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    El ladrón de palabras
    Críticas
    3,5
    Buena
    El ladrón de palabras

    La vida y la ficción

    por Quim Casas

    El ladrón de las palabras gira en torno a la literatura, al hecho de crear jugando con las palabras, a las ficciones que se mezclan con la realidad y a los asuntos verdaderos que son adornados con los elementos de la ficción. Adopta, consecuentemente con ello, una estructura con tres capas narrativas: Dennis Quaid, un brillante novelista, lee las dos primeras partes de su última novela ante un auditorio entregado / Bradley Cooper, protagonista de la ficción urdida por el personaje de Quaid, vive su propia historia intentando triunfar como novelista hasta que encuentra un manuscrito original y anónimo, lo hace pasar por suyo y se convierte en escritor de moda / Jeremy Irons, el verdadero autor de este libro, se encuentra con él y le cuenta las razones por las que lo escribió y cuanto de realidad y tan poco de ficción hay en ese relato.

    Tres personajes, tres historias, dos novelas. Todos los relatos conllevan una relación amorosa más duradera o más fugaz (Irons y la esposa que perdió, Cooper y la esposa que está a punto de perder, Quaid y la estudiante de Literatura que le seduce porque en realidad quiere saberlo todo sobre su novela) y se conjugan en función de esas palabras que uno roba al otro según la historia que el tercer personaje masculino ha decidido crear, aunque siempre nos quedará la duda de si el escritor encarnado por Quaid no ha usurpado también las palabras escritas por otro, su personalidad literaria, de modo que el bucle nunca llegaría a cerrarse.

    El ladrón de las palabras es interesante por sí misma -aunque un poco parca dado el caudal de ideal que desprende en torno a la vida y la ficción– y por aquello que deja entrever, por sus sugerencias más que por sus certezas. El filme ha necesitado de dos directores, los debutantes Brian Klugman y Lee Sternthal, algo no muy habitual a no ser que se trate de dos hermanos (los Taviani, los Coen, los Farrelly, los Hughes, los Pang). Con todo, quien parece llevar las riendas del proyecto es Bradley Cooper en su doble función de actor y productor ejecutivo, estableciendo una distancia entre su primera imagen (la de la teleserie Alias) y la que le ha instaurado como una de las estrellas de la comedia hollywoodiense (Resacón en Las Vegas).

    En un momento del relato, cuando todos los elementos de la historia van cuajando, el anciano personaje de Irons asegura que todos tomamos decisiones, pero lo difícil es vivir con ellas. El ladrón de las palabras es también una película sobre esta idea impregnada de lucidez y de dolor: los tres protagonistas masculinos del filme han tomado decisiones, sumamente drásticas en dos de los tres casos –una ruptura no deseada y el hurto de un libro ajeno–, pero no alcanzan a conocer la dimensión de sus actos hasta que deben enfrentarse a la idea de una existencia marcada por esas decisiones. Aquí la película se crece aunque esté, paradójicamente, llegando a su fin.

    A favor: la buena vertebración entre las tres historias que fluyen en paralelo narrativo.

    En contra: el exceso literario, la dificultad de conjugar esas palabras robadas con las imágenes creadas.

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