“Pequeña Miss Sunshine” es una crítica mordaz a la “perfecta” Norteamérica, una interesante comedia dramática, dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris. Un film que se articula como una cinta luminosa que no evita tratar temas espinosos. Porque la familia Hoover son una panda de inadaptados con actitudes extravagantes, pero también son víctimas de una sociedad que premia el individualismo y la homogeneidad. Una familia disfuncional, pero en el mejor sentido de la palabra. El padre ha interiorizado tanto la cultura del éxito, que se pasa el día dividiendo a las personas en triunfadores y fracasados, sin darse cuenta de que él lleva años intentando vender un método de autoayuda sin éxito. El abuelo es un tipo malhablado que consume cocaína, pero que rompe con los tabús que exigen un prototipo de “abuelito” encantador y dulce. El hermano está inmerso en un voto de silencio, en una actitud pasiva que encaja muy bien con su admiración por Nietzsche. El tío Frank es un homosexual melancólico que acaba de intentar suicidarse y que se encuentra en una situación contradictoria, ya que él es un tipo inteligente que daba clases en la universidad y que no se siente muy cómodo en la excéntrica familia de su hermana. La madre es el miembro de la familia más convencional, no tenemos demasiados datos sobre ella y su forma de ser responde a las necesidades de los demás. Y por último está Olive, la hija, que a sus siete años es el personaje con mayores capacidades resolutivas y mayor confianza en sí misma.
Ella sueña con ser como las modelos que ve en la televisión y no le van a importar ni sus gafitas, ni su barriguita para cumplir su sueño de participar en un certamen de belleza. No obstante, el tema de la belleza es otro de los aspectos principales de esta historia. ¿Qué es bello? y ¿quién dice lo que tiene que ser bello? ¿Son más bellas las niñas, disfrazadas de barbies que compiten con Olive en el certamen de belleza? ¿Es Dawyne menos válido por no estar musculado? Para los realizadores de Pequeña Miss Sunshine, la diferencia es lo que te permite ser único y como consecuencia bello. Por mucho que el padre intente advertir a su hija sobre las calorías del helado de chocolate, Olive y su familia intentan por todos los medios hacer aquello que les proporcione felicidad. No quiere decir que no pueda ser modelo, si es lo que ella quiere, simplemente deberá ser consciente si es algo que le hace feliz o es un sueño infantil. En el certamen es muy interesante ver como el padre y el hermano intentan evitar que la niña salga, por miedo a que se rían de ella, y es la madre la que decide seguir, aludiendo a los meses de preparación de Olive y a sus inmensas ganas. Sheryl no se deja condicionar por los miedos o por los cánones, para ella Olive es otra niña más y aunque después se rían de ella, también piensa que es importante que afronte las cosas.
Sin embargo, otro aspecto muy llamativo es, el uso del color que se hace en la película. Por ejemplo no parece casualidad que la furgoneta que utilizan, en este disparatado viaje de tres días, sea amarilla un color que Goethe asociaba a la belleza, el optimismo y la alegría. Además a los seis personajes se les puede también asociar un color. Sheyl lleva la mayor parte del film, una camiseta verde. Un color que Goethe asocia con la juventud, la primavera y la esperanza. Richard va a vestir un pantalón caqui, una camisa granate y unas deportivas. El color caqui tiene elementos del verde, el amarillo y el marrón y como color militar tiene unas grandes connotaciones de fortaleza, seriedad, responsabilidad y moderación. El abuelo lleva unos vaqueros, una riñonera negra y una camiseta blanca. Goethe define al azul como el color de la inteligencia, la paciencia y la calma. Sin duda el abuelo es un tipo inteligente, que no le asusta la guadaña y que lleva un look alternativo que define muy bien su personalidad extravagante. Después tenemos al tío Frank que va todo de blanco, el color de la pureza y de la paz, que además se utiliza para aliviar los trastornos emocionales. Dwayne lleva un pantalón negro y una camiseta blanca con el rostro de Nietzsch. El negro es el color del silencio, el misterio, la tristeza y la noche. Y por último está Olive, en cuya vestimenta destaca por encima de todo el rojo, un color al que Goethe le atribuyó las características de vitalidad y excitación, que encajan muy bien con la alegría poderosa que embarga continuamente a la benjamina de la familia.
Las actuaciones son impecables, cada personaje, a su modo, llena la pantalla capturando, no sólo la atención del espectador, sino también su corazón. Abigail Breslin interpreta a Olive, una prometedora niña que ha demostrado que tiene talento para rato y que aquí desborda gracia, voluntad y una ternura, que te atrapa irremisiblemente. Alan Arkin encarnó al abuelo Edwin, pícaro, en plena crisis moral, pero capaz de conservarse íntegro y afectuoso con su hijo y su adorada nieta. Toni Collete personifica a Sheryl, la madre de Olive, en una actuación excelente, demostrando que es una actriz poco valorada. Greg Kinnear como Richard, el padre de Olive. Paul Dano encarna a Dwayne, en un papel bastante correcto. Y para finalizar, Steve Carell como el tío Frank, quienes redondean un conjunto actoral de primera línea.
En definitiva, una cinta optimista y poderosa en su mensaje, que alaba la diferencia. Una historia sencilla, habitada de grandes interpretaciones y con una cuidada fotografía, ajena a los estragos de la edad, que permite que los espectadores reflexionen sobre la alarmante superficialidad que impera en muchos sectores de la sociedad. Todo ello salpimentado de momentos disparatados y tiernos, en un guión perfectamente equilibrado.
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