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    Vacaciones en el infierno
    Críticas
    2,5
    Regular
    Vacaciones en el infierno

    Alégrame el día

    por Mario Santiago

    En las trincheras del cine de género, existe una particular estirpe de actores que han sabido cincelar subgéneros particulares. Los ejemplos brillan por su omnipresencia: el malogrado Eddie Murphy se ha convertido en el rey de la comedia multipersonaje con sobredosis de espuma de látex; Nicolas Cage es el patriarca del actioner de serie B histriónico-festivo; mientras Paul Giamatti sería el portavoz del drama pseudo-indie con acento neurótico y protagonista en crisis. Una cuestión de carisma actoral... o de puro encasillamiento, según se mire. Por su parte, Vacaciones en el infierno añade un nuevo título al subgénero del cine de acción que lleva inmortalizando durante décadas Mel Gibson: el thriller urbano protagonizado por un tipo duro, temerario, autodestructivo y vengativo (en la línea de cintas como Rescate, Payback, la reciente Al límite o, como no, la saga de Arma letal). Un patrón que, en este caso, adopta curiosos matices gracias al guión escrito por el propio Gibson y por su asistente de dirección en Apocalypto, el debutante Adrian Grunberg.

    Como decíamos, en Vacaciones en el infierno, el thriller made in Gibson sufre algunas interesantes mutaciones. De partida, la "urbe" en la que transcurre la mayor parte de la acción no es una ciudad cualquiera, sino que es "El pueblito": una prisión mexicana de mala muerte reconvertida en un poblado autosuficiente en el que reina con mano de cruel benefactor un mafioso llamado Javi (Daniel Giménez Cacho). Así, la odisea de Gibson (su personaje no tiene nombre) por recuperar el dinero de un robo que le han sisado un policías corruptos se tiñe de cine carcelario, si bien el escenario parece el de una favela que no tiene nada que envidiar a la de Ciudad de dios. Además, al combo genérico cabe añadirle unas buenas dosis de neo-noir: "El pueblito" está controlado por una familia de mafiosos que remite a los italoamericanos de ‘Uno de los nuestros', mientras que el relato se halla puntuado por la chulesca y sarcástica voz en off del protagonista, que se erige en un cruce entre los antihéroes nihilistas del viejo cine negro y los matones bocazas de Quentin Tarantino —además, en su conjunto, la película arrastra ecos del noir posmoderno, pintoresco y macarra de Guy Richie—.

    En conjunto, podríamos decir que la película parece un cruce de El mariachi, Snatch. Cerdos y diamantes y Cadena perpétua: un cóctel que llega a buen puerto gracias a la densidad de la trama, la eficiencia del reparto y la correcta puesta en escena. Puede que la subtrama sentimental que permite la redención moral del protagonista sea tan frágil como un castillo de naipes, pero Vacaciones en el infierno consigue beneficiarse de un cierto halo de humildad, dado que no aspira a nada más que a entretener al espectador, a "alegrarle el día": en uno de los momentos cumbres del filme, Gibson engatusa a un magnate de los negocios haciéndose pasar, al otro lado del teléfono, por Clint Eastwood. Estas son las modestas cartas con las que juega el filme, que no necesita farolear para ganar la partida con dobles parejas de sietes y reinas.

    A favor: El alegre ritmo del relato no decae.

    En contra: El festival de clichés culturales (mexicanos) y de género (noir) puede llegar a saturar.

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