Campo de batalla: la Tierra (Roger Christian, 2000)
Este caso es antológico. El guión no partía de exactamente una serie de novelas; simplemente, resultaba que el libro original de L. Ron Hubbard -fundador de la Iglesia de la Cienciología- tenía una cantidad ridícula de páginas, y los planes de John Travolta (productor, actor y cienciólogo) eran realizar dos películas para así adaptar correctamente tan insigne material. La película final limitaba su metraje, pues, a retratar una complicada distopía en la que alienígenas y humanos se disputaban la tierra, y el cautiverio de Johnnie Goodboy (Barry Pepper) a manos de los primeros. Utilizando, ya de paso, una cantidad ridícula de dólares.
Un film sin apenas trama, de una estética tan cutre, y con un presupuesto tan insensato, tenía que estrellarse forzosamente en taquilla, como sucedió. Y el escarnio, por si fuera poco, no se limitó a los millones de dólares perdidos, sino que se amplió a la manía que los premios Razzie le cogieron, empeñándose en galardonkarle con títulos como peor película, peor película de la década, peor actor, peor director, peor película de "nuestros primeros 25 años".. la lista es interminable.
Soy el número 4 (D.J. Caruso, 2011)
En plena fiebre Crepúsculo, los idilios adolescentes en entornos extraordinarios tardaron poco en dar el salto a la ciencia ficción, y nuevamente amparándose en una saga de libros 'best-seller' escrita a cuatro manos por James Frey y Pittacus Lore. Soy el número 4 iba a estar seguida por hasta seis películas con títulos como El poder de 6 o El ascenso de 9, pero algo salió mal.
Fundamentalmente, el motivo radicó en el escaso carisma de los protagonistas -uno de ellos era Alex Petyfer, ya un experto en sagas canceladas, como demuestra su papel en Alex Rider: Operación Stormbreaker- y un guión realmente inconsistente, que ahuyentó a los espectadores y malogró los ambiciosos planes del estudio. Ese mismo año, sin embargo, se estrenó una nueva entrega de Crepúsculo, demostrando que, pese a las similitudes, el público adolescente no se tragaba cualquier cosa.