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    Cannes 2019: Quentin Tarantino destruye Cannes con 'Érase una vez en… Hollywood'

    Agónico pase de 'Érase una vez... en Hollywood' con la prensa desplazada al borde del descalabro. Al final: todo fue bien. La última película de Tarantino es una grandísima película de Quentin Tarantino.

    Dos horas y treinta minutos de cola. Mi récord en Cannes. También mi récord en la vida. ¡Y no era el primero de la fila! Claro símbolo de que: (1) La expectación por ver Érase una vez… en Hollywood era total y absoluta y (2) Que la organización de Cannes se merece un cero patatero por poner el pase de la película más mediática del festival en la sala mediana (Debussy), haciendo imposible que entrara la mayoría de prensa (entraron las acreditaciones blancas y rosas; más unos veinte azules; sí, aquí todo es castas y filas). ¿Mereció la pena? Pues, sinceramente, la película de Quentin Tarantino me ha parecido absolutamente increíble; pero me lo hubiera parecido igual si la hubiéramos visto en condiciones distintas al terrorífico estrés de esta tarde. Pero hablemos de cine, que estamos Cannes y ya falta poco para que todo termino y volvamos a la realidad.

    Érase una vez… en Hollywood es la declaración de amor al cine definitiva de Quentin Tarantino. Obviamente su querencia por el cine de género, los eurowesterns, el relato Pulp, el cine de katanas voladoras… se ha visto a lo largo y ancho de su filmografía de forma marcada. Pero nunca había sido tan explícito como en este locurón en forma de fábula que reescribe la Historia de la Cultura -de un modo similar a lo que hizo con la Segunda Guerra Mundial en Malditos bastardos (2009)- para hacer de este mundo un mundo mejor.

    La película tiene dos corrientes argumentales: la que sigue al actor en decadencia -ha pasado del cine a los seriales western de TV- Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) y su 'stunt-man' personal Cliff Booth (Brad Pitt) en su devenir entre rodaje y rodaje, y la vida de sus vecinos, Sharon Tate (Margot Robbie) y Roman Polanski (que sale muy poco). Toda la primera parte de la película es un retrato emocional, más que real, de ese Hollywood de finales de los 60, casi un baño de cultura pop que toca el cine, la televisión, la música, la moda… La inclusión de rodajes dentro del filme, hace que esta sea una de esas grandes obras de cine dentro del cine, pero es que además es una película con mini-películas dentro. Las decisiones formales que toma Tarantino son soberbias creando micro-relatos sobre los que va y viene la narración, ya sea por la inclusión de ficción dentro de lo real o por las fugas que lo real tiene dentro de sí misma -hay una secuencia increíble, de alta tensión, con el personaje de Pitt visitando la comuna hippy donde habitan las seguidoras de Charles Manson.

    A nivel formal Tarantino tumba expectativas. La estructura narrativa de Érase una vez… en Hollywood se aleja del modelo segmentado de Pulp Fiction (1994) o Malditos bastardos, para ir mezclando un relato con el otro sin seguir unas reglas dinámicas simétricas: a veces el relato avanza en paralelo, en otras se detiene para regresar a un mismo punto a partir de un 'flashback'. Además, logra detener el tiempo en tres largas set-pieces donde la acción se concentra en un solo punto: es ahí donde Tarantino explota y crea secuencias totémicas que van de lo grotesco (incluso gore) a lo terrorífico, de la belleza etérea del pop -el baile en la Mansión Playboy- al cine-dentro-de-la-sala-cine, con una Margot Robbie que retumba la pantalla cada vez que aparece.

    En fin, hay mucho que cortar y, lo que digo siempre, ¡Cannes es el peor lugar para ver películas! (aquí debería ir un Emoji llorando). La película tiene cosas extrañísimas en el cine de Tarantino -esa voz en off que aparece de repente- y los diálogos tarantinianos brillan por su ausencia. Pero aún así es una evolución sorprendente, ¿hacia dónde? No tengo ni idea. Pero, mira, mientras Tarantino me siga divirtiendo y emocionando tanto, que la fiesta no pare nunca.

    Alejandro G. Calvo

    La película europea del neoyorquino Ira Sachs

    La obra de Ira Sachs es la joya oculta del cine independiente norteamericano actual. Películas como Verano en Brooklyn y El amor es extraño denotan una maestría y una sensibilidad extraordinarias que sin embargo no han gozado de la amplia repercusión que merecían. Quizá porque el estilo de Sachs, sutil y diáfano, rehuye los recursos dramáticos más fáciles y evidentes. Su selección en el Festival de Cannes con Frankie debería representar el empujón definitivo para su consagración internacional. Cineasta muy arraigado al imaginario neoyorquino, aquí Sachs orquesta una película en torno a la gran estrella del cine de autor europeo, Isabelle Huppert, a quien rodean entre otros unos extraordinarios Brendan Gleeson, Marisa Tomei, Greg Kinnear y Jérémie Renier. La Frankie del título es una actriz de renombre que reúne en la pintoresca ciudad portuguesa de Sintra a familia y amigos en lo que parecen las últimas vacaciones juntos. A primera vista, Frankie podría ser el enésimo drama de reencuentro familiar que tiene en la anunciada muerte de uno de los personajes su dispositivo de catarsis emocional. Pero Sachs esquiva una vez más la alta intensidad de este tipo de películas para desplegar un film cristalino y melancólico que encuentra en su estructura su mejor baza. Los personajes pasean, se encuentran y se separan por los rincones más transitados y los menos evidentes de Sintra como en un cuento vacacional de Éric Rohmer o un film de Hong Sang-soo. Y a través de este conjunto de duetos o tríos abordan cuestiones ligadas a la muerte, el amor, el trabajo y el dinero. Frankie no transmite la misma carga emocional de las anteriores películas de Sachs, pero guarda para su conclusión una de sus mejores imágenes, un plano de cierre que invoca el recuerdo de Abbas Kiarostami.

    Eulàlia Iglesias

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