El guión más sencillo no puede ser. Y en parte es lo mejor. No se puede negar que la película, desde un punto de vista cinematográfico, va a tiro hecho. Ya nos conocemos todos, sabemos de qué pie cojea todo el mundo y estamos al tanto de que aquí se viene para ganar. Así que para no andarse ni con zarandajas ni con milongas de medio pelo se decide despojarse de palabrería vacua, de postureo encantado de conocerse (aunque alguna pincelada hay, estamos hablando de ladrones elegantes) y se recurre al modus operandi de la primera parte para no tropezar en nada: alguien a quien despojar, un plan que ejecutar, un equipo que controlar y prever cualquier sorpresa para que nada se salga de madre. Si tienes la fórmula del éxito, ¿para qué cambiarla? Y eso es lo que hacen tanto los guionistas como el director. Claro, saben que entre manos tiene un producto cool, un título que va a tener como reclamo a los actores más atractivos del momento (Clooney, Pitt, Damon, etc) y aún así, ya en la primera escena, demuestra que él, como cineasta, es quien manda. Puede que estemos contemplando un título blockbuster pero aún así, sabiendo que es cine pop en todo su significado, decide apartarse un tanto de lo mainstream para jugar con la comedia y la sorpresa involuntaria en más de una ocasión. Sirva como ejemplo los primeros minutos donde Brad Pitt, a punto de cometer un golpe, recibe una llamada telefónica y para sorpresa de todos abandona el lugar de los hechos, literalmente, para reunirse con la tropa.
El director no deja nada al azar y como de lo que se trata es de conseguir dar un golpe humillante al villano da igual que el dinero vuele o desaparezca mientras el malo de turno reciba su merecido. Aquí lo único que prima es dar una lección a alguien que presume de no necesitarla. Por eso las escenas donde le hacen la vida imposible a la persona que controla que esté todo correcto en el hotel son las más divertidas. Se trata de deleitarse con la fechoría en vez de ir a contrarreloj. No se puede negar que aquí los actores actúan por instinto, ceñidos a una meticulosa puesta en escena y de ahí se desprende que sean personajes casi unidireccionales, sin muchos matices. Es como si lo que vimos en las entregas anteriores es más que suficiente para que los conozcamos de sobras. Por esa razón Catherine Zeta-Jones y Julia Roberts no aparecen en escena, ya no son la parte emocional romántica de los protagonistas y el personaje de Ellen Barkin es utilizada bajo la persuasión para conseguir un propósito en la escena más surrealista y menos acertada de todas aunque sea la más cómica por su paródico planteamiento (el maquillaje imposible de Damon da muestra de ello). Incluso tener a Pacino como el malo de la función no resulta suficiente pues se le nota entre incómodo y poco acertado, como si el traje de villano le resultara demasiado grande.
Es más, la aparición de Andy Garcia como Terry Benedict, aunque ingeniosa, resulta un tanto forzada, utilizando su presencia simplemente para completar o cerrar un círculo (aunque también es cierto que su escena estrella en el programa de Oprah es una especie de guinda del pastel la mar de divertida). Sí, es cierto, el actor amolda el personaje a su don convirtiéndolo en un rol atractivo, elegante, pérfido, dominante y seguro de sí mismo pero ajeno a todo eso poco más puede aportar a todo lo que ya hemos visto en las dos entregas anteriores y aunque se giren las tornas al ser la baza salvadora su presencia es más un cameo que un acierto.
Aún así “Ocean’s 13”, desde luego, es una reunión de colegas dispuestos a pasárselo bien pase lo que pase, orquestando una despedida de soltero por todo lo alto sin dejar pasar la oportunidad de convertir la traca final en una fiesta de disfraces donde todo brilla con luz propia y sin necesidad de efectos especiales ruidosos. Incluso la pequeña escena de gloria para un Don Cheadle salido de madre y que resulta el personaje más divertido de la función es toda una declaración de intenciones: aquí hemos venido a disfrutarlo, sea como sea, pase lo que pase. Es más, los personajes interpretados por Casey Afleck y Scott Caan, que antes eran meros secundarios tienen también su momento especial, con más metraje del que tuvieron en las entregas anteriores y que sirve un poco como crítica al mismo mundo de los casinos donde ponen el dedo en la llaga sobre la parte menos conocida, resaltando como señalamiento los bajos salarios, la contratación ilegal de inmigrantes, las revueltas por un sueldo digno y todo bajo un tono entre cómico, dramático y tierno al mismo tiempo pero sin dejar de lado la risa del momento. Ver a los dos hermanos “gemelos” haciéndose pasar por inmigrantes contratados resulta entre surrealista y acertado.
Mientras tanto, Clooney y Pitt siguen manteniendo la vis cómica y la química entre ambos hasta en los momentos más calmos.
Es verdad que como tercera parte a la película se le pueden achacar muchas cosas: a veces parece que esté dirigida con el piloto automático, no hay demasiado riesgo en la puesta en escena, todo el tinglado es demasiado fácil, no se ahonda en la parte de Matt Damon que es la que daría más juego en cuanto a la relación con ciertos familiares, los actores protagonistas (y varios secundarios) tienen menos protagonismo del que pueda parecer, hay otros tantos que están muy desaprovechados e incluso el villano de la función no resulta tan malo como cabría esperar pues parece más un hombre de negocios sin escrúpulos ególatra y poco más que alguien malvado. Pero aún viendo esos errores pueden llegar incluso a ser considerado como aceptables dentro de la fórmula. Aún señalándolos y reconociéndolos, aún sabiendo todo eso está claro que como tercera parte no se le puede reprochar mucho más.