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    En la playa de Chesil
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    3,0
    Entretenida
    En la playa de Chesil

    Contención frente a desasosiego

    por Quim Casas

    El novelista británico Ian McEwan ha corrido suerte dispar en el cine. La mejor adaptación de uno de sus libros continúa siendo El placer de los extraños, la versión que un Paul Schrader en estado de gracia realizó de El placer del viajero en 1990, con sensual y a la vez perturbadora banda sonora veneciana de Angelo Badalamenti. El inocente, de John Schlesinger, y El jardín de cemento, de Andrew Birkin, ambas realizadas en 1993, tenían cierto interés, el de los puntos de partida de las respectivas y homónimas novelas, pero no alcanzaban a reproducir la atmósfera descrita en las páginas impresas. El intruso (2004), de Roger Michell, pasó sin pena ni gloria pese a acercarse bien al pulso que McEwan establece casi siempre con la ética y el amor. Expiación (2007), de un también inspirado Joe Wright, ocuparía el segundo lugar de la lista. ¿Y dónde colocaríamos En la playa de Chesil, adaptación a cargo de Dominic Cooke de la triste y dolorosa novela Chesil Beach, publicada en 2007? En un punto intermedio entre la fidelidad a la prosa del autor cuando habla de los amores extraviados y de las complejidades del afecto, y una cierta edulcoración del cine de consumo, en este caso acorde a las formas a veces tan complacientes de la cinematografía británica.

    La edulcoración se produce en la parte final de la película, una adenda que no se corresponde con el desenlace más seco y contundente del libro. En todo caso, no es una traición: por vez primera, McEwan escribe la adaptación al cine de una de sus obras, así que ese final distinto, esa secuencia cuatro décadas después de los hechos narrados, tiene su consentimiento y aprobación. Es también productor ejecutivo del film (como ya lo fue de El intruso y Expiación), de modo que el control sobre el resultado final es mucho mayor del que acostumbran a tener otros novelistas cuando se implican directamente en el trasvase de uno de sus libros a la pantalla. Vamos, que ha tenido menos líos con el cine que los vividos por John Irving cuando escribió el guión de Las normas de la casa de la sidra según su novela Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra.

    Los actores (Saorsie Ronan ya intervino en Expiación) le funcionan en esta historia frágil y esquiva sobre la incomodidad, la inexperiencia sexual y el conflicto producido por la renuncia de uno de los dos al amor físico, que diría Gainsbourg. La puesta en escena es digna de un telefilme de la BBC, todo medido, todo pausado. La estructura en dos tiempos, el presente, en el hotel cerca de la playa de Chesil donde la pareja experimenta su dolorosa noche de bodas, y el de los recuerdos que surgen en una y otro a partir de esa situación, resulta bastante fluida. Pero algo falla precisamente en esa contención, ya que la escritura de McEwan, aunque también de apariencia neutra, produce generalmente un desasosiego que en el filme aparece en cuentagotas.

    A favor: La interpretación sobre todo de Saorsie Ronan, y la descripción de la incomodidad sexual.

    En contra: Su exceso de contención y una última secuencia innecesaria.

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