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    Una botella en el mar de Gaza
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Una botella en el mar de Gaza

    Romeo y Julieta en la franja

    por Daniel de Partearroyo

    El segundo largometraje para el cine del director francés Thierry Binisti, habituado al lenguaje televisivo, puede no ser un prodigio de puesta en escena o sensibilidad visual, pero sí demuestra tener un mínimo de sutilidad y autocontrol para tratar un tema que fácilmente podría ser pasto de recursos sensacionalistas y discursos simplificados en imágenes cliché. Con Valérie Zenatti (escritora francesa que pasó su adolescencia en Israel, donde hizo el servicio militar) colaborando al guión en la adaptación de su propia novela publicada en 2005, 'Una botella en el mar de Gaza' apuesta por el trabajo de narración desde los personajes. Resulta evidente que Tal, la joven francesa de 17 años que acaba de mudarse a Jerusalén con su familia, es un álter ego de la propia escritora, que seguramente se haría sus mismas preguntas sobre las difíciles relaciones entre los israelíes y los palestinos. Preguntas que se pueden tildar de demasiado inocentes (al fin y al cabo, son resumibles en "¿por qué no podemos llevarnos todos bien?"), pero que no hay que olvidar que provienen de una adolescente perdida en la nueva ciudad tras su vida en Francia y deseoso de entablar contacto con alguno de quienes son tildados continuamente como "los otros".

    Dentro de esa lógica de relato naíf, la pregunta de Tal va escrita dentro de una botella lanzada al mar en busca de respuesta, pero pronto se traslada al correo electrónico cuando la recoge Naïm, un joven palestino de 20 años que le escribe e-mails bajo la identidad de Gazaman. Lo mejor del retrato que hacen Zenatti y Binisti de estos dos jóvenes en sus vidas diarias es que no cae en la tentación de buscar una solución definitiva a un conflicto enquistado que le vendría demasiado grande; ni siquiera enarbola ninguna posición, sino que se mantiene a ras de las personas. La relación epistolar a través de internet que se desarrolla entre los dos amigos (que se va acercando al tropo de Romeo y Julieta de forma progresiva, pero libre y desintencionada) discurre de forma natural y sin forzar el dramatismo más allá de lo esperable en su situación. Dos detalles de buen gusto que chocan frontalmente contra una banda sonora, a cargo de Benoît Charest, esta vez sí, excesiva y sensacionalista, que impone su emotividad forzada por encima del naturalismo con el que están captadas las interpretaciones.

    Desafiando su referencia a los mensajes encerrados en botellas, 'Una botella en el mar de Gaza' desemboca en un final abierto y tan frustrante como realista. Si el personaje de Tal, con su mirada inteligente y voluntad de comprender lo incomprensible podía recordar al de otras chicas jóvenes que han sido utilizadas como fiscales del odio y la barbarie —pienso sobre todo en lo que hacía Lubna Azabal en 'Paradise Now' (Hany Abu-Assad, 2005)—, el desencuentro final, enmarcado por un no-lugar tan, paradójicamente, territorializado y agresivo como es el paso de Erez que comunica Gaza con Israel, es capaz de remitir a la implacabilidad de referentes que quizás le vengan tan grandes como un Jia Zhangke light, pero no deja de ser encomiable que una película tan pequeña pueda provocar esa asociación.

    A favor: La contención dramática.

    En contra: La insufrible, sobredimensionada y casi omnipresente banda sonora.

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