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    The Assassin
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    The Assassin

    El pasado y sus lecciones

    por Carlos Losilla

    No sé ustedes, pero yo siempre me pregunto si las películas que veo me están ayudando a vivir. Y en este sentido, The Assassin se convierte para mí en una experiencia fundamental. ¿Qué diablos puede tener que ver conmigo una ficción situada en China, en la dinastía Tang, cuyos temas principales parecen ser la venganza y el deseo de poder? O, visto desde la perspectiva opuesta, ¿en qué puede afectarme un artefacto estético montado sobre el decorado y el vestuario, sobre la fuerza del paisaje y la belleza de los movimientos, que no parece ir más allá de sí mismo? Porque esa es otra: la gran tentación, al enfrentarse a The Assassin, consiste en despacharla como una película bonita, incluso sublime en su desbordamiento formal, pero por otro lado vacía de contenido. Eso pueden pensar quienes no conozcan demasiado el cine de Hou Hsiao-hsien, su director, mientras que aquellos que lo admiren puede sentir lo contrario, es decir, unas ganas irreprimibles de establecer correspondencias con su filmografía anterior: que si el retrato femenino, que si el tema de la resistencia... Pero todo se hace evanescente y huidizo, no demasiado sólido para justificar por qué una película como esta nos puede llegar a lo más profundo.

    Yo creo que hay dos razones fundamentales que sustentan esa capacidad de The Assassin para fascinar y, luego, obligarnos a reconocer que tiene mucho que ver con nosotros, que esa historia de una muchacha dedicada a matar, destinada a inmiscuirse en los vericuetos más insondables de la vida cortesana, nos puede resultar más interesante que cualquier narración inane sobre nuestro tiempo. Por un lado, la manera en que está filmada. Por otro, el modo en que nos fuerza a establecer relaciones con una tradición del cine de la que hemos mamado y aprendido. Son las dos cuestiones fundamentales del cine, diría yo: puesta en escena y filiación. La primera nos lleva al deseo de interpretar lo que estamos viendo. Y la segunda nos invita a relacionarlo con otras cosas que hemos visto. Más allá de países y escuelas, de que Hou sea uno de los principales cineastas asiáticos y de que algunas de sus películas se hayan acabado erigiendo en verdaderos “clásicos de nuestro tiempo”, lo importante de The Assassin es que plantea un misterio que reside más en sus imágenes que en su trama y que, a la vez, eso está relacionado con una forma de ver el cine que nos permite situarla al lado de otras películas de la historia que nos han provocado idéntica o parecida emoción, y por idénticos o parecidos motivos.

    En efecto, The Assassin podría reducirse a un argumento de intrigas cortesanas y acción, el ritual de la ceremonia y la furia de las artes marciales. Pero, ¿qué hace Hou? Lo convierte todo en un destilado enigmático e inquietante. Las conversaciones en interiores suntuosos se transforman en miniaturas que huyen de todo aspaviento dramático para dejarnos ver su carácter escénico, su cualidad de pura representación. Y los combates están filmados y montados de manera que rechazan cualquier tipo de espectacularidad para convertirse en una gestualidad entrecortada, como si la emoción debiera surgir del contraste entre las cosas que vemos y las que no vemos. No debemos preocuparnos tanto de lo que está pasando como de un determinado travelling lateral, de una elipsis que hace que la acción no nos lleve del choque una espada con otra, como es costumbre, sino del momento en el que se alza la primera a aquel otro en que se depone la segunda. Y no debemos tenerle miedo a esta estrategia: Hou está apelando más a nuestra capacidad de relación que a nuestra ansiedad por seguir una historia. Por eso The Assassin parece una película argumentalmente complicada, incluso impenetrable. Y por eso esta cualidad suya la hace tan bella, tan emotiva. No, no se trata de recrearnos en esa dificultad. Se trata de reivindicar que el cine es un arte de la sugerencia, y que una película como esta debe ser capaz de mostrarnos sutilmente el mundo, incluso entrecortadamente (de ahí tantos velos, tanta distancia, tanta niebla y tantos obstáculos interpuestos a la visión), para transmitirnos que las apariencias que vemos sólo son la punta del iceberg de una realidad oculta que estamos obligados a reconstruir. Como esa “asesina” que se encuentra a sí misma en el rechazo a seguir las órdenes de sus superiores, que halla su camino en la decisión de hacer las cosas por sí misma, también yo, como espectador, aprendo un poco más a vivir interpretando esas imágenes, extrayendo su sentido más allá de lo que parecen decirme. El cine me demuestra que la vida no es lo que aparenta, que no todo es tan sencillo.

    Pero eso no sería tan importante si The Assassin, además, no estableciera una densa corriente de intimidad entre sus propuestas y las de otras películas que, a lo largo de la historia del cine, han pretendido lo mismo. Al fin y al cabo, hay muchos cineastas que nos proponen ese tipo de historias elusivas, que nos obligan a interpretarlas, a intervenir en ellas. Pero no todos con esa obsesión por el pasado en un doble sentido: la historia situada en el pasado y el tiempo pasado como protagonista de la historia. Nuestra “asesina” viene de su propio pasado para poner orden en el presente, y Hou filma su historia con la conciencia de alguien que sabe que el cine es un arte del presente y, por lo tanto, toda película está condenada a quedar en el pasado a medida que se cuenta. Así es como The Assassin comparte el espíritu de algunas obras mayores de John Ford, Josef von Sternberg, Kenji Mizoguchi o Eric Rohmer, como por ejemplo Siete mujeres (1966), La saga de Anatahan (1953), La emperatriz Yang Kwel-fel (1962) o El romance de Astrea y Celadón (2007), todas ellas reflexiones sobre el modo en que ciertos personajes e incluso el espectador pueden romper el velo de las apariencias y llegar a una verdad desnuda, esencial, que tiene que ver con un gesto estético. Y así como el film de Hou ayuda a vivir: no dándonos burdas lecciones de autoayuda, como lamentablemente hacen muchas películas actuales, sino transmitiéndonos que la verdad siempre está en otro sitio, y que la belleza reside en su búsqueda.

    A favor: No es solo una obra cumbre de uno de los cineastas mayores de nuestro tiempo, sino también una obra cumbre de la historia del cine.

    En contra: Su propuesta es tan sutil y arriesgada que puede costar mucho tiempo llegar hasta ella.

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