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    San Sebastián 2018: Claire Denis nos folla la mente con la filosófica 'High Life'

    Naomi Kawase no conmueve con su sensiblera 'Vision'. En Perlas vemos la majestuosa 'Roma' y la anti-Trump 'Infiltrado en el KKKlan'.

    En High Life, el primer trabajo rodado en inglés de la francesa Claire Denis, un grupo de presos en el corredor de la muerte accede a servir como conejillos de indias en una misión espacial. Sin destino claro, más allá de nuestro sistema solar, los antiguos prisioneros soportan el paso del tiempo y mitigan sus pulsiones mientras se dirigen al agujero negro más cercano a la Tierra.

    Robert Pattinson y Juliette Binoche son lo mejor de este perturbador 'sci-fi' del que sales como si te hubieran follado la cabeza con un libro de filosofía. Y hablamos de follar, tan a pelo, porque los miembros de la tripulación, todos menos Monte, el personaje interpretado por Pattinson, visitan regularmente unas cabinas "folladoras" para expulsar sus demonios… y sus fluidos.

    El actor británico, que sigue encadenando buenos proyectos tras Cosmópolis (2012), The Rover (2014), Z, la ciudad perdida (2016) y Good Time (2017), viene a representar aquello de 'Homo homini lupus', eso de "el hombre es un lobo para el hombre" que popularizara Hobbes. Monte intenta tachar/subsanar su pasado como delincuente y favorece la convivencia siguiendo con autodisciplina un voto de abstinencia orientado a suprimir de raíz el eros de la ecuación.

    La tentación la personifica la carnal 'mad doctor' de Binoche, más Artemisa que Afrodita, en especial en una escena lasciva e impúdica con guiños a David Lynch y Stanley Kubrick. Evolución, virginidad, reproducción, supervivencia, pecado, inocencia, existencialismo, nihilismo, la anteposición de la justicia al instinto, los hombres natural, histórico y civil de Rousseau… Hay que reconocer que Denis plasma muchísimas ideas, aunque con algunas de ellas, por retorcidas, ininteligibles y fingidamente intelectuales (huecas en realidad), te apetezca expeler un sonoro "¡tururú!".

    'Vision': El anodino canto a la naturaleza de Kawase

    Cuando cubres un festival de cine, más tarde o más temprano, siempre te encuentras con una película que se te hace aburridísima e interminable. O esta te encuentra a ti. En San Sebastián, a mí me pasó en 2017 con Soldados. Una historia de Ferentari de Ivana Mladenovic. Pensé que había tocado fondo. Pero este año ha sido Vision de Naomi Kawase la que me ha 'encontrado'.

    La historia de este 'pastiche' esotérico y pseudoprofético gira en torno al personaje de Jeanne (Juliette Binoche), una cronista de viajes francesa que visita Nara, en Japón, en busca de una planta medicinal que, según dicen, cura la infelicidad y la aflicción. Allí conoce a Tomo (Masatoshi Nagase), un guardia forestal solitario, que le será de gran ayuda en su búsqueda.

    Más cercano en temática a El bosque del luto (2007) y Hacia la luz (2017) que a la más accesible Una pastelería en Tokio (2015), el último filme de la cineasta japonesa tira de sincretismo para dar forma a un lírico canto a la naturaleza, a los placeres más sencillos y terrenales y, en definitiva, a los sentidos. "La felicidad se encuentra dentro de nuestros corazones", le dice en la cinta Tomo a una escéptica Jeanne, que hace 20 años experimentó en Yoshino su primer amor.

    Evocadores planos de árboles meciéndose y resonando por el viento, la luz filtrándose entre el follaje, los rituales de servir el té y de cortar la madera, cigarras que conocen los números primos… Es seguro que lo que intenta Kawase es conmovernos. Pero quizá no se dé cuenta de la sensiblería con que reviste a sus personajes. De una ligereza ontológica tan ingrávida e insustancial, parece que fueran a echarse a volar en cualquier momento como vulgares hojas.

    Santiago Gimeno

    'Roma': Majestuosa sencillez

    Había hambre de lo nuevo de Alfonso Cuarón. Las colas para entrar al pase de prensa, todas las butacas ocupadas y la gente sentada en las escalaras dentro de la sala así lo han corroborado. No era para menos. Roma se hizo con el León de Oro en el Festival de Venecia, quedó en tercer lugar en el Premio del público del Festival Internacional de Cine de Toronto, es una de las apuestas más ambiciosas de Netflix y se ha convertido en una de las Perlas del Festival de San Sebastián.

    Con este filme, el realizador de títulos como Y tu mamá también (2001) o Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2003) cuenta la historia de Cleo (Yalitza Aparicio), una empleada doméstica de una familia de clase media que habita en el barrio de Roma. Todo ello con el telón de fondo de la conflictiva situación política de los años 70 en México. Cuarón elabora también el guion de esta historia basada en su infancia y dedicada a Libo, la mujer que cuidó de él de pequeño.

    Roma es, en definitiva, una carta de amor a las mujeres que Cuarón escribe de forma magistral. Rodada en blanco y negro y en español y mixteca, el director eleva lo invisible a través de unas extraordinarias composiciones de plano. Todo en esta cinta está cuidado al máximo detalle, desde el ajetreo de las calles a la inmensidad del océano. Y, para deleitarnos con sus escenarios, el director utiliza una cámara que parece sentir igual que Cleo, un personaje tan enternecedor que podría derretir el corazón de cualquiera.

    Cuarón comienza su último trabajo acomodando plácidamente al espectador. La tranquila cotidaniedad de la casa en la que trabaja la protagonista es el núcleo de la historia en su inicio, pero va dando pistas, poco a poco, de que el sosiego no va a durar siempre. Y cuando la quietud se rompe de forma capital, Cuarón no perdona. Se mete dentro de ti y te retuerce las entrañas. Y es ahí cuando Roma duele. Duele porque así es todo. Duele porque ves cómo la vida cambia en solo un segundo. Duele porque lo inesperado puede golpear fuerte. Con una sencillez majestuosa, Cuarón hechiza con su delicioso trabajo. Nunca el blanco y negro fue tan deslumbrante. 

    'Infiltrado en el KKKlan': Un tortazo que deja marca

    También en Perlas vemos Infiltrado en el KKKlan de Spike Lee. El director de Nola Darling (1986), Malcolm X (1993) y Haz lo que debas (1989) vuelve a basarse en la realidad para su último trabajo. Ambientado durante los años 70, el filme sigue a Ron Stallworth (John David Washington), un policía negro que consigue infiltrarse en el Ku Klux Klan con la ayuda de su compañero blanco Flip Zimmerman (Adam Driver).

    La historia, que produce Jordan Peele (Déjame salir), parece tan surrealista que parecía cuestión de tiempo que Lee la llevase a la gran pantalla. Y eso ha hecho. Consiguiendo una comedia rotunda con la que, como viene siendo habitual en el realizador, el mensaje de denuncia está presente. No es ningún secreto que Lee odia tanto a Donald Trump que no quiere ni decir su nombre -siempre se refiere a él con algún apodo peyorativo-, pero es que esta cinta señala directamente al actual Presidente de Estados Unidos sin que le tiemble el dedo. Y, por si no nos queda claro, ya se encarga el director de remarcarlo con la aparición de Alec Baldwin (Misión: Imposible - Fallout) como un racista inquilino de la Casa Blanca -el actor se ha convertido en la máxima autoridad a la hora de imitar a Trump- y con unas imágenes de archivo de casos actuales donde el racismo se hace más que evidente: El atropello de Charlottesville y las reacciones del Gran Mago del Ku Klux Klan David Duke y Trump.

    Lee no añade florituras al filme. Y ni falta que le hace. John David Washington (Ballers) -hijo de Denzel Washington-, Adam Driver (Star Wars: Los últimos Jedi), Topher Grace (Máquina de guerra) y Jasper Pääkkönen (Vikingos) consiguen aguantar sin esfuerzo el peso de la historia. Por sacarle alguna pega, el final de la película puede parecer un tanto manido, pero el realizador demuestra su arte para manejar con superioridad su capacidad de arrancar al público, según le plazca, una carcajada o un resoplido. Lee cuenta una historia del pasado tan presente que Infiltrado en el KKKlan se convierte en un gran tortazo para el espectador. De esos que pican y dejan marca.

    Andrea Zamora

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