasaba al máximo el rescate dando como resultado la muerte del minero-,  explotando el lado más morboso de la historia, aprovechándose del sufrimiento de los demás en beneficio propio. Era 1951, nueve años antes de que Federico Fellini estrenara 'La Dolce Vita (La Dolce Vita)' (1960), convirtiendo el nombre de uno de sus protagonistas –el fotógrafo Paparazzo- en todo un emblema del periodismo contemporáneo: el de los reporteros a la caza de exclusivas, seres amorales capaces de rebajarse hasta el mismo cieno con tal de conseguir la fotografía comprometida del famoso de turno. Hablamos, claro, de los "paparazzis".

    Decía Woody Allen en 'Celebrity' (1998) que se puede aprender mucho de una sociedad en función de qué personas decide encumbrar como famosas. La fama, ese término tan depauperado, que a día de hoy se reduce a todo aquel que consiga aparecer, aunque sea brevemente (los 15 minutos de Warhol son una exageración en la era de las redes sociales) en televisión (o, en su defecto, en un ocurrente video de YouTube y otras plataformas de video similares). ¿Y qué hay que hacer para salir en televisión? ¿Qué hay que hacer para conseguir la fama?

    En el fondo, por más que nos quejemos, tenemos los famosos que nos merecemos. Lo que es extrapolable a decir que tenemos la televisión que nos merecemos. Si la gente no viera nefastos y/o ridículos programas como "Sálvame" o "La noria" o "El gato al agua" o "Mujeres, hombres y viceversa" o "Más allá de la vida" o "Enemigos íntimos" o todos aquellos subproductos derivados del fenómeno de "Gran Hermano", estos dejarían de emitirse. Porque la televisión no es diferente a cualquier otro mercado y mientras exista demanda, habrá de existir una oferta. Aunque esta sea la denominada como "telebasura"; un término, no nos olvidamos, ya acuñado para la Tele 5 de las Mama Chicho y "Las noches de Gil y Gil".

    Billy Wilder no fue el primero, pero sí el más certero (y el más moderno). Desde entonces el mundo del cine ha abordado desde todo tipo de ángulos la perniciosa decadencia de la pequeña pantalla de rayos catódicos (por aquél entonces: ahora todo es píxel y televisiones sin culo). Sidney Lumet –'Network, un mundo implacable (Network)' (1976), donde un presentador anuncia su suicidio en directo para subir audiencia-, Bertrand Tavernier –'La muerte en directo' (1980), donde Harvey Keitel se instala una cámara en la retina para filmar la decadencia y muerte de Romy Schneider-, Peter Weir –'El show de Truman (The Truman Show)' (1998), donde un hombre vive atrapado inconsciente en un mundo ficticio filmado las 24 horas del día- y, más recientemente, la mini serie de televisión 'Black Mirror' –creada por Charlie Brooker, responsable de 'Dead Set: Muerte en directo (Dead Set)', que ya fusionaba el mundo zombi con los programas tipo 'Gran Hermano'-, donde en su segundo capítulo (de nombre "Fifteen Million Merits") se planteaba un futuro distópico donde toda la humanidad se hallaba esclavizada para fabricar más energía (con bicicletas estáticas) para así poder seguir interactuando con sus programas de televisión/internet favoritos…

    De ahí que la llegada a nuestra cartelera de 'La Chispa de la Vida', tampoco venga a aportar nada nuevo a lo ya conocido: el circo del espectáculo televisivo español –aquí representado por un programa presentado por Jorge Javier Vázquez llamado "Rumore, rumore"- aparece en la nueva película de Álex de la Iglesia como el objetivo a batir. Para ello el ex presidente de la Academia de Cine Español, ha puesto en escena la tragedia de un hombre moribundo (Jose Mota) –tras un aparatoso accidente, queda atrapado a unas ruinas arquitectónicas mediante un hierro que le atraviesa la cabeza- que, en la España de la crisis económica (y ética), intenta sacar provecho de su lastimosa situación, tratando de convertirse en un fenómeno televisivo.

    Siendo de la Iglesia un cineasta que se siente atraído por el exceso, es natural que convierta 'La Chispa de la Vida' en un burlesque que muestra lo peor de la sociedad española –alcaldes corruptos, representantes mezquinos, periodistas carroñeros, empresarios desalmados, directores de cadenas de televisión como proxenetas…- desde un terreno más cercano a la caricatura que a la realidad imperante. El problema es entonces inevitable: si uno trata de retratar el esperpento televisivo desde la caricatura las opciones resultantes son dos (1) Si se pasa de rosca, seguramente acabará cayendo en el error de aquello mismo que trata de satirizar y (2) Si se queda corto, puede que la imagen refractada caiga en todo tipo de convencionalismos.

    En fin, en todo esto iba pensando yo esta mañana, tras salir del pase de prensa de 'La Chispa de la Vida' (lleno absoluto en la sala), hasta llegar a la redacción y encontrarme con la noticia de que el Gobierno Foral Asturiano había cesado a José Luis Cienfuegos como director del Festival de Gijón. Y es entonces cuando me pregunto dónde acaba realmente el horror de lo cotidiano para entrar en el terreno de la exageración. La vida nos lo está poniendo muy difícil para distinguir entre lo uno y lo otro. Claro que esto no tiene que ver con la película de de la Iglesia y seguramente me estoy liando, ¿o no?.

    Alejandro G.Calvo

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