Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket (Brad Silbering, 2004)
Asimilado el éxito de la saga de Harry Potter, por muy siniestra que pudiera ser de vez en cuando para el público infantil, a principios del 2000 Universal Pictures puso en pie una película que bebía de ese espíritu y ambientaba una fábula primigeniamente inocente en un entorno bastante turbio, con muertes traumáticas, niños torturados, y personajes pesadillescos como ese Conde Olaf que Jim Carrey encarnó en el crepúsculo de su carrera.
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La propuesta, de un valor estético indudable, no fue a más. La adaptación de varios libros de Daniel Handler provocó que el film resultara muy repetitivo -los planes de Olaf para atrapar a los niños se iban sucediendo sin un hilo conductor claro-, mientras que el gran esfuerzo depositado en los decorados redundó en un guión muy discreto, que básicamente dejaba a Carrey que hiciera lo que quisiera con el papel. Este 2015 el propio Daniel Handler se unió a Barry Sonnenfeld para adaptar su obra a la TV, y Netflix hizo el resto.
Serenity (Joss Whedon, 2005)
La misma génesis de este proyecto transpiraba ese fatalismo común a todas las películas aparecidas hasta ahora en la lista. Y es que Joss Whedon puso todo su empeño en la producción de Firefly, una ambiciosa serie de ciencia ficción predispuesta a convertirse en la nueva Star Trek, pero tras una sola temporada Fox decidió echar el cierre, sin aún así llegar a desalentar a quien luego dirigiría Los Vengadores.
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Así, pensando que el cine era un medio más idóneo para esa historia, Whedon planeó que la continuación de su preciada serie se desarrollara en una trilogía de alto presupuesto. Serenity era su prueba de fuego, y aunque esta propuesta de espíritu warsie y diversión por un tubo cosechara una recaudación decente, Whedon ya estaba siendo tanteado por entonces por Fox para hacer otra serie, y cuando más tarde se involucró en el Universo Cinematográfico de Marvel quedó claro que no estaba demasiado interesado en una secuela.
