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    [Opinión] 'El mejor de los mundos' - Rubén Lardín escribe sobre 'Érase una vez en... Hollywood' y Quentin Tarantino

    "A los cinéfilos, que son personas no muy lozanas, Tarantino les echa alpiste para aburrir, guiños y ecos y notas al pie para así tenerlos entretenidos y él poder ir haciendo la suya, la película suya intransferible".

    Lo que se pueda escribir de Tarantino ya lo ha escrito él antes en sus películas, que vienen siempre con el subtexto teórico incorporado, así que la única manera de abordar Érase una vez en... Hollywood es poniéndola en relación con uno, con la propia experiencia, con nuestro modo de estar en el cine y de estar en el mundo pero sobre todo de percibirlo.

    Escribir lo que a uno se le ponga en el aparato respiratorio, quiero decir. Y a los cinéfilos que les den por la vía angosta. A los cinéfilos, que son personas no muy lozanas, Tarantino les echa alpiste para aburrir, guiños y ecos y notas al pie para así tenerlos entretenidos y él poder ir haciendo la suya, la película suya intransferible mientras espanta con el rabo a los exégetas y a los críticos y a toda esa panda de desagradecidos, y llegado el momento entrega un largometraje enorme como una montaña porque Tarantino parece que ha hecho una película pero esta vez ha hecho una montaña, una mole generosa y llena de secretos (dentro de las montañas hay muchas cosas), con sus cimas y su cara norte y sus aspiraciones celestes, pero que finalmente se recuerda horizontal como los sueños, suave, una cordillera con cadencia de sistema propio. Una majestad.

    Érase una vez en... Hollywood viene de lejos porque es cine de época (el cine de época tiene mucha resonancia, los techos altos), aunque Tarantino está más por un cine histórico revisionista, de evocaciones efímeras, de emotivas glosas, infantil que no para niños, un cine que aluda a otro cine, a cuando las películas estaban ahí para que la gente se las contase sin necesidad de explicárselas.

    Ahora es al revés, con la neurosis ésta de los 'spoilers', el cinismo éste de querer explicárnoslo todo y no querer saber nada. Tarantino es hoy el dueño del balón pero de chinorris fue un niño de piso, de montarse películas en el suelo, de enredar sobre baldosas amarillas que de mayor le llevarán a este cine histórico que confecciona con los utensilios de la ficción pero sobre todo del juego, que es lo mismo que decir de los géneros

    A Tarantino, si le desafías a verdad, acción o beso elige lo primero porque lo demás lo suple con la expresión de la violencia, que es una energía inmaculada que convalida la mayoría de pulsiones humanas. Con violencia se puede decir todo. Y lo que busca esta película es decir lo imposible, recuperar el tiempo perdido, sacar a flote los sentimientos y las motivaciones puras o nobles o fundamentales, cosas muy inaprensibles pero que todos añoramos y sabemos reconocer. Tarantino busca todo eso en El Virginiano o en Joaquín Romero Marchent, que no hacía wésterns sino películas de vaqueros, cosas muy distintas, lo busca en esa franqueza de los géneros populares, que con su clarividencia resumen y realzan el mundo éste tan complejo. Tan así.

    Corre mucho la idea errónea de que las formas más ceñidas a la realidad, a la representación de la realidad, como puede ser el ensayo en literatura, el documental en el cine o los mismos telediarios, son las más adecuadas para desentrañar el mundo, cuando lo cierto es que la función de esos formatos es generar realidad, fabular, mentir e incluso mearnos la cara. El misterio de la realidad solo puede revelarse desde la ficción. Solo los símbolos, las metáforas certeras y los jeroglíficos pueden alumbrar algo. Y Tarantino esto lo sabe.

    Pero una cosa es la verdad y otra es la historia. La historia del cine es una historia ininterrumpida que se interrumpe en varias ocasiones, cuando llega el sonido, cuando llega la tele, cuando llega el color, cuando llega el magnetoscopio o cuando llega la familia a casa, que puede ser la propia o la de Charles Manson. La historia del cine es también una historia interminable, de nunca acabar, y lo que hace aquí Tarantino, como en el libro de Michael Ende, es escribir todo lo que ocurrió entonces para que todo lo que escribe… ocurra. Esto es muy difícil de explicar porque es una cuestión de fe. El tema es que el dios de los hombres tiene letra de médico y Tarantino ha decidido enmendarle la plana. Y así, en esta película se aleja de los conceptos de verdad y mentira para abrazar el de mito, que es una verdad imaginaria, más verdadera que la verdad misma, donde los crepúsculos no son tales porque son 'sunsets', y desde esos presupuestos se apropia del imaginario del mundo y endereza la realidad. Se toma dos horas y media de doma psicológica y despega hacia lo deseable y nos lleva en volandas hacia la realidad otra, al lugar donde su hechizo retroactivo lo pondrá todo en su sitio, a salvo de la historia.

    Luego está la tradición. La tradición dice que ver al doble de uno mismo es augurio de muerte, pero de lo que no dice nada es del Yo ni del Ello ni del Supertal. ¿Quizás el doble de riesgo los contiene a todos? La figura del doble de riesgo es muy íntima, tiene algo de secreto. Existen muchos casos, por ejemplo, en que el doble de un hombre es una mujer y el de una mujer un hombre. En el doble de riesgo cohabitan la humildad del copista y la arrogancia de la falsificación, porque el doble sabe que sin el original está perdido, desaparece, pero también sabe que el original deja de ser cuando él toma las riendas. DiCaprioBrad Pitt son aquí dos que cabalgan juntos y son también un espejo mirándose en otro espejo. El doble mirando a su modelo con ojos dulces y el modelo entregándole sus gestos, el testigo de sí mismo, ambos componiendo una coreografía de ecos más que de réplicas.

    En Érase una vez en... Hollywood Brad Pitt hace un papel similar al que hacía en El club de la lucha, en el sentido de que es una proyección, un hombre íntegro y por tanto ilusorio. Porque DiCaprio y él son dos personajes pero componen un único individuo escindido, un niño atemorizado queriéndose guerrero, ideal masculino, hombre de una pieza. Alguien leal e incapacitado para la traición y también el único damnificado de toda esta historia, el que se llevará la peor parte, ¡pero es que para eso está! Para eso ha venido de una peli de John Ford y por eso resulta imbatible como amistad viril, que es la forma más diáfana y conmovedora de la amistad. Los putos jipis no saben lo que es eso.

    Sea como sea, la realidad siempre acaba por revelarse como farsa. Salvo en el cine. En el cine, DiCaprio y Brad Pitt son ambos un sueño y dos invenciones, una fantasía compuesta en la que habitan cien hombres que un día vivieron en América y tal vez terminaron acodados en una taberna italiana poniéndose finos con Joseph Cotten. Memoria y erudición. De una película importa mucho cómo se recuerda y 'Érase una vez en... Hollywood' se recuerda como una ensoñación o como un trampantojo, con el pintor al fondo entre unas meninas, y así a ojo se le diría el peso de lo perdurable

    No consigo recordar quién decía aquello de que el cine se fundaba en las caras enormes. Tarantino hace un cine en obediencia a eso, un cine para ser visto en un cine, donde los rostros son más grandes y más francos que la casa en la que vives. Y filma los rostros como lo hacía Dreyer porque aunque el suyo no es cine religioso sí se quiere sagrado, poesía, porque poesía no es una bolsa revoloteando en el aire, que nadie se confunda, eso no es más que una bolsa, poesía es Brat Pitt subiéndose al tejado a pensar en sus cosas.

    Tarantino, en fin. Escribir de Tarantino. Tarantino bajo el radar. Tarantino después de Tarantino. Tarantino como material de oficina. Y que si los diálogos y que si las canciones (señalar las canciones que Tarantino mete en sus películas es como decir que Lawrence de Arabia tiene una fotografía muy bonita) y que si Godard y lo posmoderno y todo el temario. Escribir de Tarantino es como escribir de Hitchcock o de Picasso, palabrería, algo innecesario, eso para empezar, pero para ir terminando es preferible escribir de Tarantino que leer sobre Tarantino.

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