Claro está que es fácil apoyarse en la victimización cuando un mundo tan vasto en enriquecimiento nos depara en una actualidad en auge fílmico. Tim Burton, en su momento, no tuvo complejo alguno en encarnar su versión cinematográfica del héroe murciélago, y sin ir más lejos, tuvo el descaro de ir más allá y brindar una secuela que, según entendidos, incluso era mejor que su predecesora. Y todo esto crece a posteriori pues, siendo justos, los cómics ya dejan sentada una base de la cual afirmarse, y queda a juicio de uno cómo interpretarla y llevarla a cabo. No quiero dar a entender que Joel Schumacher sea un burro ante la interpretación de su mundo gótico, vamos, con dos dedos de frente esto no lo piensa cualquiera. Pero esto no sienta que uno, a veces, no se pueda equivocar, y de qué manera.
Desde siempre que Batman ha sido la fuente de inspiración de, me animo a decir, que la mayoría de los individuos insertados en el universo comiquero. Un hombre que hace frente a sus temores, supera la barrera de la frustración y sale adelante resplandeciendo una figura de admiración y respeto, siendo uno de los más brillantes genios que puedan haber existido jamás. Claro, y no olvidemos su gran fortuna. Pero (malditos peros, cuando no arruinando nuestras existencias) todo tiene una contracara, y sí, incluso la tiene Batman y compañía. El superhéroe favorito de la inmensa mayoría no tenía por qué ser ajeno a la humillación, y así, es como de una muy floja pero seductora Batman: Forever, pasamos a un producto que, no sólo se arriesga a ser catalogado como peor, sino que en todo su esplendor podría ser considerado como una parodia descarada y maliciosa del superhéroe de Ciudad Gótica.
Quizás a la larga muchos consideramos perdonar la gravedad de Forever. A ver, lejos de ser perfecto y hasta buena, tenía su encanto. Jim Carrey siempre nos deleita con su humor, y aunque esta vez exageró, no podemos negar que tuvo cierto apego a su papel. Ni de cerca le llenó los zapatos, pero fue medianamente pasable. Mientras que Tommy Lee Jones también hizo lo suyo y se puede llegar a decir que tuvo un acercamiento bastante notable hacia su personaje, aunque en el mismo caso que Carrey, sufrió las consecuencias de su flojísimo lineamiento argumental. Ahora bien, Schumacher parece haber hecho caso omiso al descontento, y para redoblar la apuesta, subió de tono a todo lo que definitivamente estaba mal en Batman: Forever, haciéndolo quedar en ridículo a George Clooney (seguro que luego de ver su penosa interpretación muchas damas ya no lo habrán visto con los mismos ojos) y ni hablar del grotesco trabajo de un Arnold Schwarzenegger totalmente hundido en lo más bajo que pudo caer en toda su carrera. Por los demás, no nos tomemos las molestias de escribir más. No podemos echar culpas a mansalva cuando el sustento que toda cinta debe tener no se hallan presentes en esta burda adaptación.
A fin de cuentas, no todo es en vano. Tanto tiempo transcurrido desde su estreno parece haber alivianado el clima. George Clooney continuó con su brillante carrera, a Schwarzenegger nada le afectó seguir dispuesto a la acción desenfrenada a la par de otros amantes de la adrenalina, Uma Thurman no se vio prohibida a rechazar la mano de Quentin Tarantino en Kill Bill y Schumacher se dio el lujo de trabajar junto a otras bestias del ámbito cineasta. Lamentable la decaída de Alicia Silverstone y Chris O'Donnell, pero supongo que uno también es culpable de lo que le ocurre a la larga. En cuestión, Batman y Robin no es una película del montón, sino que es de esas que ni siquiera pueden pasar al olvido de lo mala que es. Aunque hoy en día, verla no representa un dolor visual, sino más bien una cruda comedia de lo que sería Batman y su Ciudad Gótica en un universo paralelo que jamás quisiéramos visitar.