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    San Sebastián 2017: Martin McDonagh embriaga la Donostia Zinemaldia con su violenta y acusadora 'Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri'

    Los directores de 'Intocable' presentan a concurso la vertiginosa 'Le sens de la fête (C'est la vie!)'. También comentamos 'Custodia compartida' de Xavier Legrand, el documental del director de Cannes 'Lumière!' y 'Una especie de familia'.

    Lo más destacado de este tercer día en el Festival de San Sebastián ha sido, en la Sección Perlas, Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Misuri. El nuevo trabajo de Martin McDonagh (Escondidos en Brujas, Siete psicópatas) como guionista y director se degusta como una buena cerveza densa y de alta graduación. Entra lentamente por los ojos -que no por la garganta- del espectador, que empieza a sentir una majestuosa cogorza al presenciar las excelentes interpretaciones de sus protagonistas. No sólo de unos superlativos Frances McDormand, Sam Rockwell y Woody Harrelson, sino también de los secundarios Lucas Hedges, Caleb Landry Jones y Peter Dinklage, entre otros. Nada es accesorio en el filme de McDonagh. Ni un solo plano. Ni siquiera cuando Mildred Hayes, el personaje interpretado por McDormand, conversa y se desahoga con un pequeño cervatillo.

    Las memorias con 'rednecks' de Joe Bageant, las novelas de Craig Johnson, el cine del Viejo Oeste, los ácidos e ingeniosos diálogos de Elmore Leonard en la serie Justified... Tres anuncios... se configura como una intensa historia de venganza personal y familiar, pero también como una minuciosa exposición de las segundas oportunidades, la culpa, el dolor, la violencia que queda sin castigo, las represalias y la muerte y, en definitiva, como una advertencia sobre las zonas rurales de EE.UU dejadas de la mano de Dios con paletos en puestos de poder.

    Uno de sus pocos fallos es el renqueante tono general de la película que, a veces corrosivo como el humor de los Coen y en ocasiones seca y abruptamente dramático, fluctúa como un péndulo borracho de tanto vaivén. Y, aún así, consigue imponerse una radiografía antropológica sobre ya no la maldad infligida, sino sobre la furia y la compunción que cala los huesos, contamina el corazón y desgasta la ética. Porque al final, por muy cínicos y pesimistas que seamos y por mucho que nos apetezca más cerveza para olvidar y mitigar el odio que sentimos, depende de nosotros decir "basta".

    'Le sens de la fête (C'est la vie!)': el regreso de los directores de 'Intocable'

    Lo nuevo de los directores de Intocable y Samba Olivier Nakache y Eric Toledano también se ha presentado en la Oficial a un ritmo vertiginoso equiparable a un carro conducido por el Velocista Escarlata que, colgado de Red Bull, se impulsa gracias a toneladas y toneladas de cohetes. Que la cinta va como un tiro, vamos.

    Alejada del componente trágico y del 'good feeling' del exitoso título protagonizado por François Cluzet y Omar Sy, Le sens de la fête narra las peripecias de una 'troupe' que trabaja en el negocio de la organización de bodas. Pierre y Helena han decidido celebrar su enlace nupcial en un precioso castillo del siglo XVIII. Es el día más importante de sus vidas. Pero para Max del equipo de 'catering' y para el resto de su peculiar y problemática "brigada" se trata de un día más de estresante trabajo al que habrá que adaptarse cuando surjan inevitablemente contratiempos.

    El público del Victoria Eugenia se ha reído de lo lindo con las locuras del guion, a cada cual más gorda, astutamente dividido en franjas horarias y prácticamente expuesto a tiempo real. La fiesta se vive desde bambalinas como un desbordante frenesí de improvisación, con un mandón Max (Jean-Pierre Bacri) a la cabeza que, más que jefe del evento, parece un padre al cuidado de sus revoltosos niños: un fotógrafo comilón en horas bajas con adicción repentina a las aplicaciones de citas, una mano derecha soberbia experta en armar polvorines, un cantante tiquismiquis con aires de grandeza... Una atmósfera de diversión y entretenimiento ligeros donde se echa de menos una mayor inspección en los personajes.

    'Una especie de familia': drama social con una tremenda Bárbara Lennie

    Diego Lerman también ha presentado en la Oficial su nuevo proyecto como guionista y director, Una especie de familia, encabezada por la actriz Bárbara Lennie. El cineasta argentino, que en 2014 estrenó Refugiado, sobre la violencia de género, vuelve a abordar el drama social, esta vez con las adopciones de dudosa legalidad como temática.

    Lennie, que también ha presentado en San Sebastián el primer metraje de El Reino de Rodrigo Sorogoyen, se mete en la piel de Malena, una médica bonaerense que viaja al norte del país después de que le informen de que el bebé que esperaba está a punto de nacer. La ganadora del Goya por Magical Girl, formidable y magnética en pantalla, hace creíble el periplo a contracorriente al que se enfrenta esta mujer, completamente desesperada por tener un pequeño entre sus brazos. Como sucedía con Refugiado, este descenso a los infiernos adquiere la forma de una 'road movie' doméstica a golpe de 'thriller'. Sin artificios. Sin pomposidad.

    Lerman renuncia a pronunciarse sobre los actos de sus personajes, y ni siquiera se posiciona sobre la materia de las adopciones ilegales y sus consecuencias. En su lugar, desnuda a su actriz protagonista en cuerpo y alma para dibujar un perfil psicológico donde los límites de la moralidad se difuminan y hasta desvanecen. Cada plano, cada mirada y cada resuello esconden un sinfín de detalles, a veces en un ciclo de enajenación y silencios favorecido por larguísimas escenas contemplativas. El final queda abierto para remarcar la inquietud y la congoja.

    Santiago Gimeno

    'Custodia compartida': la fiereza del contenido se come la forma

    No recuerdo exactamente cuál de los niños protagonistas de esa obra maestra de Louis Malle llamada Adiós, muchachos (1987) era al que interpretaba Xavier Legrand. Y es que esa es la única referencia que tengo al enfrentarme a su primera película como director: Custodia compartida, película que aborda el siempre grave asunto de la violencia de género y que se alzó con los Premios a Mejor Director y Mejor Ópera Prima en el último Festival de Venecia.

    La historia es tristemente conocida (y asquerosamente habitual): un hombre (un monstruo) exige la custodia compartida de su hijo pequeño -buena interpretación del debutante Thomas Gioria- pese a las quejas del mismo joven, de la hermana mayor y de la madre, frente a los repetidos ataques de violencia del padre de familia. La justicia, que parece no avanzar nunca, decide concedérsela y así empieza el calvario, primero, del chaval y, posteriormente, del resto de la familia ante un salvaje cada vez más descontrolado y agresivo -el actor Denis Ménochet, dado su imponente físico, ya había ejecutado roles similares en películas como Grand Central (2013) o El Skylab (2011). Custodia compartida, que vendría a ser la puesta de largo del cortometraje del propio Legrand, Antes de perderlo todo (2013), es un eficiente ejercicio de cine social, lo que no quita que adolezca de muchos de los problemas del género, que se podrían resumir en una gran máxima: la fiereza del contenido acaba por comerse la forma. Al igual que ocurría con Te doy mis ojos (2004) de Icíar Bollaín, para explicar lo grave de la situación lo que se hace es mostrarla tal cual, sin tapujos ni cortapisas. Así que si alguien quiere ver como un monstruo insulta, amenaza y violenta a su hijo pequeño y a su mujer, en esta película lo encontrará. O, dicho de otra manera, es tan triste y cruel la realidad imperante que, aun aplicando un mecanismo de autocontrol dramático, la película resulta igualmente triste y cruel. Raramente el cine social busca trascender su estética (pese a predicar para conversos), únicamente trasladar un mensaje alto y claro. Y desde luego esto es algo que Custodia compartida logra sin problemas.

    'Lumière!': una auténtica fiesta cinéfila de Thierry Frémaux

    No todos los días uno puede hablar con el director del Festival de Cannes, así que, pese a que ni siquiera había pase de prensa programado de la película, este cronista se complicó las horas de sueño para ver Lumière! (2016) o, lo que es lo mismo, más de cien piezas dirigidas por los hermanos Lumière -ya sabéis: la mayoría no fueron dirigidas por ellos, sino por operadores que se recorrieron el globo terráqueo para ofrecernos las primeras imágenes en movimiento del mundo-, perfectamente restauradas -el trabajo digital es acojonante-, y todo ello locutado por ese gran 'entertainer' que es Thierry Frémaux (quien diría que es uno de los nombres que más manda en el cine contemporáneo).

    La película, realizada con la complicidad de Bertrand Tavernier, es una auténtica fiesta cinéfila, una ventana de lujo al mundo de finales del siglo XIX y un viaje maravilloso a los inicios del cine. Vaya, que debería ser de obligado visionado para todos aquellos que sienten amor por el cine. A través de estas películas, ya no sólo uno ve en imágenes cómo era el mundo de Proust o de Dostoyevski, sino que se introduce de lleno en la magia del cine a través de sus primeras (y nada rudimentarias) formas. El centenar de planos secuencia de 50 segundos con que los Lumière dieron forma al arte más importante del siglo XX bañan al espectador como si se adentrara en una cascada de mundos ya desaparecidos. Es tal la importancia de esta película -la mayoría del cine mudo ya se ha perdido para siempre- que uno no puede dejar de recomendarla sin emocionarse. Dudo que veamos algo más importante este año.

    Alejandro G. Calvo

    Día 1: San Sebastián 2017: Ni el dúo Vikander-McAvoy salva una insípida y olvidable 'Submergence (Inmersión)'

    Día 2: San Sebastián 2017: Jornada de cine francés y 'Handia', regreso de los directores de 'Loreak

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