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    Soul Surfer
    Críticas
    1,5
    Mala
    Soul Surfer

    Competición y compasión

    por Mario Santiago

    De entre las espumeantes olas de la costa de Hawai —aunque lejos de los quebraderos de cabeza del George Clooney de 'Los descendientes'— surge una Venus de Milo que cabalga sobre una tabla de surf. Podría ser una sirena, aunque se parece más a una Barbie a la que una niña rebelde la ha amputado un brazo. En realidad, se trata de la actriz AnnaSophia Robb ('Un puente hacia Terabithia'), que en 'Soul Surfer' dramatiza la historia real de Bethany Hamilton, una joven amante del surf que encara el reto más grande de su vida cuando un gigantesco tiburón le cercena y engulle el brazo izquierdo. Sí, estamos ante uno de esos relatos "más grandes que la vida", una épica historia de autosuperación, la demostración de que, como anuncia el lema de Adidas, "imposible is nothing" (este descarado alarde de "product placement" viene muy al caso, dado que estamos ante una película que parece a ratos una campaña publicitaria de la marca Rip Curl).

    No puede negarse que la película da lo que promete: una calculada combinación de cine deportivo, juvenil y sobre todo familiar. Dicho esto, el interés radica en cómo este cóctel genérico transforma el ataque de un tiburón en una perniciosa amenaza al corazón del espíritu americano. Aquí parece pertinente mencionar por primera vez el nombre de Steven Spielberg: 27 años atrás, el escuálido de 'Tiburón' instauraba el pánico en la isla de Amity y ponía en jaque el patriarcado del jefe de policía Martin Brody (Roy Scheider). Por su parte, el tiburón de 'Soul Surfer' parece más inofensivo, pero su embestida deja una huella más profunda. Golpeada por la tragedia, la heroína de la función está a punto de renunciar a sus valores: coraje, determinación, competitividad, ingenuidad y fe; una disección casi perfecta del imaginario yanqui. En todo caso, no hay que preocuparse demasiado, el sueño americano sigue imperando en Hollywood y no hay nada que pueda con la férrea voluntad de Bethany, encarnada simbólicamente en la tabla de surf que lleva pegada al brazo derecho y la Biblia que sustituye espiritualmente a su amputado brazo izquierdo.

    De hecho, la resurrección de la protagonista se certifica cuando, en el momento más crítico de su odisea, un viaje humanitario a Tailandia (arrasada por el tsunami de 2004) da lugar a una revelación: la vida continúa. Y aquí viene la segunda mención a Spielberg: 'Soul Surfer' bebe de una larga tradición fílmica americana que convierte los episodios más aciagos de la Historia en oportunidades para la celebración del heroísmo, la compasión y la bondad humanas. La apoteosis de este cine la podemos encontrar en filmes como 'Forrest Gump' y su legado se perpetúa en todo el cine histórico-bélico de Spielberg, de 'Salvar al Soldado Ryan' a 'Caballo de guerra'. 'Soul Surfer' sólo picotea superficialmente en esta fuente de sospechoso humanismo, pero resulta suficiente para que la protagonista inscriba un nuevo mandamiento sobre su tabla de surf: "serás compasiva".

    A nivel cinematográfico, 'Soul Surfer' tiene poco que aportar más allá de la posibilidad de regodearnos nostálgicamente en aquellos tiempos en los que disfrutábamos con perlas ochentenas como 'Karate Kid' o joyas de los noventa como 'Rudy'; para mí, el súmmum de la épica deportiva. Dirigida por Sean McNamara ('Bratz: La película'), alias Big Mac (no es broma), el filme planea cómodamente sobre las anodinas olas del academicismo más comercial, y para hacerse una idea de su acartonamiento narrativo no hay nada mejor que repasar la larga lista de guionista acreditados (7 para la historia y 4 para el guión). ¿Cuánto de original puede quedar en un texto después de pasar por 11 manos diferentes, la mayoría de ellas seguramente obsesionadas con "pulir" el material? Bajo estos parámetros, las delicias ocultas bajo ‘Soul Surfer' son pasajeras, decididamente efímeras: algunos planos "subjetivos" de las tablas de surf, la afortunada confluencia de postales playeras y las notas del 'Gimme Some Lovin' de Steve Winwood, y las pequeñas incursiones en el kitsch a la hora de representar un periplo por el más allá.

    A favor: Dennis Quaid: descamisado, apesadumbrado o sobre todo sonriente. El tipo tiene el don de alegrarle a uno el día.

    En contra: El periplo de la película por la arrasada Phuket, en Tailandia.

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