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    San Sebastián 2019: Robert Pattinson le gana la partida a Kristen Stewart en el primer día de festival

    El dúo protagonista de 'Crepúsculo' encabeza, respectivamente, 'El faro' y 'Seberg'. También vemos 'Mientras dure la guerra' de Alejandro Amenábar, la inaugural 'La decisión' de Roger Michell y 'Mano de obra', ópera prima de David Zonana.

    SensaCine

    El Festival de Cannes acogió su presentación y ya te contamos qué nos pareció, pero El faro, la segunda película del director de La bruja (2015) Robert Eggers, sigue su recorrido por otros eventos cinematográficos antes de llegar a las salas de cine y ha sido una de las Perlas que ha abierto el Festival de San Sebastián. 

    El filme transcurre en una remota isla de Nueva Inglaterra en la que dos fareros quedan atrapados por culpa de una tormenta. Los enfrentamientos, la locura y la imaginación se apoderan de ellos a medida que van pasando los días y el rescate no llega. Robert PattinsonWillem Dafoe encarnan a los protagonistas. El primero, un novato. El segundo, un viejo lobo de mar al que le gusta contar hasta el hastío historias de su pasado y que está desposado con la luz que alumbra a los barcos por las noches. En formato 4:3, Eggers usa el blanco y negro para jugar con la luz y destacar las miradas de sus protagonistas recordando a Luis Buñuel en Un perro andaluz (1929). También remarcables son los momentos en los que el relizador aventura a convertirse en pintor ralentizando la imagen con delicados planos.

    Al igual que con La bruja, Eggers encierra a sus personajes en un espacio mínimo dotando a la película de una horrible sensación de claustrofobia y de un aura de mal agüero que va en aumento. Si en su ópera prima se basaba en los juicios de Salem, Eggers se decanta por la mitología griega en su segundo largometraje para contar el mito de Prometeo. Pattinson es ese Titán que robó el fuego a los dioses. En esta historia, un hombre atraído por el encanto de la luz cae rendido a la locura. Dafoe, en cambio, es una suerte de Zeus que priva a sus segundos alternos de acercarse a su sacra lumbre, que tienta con sirenas de arcilla y castiga con jarras de alcohol.

    Eggers hace que Pattinson y Dafoe reciten diálogos imposibles en escenarios en los que el caos y las adversidades climáticas no dan respiro a los protagonistas. Al público tampoco. Pero aquel que se sienta a ver El faro cuenta con lo cómico de esta peculiar pareja y el pasmo de situaciones inverosímiles que hacen que, como polillas atraídas por la luz, no podamos dejar de mirar una deliciosa y morbosa locura. 

    ‘Seberg’: La inerte historia de una estrella de la Nouvelle Vague 

    Phreaker Films

    En Perlas vemos Seberg, lo nuevo del australiano Benedict Andrews tras Una (2016). El filme, inspirado en hechos reales, cuenta la historia de la estrella de la Nouvelle Vague Jean Seberg cuando, a finales de los años 60, fue víctima del Cointelpro, un programa ilegal de vigilancia llevado a cabo por el FBI. Su relación romántica con el activista Hakim Jamal hizo que la intérprete se involucrase con los Panteras Negras y la puso en el punto mira del Gobierno de Estados Unidos. 

    Seberg prometía. Y mucho. Lo tiene todo para llamar la atención de cualquiera: a Kristen Stewart y una casi desconocida historia que, de primeras, advierte ‘thriller’ y ‘biopic’. Pero ni su actriz protagonista ni lo que relata consiguen fundirse en un producto con un buen resultado. Stewart da la sensación de sentirse disfrazada durante casi todo el metraje y ni ella ni su compañero de reparto Anthony Mackie, encargado de dar vida a Jamal, presentan química alguna. Su aventura no parece verosímil y poco convence que él sea la razón de que la protagonista se vuelva una rebelde en Hollywood y ayude al ‘Black Power’. 

    Andrews dirige una película tan correcta que pierde cualquier atisbo de alma o seducción ante los ojos del espectador. Las relaciones entre los personajes, románticas o no, y sus obsesiones, tanto la de Seberg con las escuchas del FBI y la del agente Jack Solomon -este interpretado por Jack O’Connell- por salvar a la actriz llegan, incluso, a rozar el ridículo. También los intentos de la cinta por hacer que Stewart copie los gestos y escenas más icónicas de la estrella de la Nouvelle Vague son irrisorios. 

    El filme no acierta cuando busca profundizar en temas más importantes como el suicidio -algo que intentó Jean Seberg-, la muerte -cuando la protagonista pierde a su hija de dos años-, las ‘fake news’ o el abuso de poder -estos últimos llevados a cabo por el FBI en la figura del personaje de Vince Vaughn. Por eso, cuando se cuenta cómo una jovencísima e inexperta Jean Seberg sufría un accidente durante el rodaje de su debut Santa Juana (1957) por el que terminó con marcas de quemaduras por el cuerpo, esa señal de su pasado -y otras tantas- no pesa en el personaje y la Jean Seberg de la cinta de Andrews se pasea por el filme sin que al espectador le importe lo más mínimo qué puede pasarle a la protagonista.  Lo mejor de la película, sin duda, es Zazie Beetz -la esposa de Jamal- quien, con pocos minutos en pantalla, se zampa interpretativamente a una Stewart que no parece muy cómoda rodeada de tanto camisón de seda y tul. 

    Andrea Zamora

    ‘Mientras dure la guerra’ peca de exceso de apego a la realidad

    Movistar +

    12 de Octubre de 1936. Paraninfo de la Universidad de Salamanca. A un lado, Don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, maestro de la literatura, autor de maravillas como Niebla o La tía Tula. Al otro: un montón de fascistas y falangistas (lo que viene a ser lo mismo). En la mesa oficiosa, entre otros capitostes, estaba Carmen Polo, la señora Franco, y Millán Astray, fundador de la legión, o como él mismo se llamaba: “el glorioso mutilado”. Frente a los discursos reaccionarios de los líderes del alzamiento, Unamuno, que no estaba previsto que hablara, tomó la palabra e hizo su célebre discurso llamando a lo ocurrido, “guerra incivil”, criticando los gritos de Millán-Astray de “¡Viva la muerte!” de paradoja absurda (y Unamuno de paradojas sabía bastante). Fue entonces cuando Astray, rugiendo de ira, gritó “¡Muerte a los intelectuales!” -este año van a publicarse hasta tres libros sobre el tema- y el escritor vasco respondió con su “Venceréis pero no convenceréis”. El enfrentamiento fue histórico y, como tal, forma parte de nuestra Historia, al menos, de nuestra historia más triste. Y ahora Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1947) ha decidido plasmar dicho momento en imágenes en su última película presentada en San Sebastián a competición oficial: Mientras dure la guerra.

    Hasta aquí, la política. Ahora, hablemos de cine. Alejandro Amenábar sufrió su particular caída de la burra cuando pasó de hacer ‘thrillers’ de corte fantástico bastante solventes -Tesis (1996), Abre los ojos (1997), Los otros (2001)- a hacer ese gran cine (entre comillas invisibles) que le llegó a valer un Oscar por Mar adentro (2004). Lo cierto es que ni el ‘biopic’ de Ramón Sampedro ni Ágora (2009) me parecen buenas películas, si no más bien títulos grandilocuentes a mayor gloria del subrayado y el aburrimiento supino. La misma liga en la que veo también Mientras dure la guerra: donde a la intención sociopolítica -la plasmación cinemática de la barbarie franquista, un clásico del cine español- prevalece sobre cualquier intención estética interesante. Vaya: que la película, en aras de trazar con sencillez la complejidad de Unamuno -“no soy ni rojo, ni fascista, soy ‘unamuniano”- acaba rebajando su plástica a niveles de tele-serie de época del corte de Amar en tiempos revueltos (2005).

    Más interesante resulta cuando Amenábar decide alejarse del realismo para caricaturizar a sus protagonistas, es ahí cuando la película parece relajarse y, por vía de la exageración, ganar en interés a pasos alzados. Ya sea convirtiendo a Franco (Santi Prego) en alguien cuya crueldad raya la estupidez (y viceversa) o haciendo de Millán-Astray (Eduard Fernández) un villano de Marvel sin Capitán América que le suelte un puñetazo. El despertar de Unamuno (Karra Elejalde), que pasa de aprobar el alzamiento frente a los errores de los líderes de la República a encararse con los militares, llega de la mano del asesinato sin juicio previo de sus amigos y compañeros. Un despertar que es la razón de ser de la película y que, obviamente, trata de trazar un paralelismo con la patética situación política contemporánea. El mundo se ha vuelto absurdo con el paso de los años y quizás una película tan poco sutil como Mientras dure la guerra pueda calar en los jóvenes mejor que las mentiras de los políticos que nos sueltan día sí y día también. Yo qué sé. Sé tan pocas cosas. Pero sí tengo claro que frente a la avalancha de realidad de Amenábar prefiero quedarme con la tergiversación cachonda de la historia de Tarantino. Y es que si en vez de retratar el Día de la Raza buscando la mayor exactitud posible, Unamuno hubiera sacado una Uzi y hubiera empezado a ametrallar falangistas, todo hubiera sido mucho más divertido. Pero eso ya es otra historia, otra película, probablemente, otra vida que ya nunca viviremos.

    Alejandro G. Calvo

    ‘La decisión (Blackbird)’: ‘remake’, sí, pero digno arranque para el certamen 

    Busted Shark Productions

    Los últimos años no habíamos tenido mucha suerte con la inaugural en San Sebastián. Ahí están los ejemplos de la animada Futbolín de Juan José Campanella (2013), The Equalizer de Antoine Fuqua (2014), Regresión de Alejandro Amenábar (2015), La doctora de Brest de Emmanuelle Bercot (2016), Inmersión de Wim Wenders (2017) y la más reciente El amor menos pensado de Juan Vera (2018). Por ello, he de reconocerlo, me sorprendió y me atemorizó a partes iguales la elección de Blackbird para esta 67ª edición. Sobre todo porque esta La decisión, como se titula en castellano, se trata de un ‘remake’ de la danesa Corazón silencioso (2014), que ya compitió en la Sección Oficial en la Donostia Zinemaldia. Y, aún así, ha resultado ser una grata sorpresa.

    El filme de Roger Michell, conocido por títulos como Notting Hill (1999), Morning Glory (2010) y Le Week-End (2013), carece de la sobriedad del original de Billie August (La casa de los espíritus) -de hecho, tiene mucho más humor. Y eso juega a veces a su favor y a veces en su contra. El guion vuelve a salir del puño de Christian Torpe (Rita, La niebla), tampoco hay demasiados cambios, pero su tono y su estilo varían inevitablemente con un reparto angloparlante. La historia es la misma. Lily, (Susan Sarandon), una mujer extremadamente enferma, reúne a sus familiares más cercanos para comunicarles que no desea seguir viviendo. Con la ayuda de su marido Paul (Sam Neill), médico de profesión, cometerá suicidio administrándose un fármaco antes de que no pueda tomar decisiones por sí misma. Y, como es lógico, su resolución impactará profundamente a los asistentes, en especial a sus hijas Jennifer (Kate Winslet) y Anna (Mia Wasikowska).

    Aunque a estas alturas no es ninguna novedad, Winslet está excepcional en su papel de hermana mayor hipercontroladora, inflexible y mojigata -Sarandon no le va muy a la zaga-, en contraposición con una solvente, que no en plena forma, Wasikowska. Michell juega con el enfoque y el desenfoque y no siempre graba de frente a sus protagonistas -si lo hace, estos se muestran con la mirada perdida- en planos que a veces podrían describirse como tímidos e incluso de indiscretos, lo que acentúa la sensación de curiosidad en el espectador. Hay momentos en La decisión que simplemente son demasiado íntimos, privados; tanto, que parece que observáramos por una ventana con miedo a ser vistos en lugar de a una pantalla de cine. También hay que prestar atención a lo que está fuera de plano y a lo que se calla; a lo que no se dice.

    Cuando despejas la incógnita de cómo acabará todo, entonces es cuando dejas de pensar en morir y te preocupas por vivir. Esa es la frase, dicha por el personaje de Sarandon, que mejor resume la cinta. Y es esa sentencia la que obliga a Paul, Jennifer, Anna y al resto de los personajes a reexaminar sus decisiones pasadas y su conducta futura. La eutanasia es uno de los temas de Blackbird, pero nunca se usa para persuadir ni para aleccionar a quien la está viendo. En definitiva, buen arranque del certamen y buena opción para la inaugural.

    ‘Mano de obra (Workforce)’: de Robin Hood a ‘patrón’

    Lucia Films

    No conocía a David Zonana, que ha convencido, también en Oficial, con Mano de obra, su debut en el largo después de los cortos Princesa (2014), Sangre Alba (2016) y Hermano (2017). Extremadamente naturalista en su puesta en escena -por momentos parece un documental-, la ópera prima del mexicano gira en torno a Francisco (Luis Alberti), un empleado de construcción que, con otros compañeros, levanta una casa de lujo en Ciudad de México. Su hermano Claudio muere repentinamente en un accidente laboral -Zonana lo expone radical y efímeramente y casi como una suerte de antítesis al Paisaje con la caída de Ícaro de Pieter Bruegel- y Francisco pelea sin suerte con sus superiores para que su cuñada, ahora viuda, reciba una indemnización.

    Decía Robert Rodriguez que los presupuestos ajustados te obligan a ser más creativo y que con los abultados tiendes a pensar de más. Aquí no hay creatividad. Sólo un realismo crudo. En eso Workforce me ha recordado, con menores dosis de acción y de violencia, al cine del filipino Brillante Mendoza (Alpha: The Right to Kill). Por tanto, lo más interesante no es nunca la forma y siempre el fondo. La deshumanización del personaje principal y su evolución, de obrero con escasos recursos y arrinconado por las inundaciones a Robin Hood y después a ‘patrón’ de una comuna de okupas, fagocita todo lo demás. A Zonana parece interesarle más que nos planteemos si Francisco había sido siempre así de indeseable o si fue la fugaz riqueza y la oportunidad de imponerse sobre otros y abusar de ellos lo que acabó corrompiéndole. Y con esto, para esta su ‘primera vez’, es más que suficiente.

    Santiago Gimeno

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