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    Profesor Lazhar
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Profesor Lazhar

    La invasión del cine sin alma

    por Carlos Losilla

    En el cine de ahora muchas veces se confunde el esbozo con la incapacidad de pintar. Quiero decir que los críticos hemos alabado tanto un cine del apunte, de la alusión, a veces incluso del vacío, que al caer en determinadas manos ha acabado convirtiéndose en puro humo, en una recopilación de escenas que delatan otro tipo de vacío, el de quien no dispone de formas propias para hacer una película. 'Profesor Lazhar' es un ejemplo perfecto de todo eso. La apariencia es sobria, apenas unas notas de piano, apenas unas pinceladas argumentales, sin dramatismos ni exageraciones, pero en el fondo todo resulta tan convencional que la tramoya asoma detrás de cada gesto supuestamente sutil, de cada escena simplemente apuntada, de cada personaje con sus misterios y sus secretos.

    Misteriosa y secreta, eso quiere ser 'Profesor Lazhar'. Un maestro argelino que llega a Canadá con un pasado que no querría recordar. Y luego la maestra a la que sustituye, que se ha suicidado por razones que nunca se nos explicarán. No obstante, lo que debería construirse alrededor de una ausencia y de un duelo es incapaz de tomar la forma de una sugerencia, de golpear en silencio al espectador, que cava y cava en las imágenes sin encontrar más que aquello que se le da. Y eso es muy poco: ante la impotencia del director, terminan aflorando los temas de siempre en este tipo de películas, los niños desamparados, la escuela que no puede hacer frente a determinadas cosas, el aprendizaje de un rito de paso, esta vez también aplicable al tal Lazhar.

    Y es una lástima, porque el film de Philippe Falardeau tenía material para eso y para mucho más. Por ejemplo, para ilustrar los límites de la corrección política en la educación contemporánea. O para el choque de culturas que representa la irrupción de ese argelino solitario en la civilizada Quebec. Sin embargo, uno tiene la sensación de que todo eso ha sido sustituido por una poética de lo inacabado tan pulcra como aquello que quiere evitar. Y entonces surgen todos los convencionalismos, incluso un final compuesto de varias etapas, a cual más impostada, que pretende cerrar todos los frentes: la situación del maestro, su relación con los niños y con la escuela...

    Es cierto que hubiera podido ser peor, que el sentimentalismo hubiera podido adueñarse de todo, que el dibujo del personaje podía haber sido aún más patético, que los tópicos se podían haber desplegado con mayor intensidad. Pero fíjense bien: siempre digo más, más, más, lo cual quiere decir que la intención persiste, por mucho que se quiera disfrazar de elegancia y melancolía. Ahí, en el filo del quiero y no puedo, juega sus cartas una película que, por desgracia, no está sola. Se parece a tantas y tantas que he visto últimamente, que invaden las salas de versión original, que se pasean por los festivales para entrar en el mercadeo de la finesse, que ya ni siquiera me sorprende. Están aquí, es un hecho.

    A favor: no sobrepasa ciertos límites que la harían intolerable.

    En contra: no sobrepasa ciertos límites que la harían más interesante.

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