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    San Sebastián 2015: ‘El Clan’ de Pablo Trapero secuestra el ingenio

    El argentino sorprende en Donostia con su retrato certero de la familia Puccio. En Sección Oficial también hemos visto ‘Les Chevaliers Blancs’ del belga Joachim Lafosse y la catalana ‘Un día perfecto para volar’ de Marc Recha.

    Después de pasar por Venecia y Toronto, la sección Perlas del Festival de San Sebastián alberga la co-producción hispano-argentina El Clan. Pablo Trapero (Carancho, Elefante blanco), que acaba de ganar en la Mostra Internazionale el León de Plata al Mejor Director, construye un filme adictivo que tiembla, vibra y palpita con vida propia. El ‘biopic’ policial sobre la familia argentina de los Puccio funciona como un proyectil que va directo a la retina del espectador y que rara vez se descalabra o descabalga en sus regates y cimbreos.

    La obra de Trapero se basa en el caso real del Clan Puccio, una familia tradicional de Buenos Aires, en Argentina, que, a comienzos de los años 80, secuestró, extorsionó y asesinó. Siempre por dinero. El patriarca era Arquímedes Puccio (Guillermo Francella), que sometió a sus hijos a su codicia y sus deseos y que incluso recluyó a las víctimas en su propia casa con los integrantes de su familia como cómplices. Más o menos.

    Francella, que en Corazón de león interpretaba a un hombre de 1.36 metros, está inmenso como el jefe Puccio. Un rey loco, nervudo y pertinaz. Un hombre de mirada penetrante y mefistofélica, tal y como lo describe Rodolfo Palacios en su libro –imprescindible, por cierto- El clan Puccio. Aprovechando el caos nacido del Terrorismo de Estado de “El Proceso” y el retorno de la democracia, el peronista dio rienda suelta a lo que él llamó “una industria familiar sin chimeneas y con mano de obra barata”. Algo inaudito.

    Trapero, también guionista, teje una filigrana que se ajusta casi al 100% a los hechos y, sobre todo, esculpe a un Arquímedes insidioso, egoísta, mezquino y avaricioso. Ese asesino que, curiosamente, nunca apretó el gatillo y que siempre eligió como víctimas a hombres sanos, fuertes, jóvenes y llenos de vida. En definitiva, felices. Los únicos momentos en los que la bestia rezuma algún signo de debilidad es cuando el director pisa el freno y nos asoma a la fachada familiar, esa pantomima a la que tampoco le sientan bien esos recurrentes saltos temporales hacia adelante y hacia atrás. En cualquier caso, la película es una delicia. Y ese final. Tienen que ver ese final.

    ‘Les Chevaliers Blancs’ y los límites de la intervención humanitaria

    Cambiamos a la Sección Oficial donde, a pocos días para que se acabe el Festival, hemos visto la franco-belga Les Chevaliers Blancs de Joachim Lafosse (Perder la razón, Propiedad privada). El director, que ya ha acudido con anteriores trabajos a Cannes y Venecia, presenta su nuevo proyecto a competición tras proyectarlo este mes en el pasado Festival de Cine de Toronto. La personal visión de Lafosse vira esta vez hacia el tema de la cooperación internacional, así como hacia la siguiente pregunta, de difícil respuesta: dónde están los límites de la intervención humanitaria en un país en guerra.

    Les Chevaliers Blancs se centra en la figura de Jacques Arnault (Vincent Lindon), presidente de la ONG francesa Sud Secours, que planea en secreto una gran operación en República de Chad, país situado en África Central. En el papel, Arnault y su equipo quieren vacunar y atender a niños huérfanos de la zona. Pero, en realidad, pretenden sacar a centenares de ellos y entregarlos a familias francesas que han tramitado previamente solicitudes de adopción.

    Lafosse levanta un impactante e incómodo relato sobre la realidad del sistema de adopciones en naciones extranjeras. Y es precisamente esa incomodidad -que flota en la narración y en el patio de butacas- la que más puede interesar al espectador: trabajadores de ONG que se desinflan y pierden su convicción, acusaciones de unos a otros, días estériles en los que parece que el tiempo se escapa de las manos como un puñado de arena, personajes morales y amorales y profesionales que no dan su brazo a torcer por el ‘bien común’ si no es con un soborno de por medio. ¿Es la injerencia humanitaria un deber ético? ¿Hasta qué punto?

    El tono general de la cinta destaca por su realismo. Sin embargo, muchas de las secuencias ideadas para rebajar la tensión dramática, meros separadores en la acción, resultan impostadas y, quizá a causa de la música -el tema ‘Goodbye’ de Apparat, famoso por la serie Breaking Bad, se emplea hasta la extenuación-, rozan en ocasiones el videoclip. Se adivina un deseo porque los empleados de la ONG resulten casi anónimos, como un ente misterioso e inextricable que trabaja en pos de la solidaridad. Y aun así, los personajes de Louise Bourgoin (Laura) y de la actriz y realizadora Valérie Donzelli (Françoise) apenas tienen calado. Pero a grandes rasgos, el drama de Lafosse es relevante, atractivo y, sobre todo, crítico.

    'Un día perfecto para volar', ¿independentista?

    Y para terminar esta, nuestra penúltima crónica desde San Sebastián, la película catalana Un día perfecto para volar, dirigida por Marc Recha (Ponts de Sarajevo, Les mans buides). Algunos de los asistentes/críticos al Festival han puesto el grito en el cielo porque esta sencilla y escueta cinta de 70 minutos compita en la Sección Oficial. Verdaderamente, parece un corto al que le hayan alargado los minutos y, además, los más aventurados señalan que en ella podría subyacer una metáfora sobre la independencia de Cataluña. Pero, como diría un catalán: "No busquis tres peus al gat" o, lo que es lo mismo, "No le busques tres pies al gato".

    Protagonizada por Sergi López -que hace doblete este año con 21 nuits avec Pattie donde, por cierto, sí hay mensaje independentista- y Roc Recha, hijo en la vida real de Marc, Un día perfecto para volar huye de complicaciones y, en su lugar, se inclina por una propuesta poética, humilde y bucólica a partes iguales. Todo para, en medio de la cordillera Litoral Catalana, contar cómo juegan un niño y su padre con una cometa. Así de simple. Una tradición que puede sonar pretérita y trasnochada para la era digital en la que vivimos pero que, vista en pantalla, simboliza un bonito cuento sobre la paternidad y la imaginación. Los gestos y las onomatopeyas de López y la frescura del pequeño 'diablillo' hacen el resto.

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