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    Un été brûlant (Un verano ardiente)
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Un été brûlant (Un verano ardiente)

    Las ruinas del amor

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Probablemente 'Un Été Brûlant (Un Verano Ardiente)' no se convierta en la película de Philippe Garrel más recordada (esa función la cumple de manera sobresaliente 'Les amants réguliers', llamada a ser el gran trabajo autobiográfico del cineasta, si es que alguno de sus largometrajes no puede considerarse como tal), pero sí ha de verse como la más singular, quizá la menos propia del cineasta, la más distante de sí mismo y del resto del mundo. Una película fuera del universo garreliano y al mismo tiempo, profundamente suya.

    Garrel vuelve al uso del color tras años filmando sus fantasmas en blanco y negro ('La cicatriz interior' y 'Les haute solitudes', sus grandes primeros trabajos, son en color) y lo hace para enamorarse, como en su día Jean-Luc Godard, de la luz del mediterráneo. El vínculo entre uno y otro cineasta no se acaba ahí: 'Un été brûlant' se busca en la devastadora gran obra maestra del franco-suizo, ''El desprecio (Le Mépris)', para pensarla a través de sí mismo, a través de la experiencia amorosa (en vez de la intelectual), por supuesto, siempre trágica. Y si Godard se apropió de la pasión de Brigitte Bardot y la transformó en el objeto de deseo máximo bajo la eterna luz de Capri, Garrel nos muestra a una sensual, voluptuosa y madura Monica Belluci, belleza mediterránea por excelencia y arquetipo, asimismo, de la belleza fatal. Con todo, 'Un été brûlant' no debe verse como una recreación de 'El desprecio' -aunque haya mucho de ese trabajo en su esencia-, sino como una variación que trata de establecer con la cinta de Godard contrarios antes que símiles. Del mismo modo, las contradicciones sobrevuelan toda la película. Y es que podría parecer que Garrel se hubiera quedado anclado en el tiempo -las conversaciones sobre la lucha de clases, cierta vida bohemia, las incoherencias intelectuales y la acomodaticia vida burguesa que retrata son tan anacrónicas como ridículas, por imposibles-, pero el cineasta se muestra asimismo muy consciente de que los años y las ideas se han ido para no volver. En este sentido, resulta reveladora la escena del personaje de Louis Garrel paseando por las ruinas de una Cinecittà ruina de sí misma, vestigio de las grandes obras del cine del pasado, proyección del tambaleante estado emocional del protagonista.

    A los seguidores del cineasta tampoco se les escapará que la escena de baile que Garrel filma en este 'Un été brûlant' se hermana con la famosa escena de baile al son de The Kinks que funciona de visagra emocional en 'Les amants réguliers': ambas están rodadas desde el punto de vista del personaje de Louis Garrel, hastiado, fuera de plano, fuera de la situación, marginado de una historia que le echa una y otra vez. La secuencia del baile no es la única similitud con ese trabajo previo: como en todo el cine de Garrel, las películas giran y giran sobre sí mismas en una continuo devenir de encuentros y desencuentros entre ellas, en un movimiento sin fin cuyo objetivo es dar con la plástica y el tono definitivo del sufrimiento amoroso. Romanticismo al límite.

    A favor: Que Garrel haya vuelto al color al descubrir la luz del Mediterráneo.

    En contra: Que se estrene en España tan tarde.

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