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    Fe de etarras
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Fe de etarras

    Nunca el terrorismo fue tan divertido

    por Alejandro G.Calvo

    Que Borja Cobeaga y Diego San José son dos genios de la comedia española contemporánea es algo que se sabía desde que lo petaron con su show televisivo Vaya semanita (2003). Cineastas bregados en el mundo del corto -si no habéis visto Un novio de mierda (2010) corred a hacerlo-, han demostrado ser un tándem implacable a la hora de firmar algunas de las mejores comedias que se han hecho en España en los últimos años: las delirantes Pagafantas (2009) y No controles (2010) -creando a uno de los personajes más icónicos del cine español reciente: Juancarlitros- y, en un tono más cercano a Alexander Payne, Negociador (2014). Es cierto, el gran público básicamente les conoce por haber escrito los libretos de Ocho apellidos vascos (2014) y Ocho apellidos catalanes (2015), películas que, pese a su indudable tirón de público, son muy inferiores a su propia obra en común. 

    Con Fe de etarras, películas producida por Netflix (gran noticia), Cobeaga y San José vuelven a deslumbrarnos con una comedia de corte clásico -podéis pensar en Luis Berlanga, claro, pero también en el José María Forqué de Atraco a las tres (1962) o la Furia española (1974) de Francesc Bertriu- donde vemos a un comando etarra bastante chapucero malvivir en un piso madrileño a la espera de órdenes del alto mando. Tiene el asunto algo de Sonatine  (1993), la obra maestra de Takeshi Kitano, en la que veíamos a unos yakuzas jugar como niños en tiempo suspendido, también a la espera de que les dieran órdenes de atacar de nuevo. Obviamente en la película de Cobeaga la violencia brilla por su ausencia o, mejor, por ser una chapuza digna de sus hacedores. Porque Fe de etarras busca hacer el retrato imposible, es decir: en clave de comedia absurda (aunque muy inteligente) de una banda armada que, durante cincuenta años, tuvo aterrorizada a todo un país. 

    Así, sin alzar mucho la voz (no sea que les oigan), la película es una concatenación de gags que valen tanto como el peso total de la película en sí. Cuatro personajes: el terrorista cobarde (Javier Cámara), el terrorista chiflado (Julián López) y un par de novios sentimentalmente en zona pantanosa (Gorka Otxoa y Miren Ibarguren), entregados a una sitcom con, básicamente, un solo escenario, redoblan sus contradicciones dudando si tirar por el amor a Euskal Herria o por el amor a las croquetas de la vecina (“En ETA antes se comía de cojones”, dice un enfurismado Cámara). A medida que el absurdo se va adueñando de su cotidianidad -con un Julián López totalmente desatado, casi lo mejor de la función-, la espiral chiflada va ganando enteros casi tanto como España iba ganando los partidos en el Mundial de Sudáfrica que sirve de telón de fondo de la narración. El equilibrio impuesto por el guión de Cobeaga y San José, por eso, hace que no haya un solo altibajo rítmico y que ninguna broma devore a las demás (el error común de sus 8 apellidos, donde por cada buen chiste había cien desastrosos). Por eso la comedia fluye imparable, porque te ríes tanto cuando ves gritar a “Jordan/Stallone/Seagal” a una telefonista “¡Gora Euskadi!” como cuando les dicen que no dejen de hablar, ante la amenaza de un micro, y se ponen a tirar de lugares comunes como el tiempo (“y con esta humedad”).

    No sé, a mí Fe de etarras me parece una auténtica maravilla. Ya no sólo por lo mucho que me he reído sino por lo mucho que significa. Ojalá dentro de unos años alguien haga algo así con el procés, el DUI y la 155. Entonces seguro que habremos crecido, ya no como país (ese no es mi tema), pero sí como personas humanas. 

    A favor: Los actores, una raza de cómicos imparables. 

    En contra: La absurda campaña de odio en contra de los anuncios de la película.

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