Django desencadenado (Django unchained, USA, 2012), de Quentin Tarantino.
El visionado de cada película de este cinéfilo antes que realizador, proporciona entre otras, la curiosa sensación de que asistimos a un collage visual y sonoro de sus pasiones cinéfilas, antes que a una proyección de un film en sí mismo. Casi podemos imaginárnoslo narrando cómo, para rodar determinada escena, tomó elementos de tal película o tal otra. Sus imágenes son absolutamente reconocibles y la banda sonora que las acompaña o subraya, suele ser exportada de otros títulos que, según él, ya escucha desde la escritura del guión y que resulta, la mayoría de las veces, apropiadísima para la secuencia en la que es colocada.
El nuevo “juguete” del actual “niño terrible” de Hollywood, apuesta por un subgénero con el que llevaba tiempo amenazando con amenizarnos: el spaguetti-western. De alguna manera, toda su filmografía siempre ha estado marcada por la influencia de realizadores como Sergio Leone y sus acólitos, que profundizaron el subgénero llevándolo, salvo raras excepciones, a las catacumbas del cine, pero esa es otra historia. Tarantino se ha cansado de decirnos cómo da las directrices a sus técnicos para lo que denomina “el plano Leone”, ese que marcaba la mirada de los personajes ocupando la totalidad del encuadre subrayadas por la interminable música de Ennio Morricone. Por otra parte, la venganza, tema muy recurrente en el Spaguetti Western, siempre ha estado muy presente en el cine de Quentin Tarantino.
El realizador norteamericano oriundo de Tennessee, siempre ha tenido un propósito revisionista con sus películas, acomentiendo con todas ellas, un cine marcádamente “de género”, que consigue llevar a su específico terreno, igual de reconocible que sus guiños conéfilos. En este sentido, Reservoir Dogs (USA, 1992), su ruidoso debut encumbrado en el festival de Sundance y su posterior trabajo de consagración, Pulp Fiction (USA, 1994), formaron un formidable díptico que revisionaba el film noir, en una narración con influencias de Martín Scorsese, John Woo y Stanley Kubrick, con unos toques de Jean Luc Godard, tamizada por la relectura del cine clásico emprendida en los años 70 por el cine de su país. En ellas, el cineasta dirigía su particular mirada a la delincuencia actual, la camaradería masculina, la traición... todo ello bañado en memorables secuencias dialogadas, en las que irrumpía una nada redentora violencia, hasta entonces latente. Jackie Brown, (USA, 1997) partia de un texto de Elmore Leonard, que le permitía componer un particular y suculento homenaje al cine blaxploitation (cine de acción con actores afroamericanos de protagonistas e ilustres voces de la música negra en la banda sonora) con Pam Grier, una de sus miembros más ilustres, quien fuera protagonista de Foxy Brown (USA, 1974), de Jack Hill, a la cabeza del reparto, en uno de los puzzles humanos más apasionantes vistos en pantalla, que cuenta con una labor sobresaliente de Tarantino tras la cámara. El otro díptico de su carrera, Kill Bill volúmen 1 (Kill Bill, Volume 1, USA, 2003) y Kill Bill, volúmen 2 (Kill Bill, Volume 2, USA, 2004), mira hacia el cine Wu Xia (cine chino de espadas y artes marciales), pero también hacia el spaguetti western, como acredita la idea de la venganza, que funciona como el motor de la acción. Además, en ellas ya escuchábamos música de Luis Enrique Bacalov y de su adorado Ennio Morricone extraídas de emblemáticas muestras del subgénero. Death Proof fue su contribución a esa causa emprendida, junto a Robert Rodríguez, de resucitar el Grindhouse, ese formato de cine de serie z (de muy bajo presupuesto, con bastante acción y algunos elementos de gore) para programas dobles. En ella homenajea sin rubor todo ese ramillete de películas de persecuciones automovilísticas, trufadas con un erotismo desenfadado, que poblaron la cartelera de los años 60 y 70, con Faster pussycats kill, kill (USA, 1965) de Russ Meyer, 60 segundos (Gone in 60 seconds, USA 1974), de H.B. Halicki y sobre todo, la excelente Punto límite cero (Vanishing point, USA, 1971), de Richard C. Sarafian, a la cabeza. Sin duda mereció mejor fortuna esta elaborada y disfrutable pieza de camara, que rinde clara pleitesía a la especialista neozelandesa Zöe Bell, con un impagable Kurt Russell en la piel del sádico stuntman Mike. A la hora de abordar el género bélico en Malditos Bastardos (Unglourious basterds, USA, 2009), Tarantino prácticamente renuncia al homenaje al cine clásico de su país (sólo hay algún guiño puntual). Dirige su mirada hacia el cine de hazañas bélicas emprendido por los italianos, terribles fagocitadores de géneros y secuelas durante los 70 y primeros 80, con más de una referencia a Aquel Maldito tren blindado (Quel maledetto treno blindato, Italia, 1978) de Enzo G. Castellari (exhibida en USA con el título nada casual de The Inglorious Bastards). El resultado, que también contiene algún guiño visual y sonoro al spaghetti western, es una irreverente y fascinante decostrucción del cine bélico, hábilmente sustentada en el astuto contraste idiomático que Tarantino consigue convertir en absolutamente imprescindicble para el giro de los acontecimientos de su trama (por ello su visionado en su versión original es obligatorio, prácticamente un derecho irrenunciable), que catapultó al estrellato al austríaco y políglota Christoph Waltz y al inglés de ascendencia alemana Michael Fassbender, absolutamente geniales en sus papeles respectivos.
Su octavo largometraje, sin duda nuevamente un film de género, reverencia, como ya hemos apuntado, emblemáticos films del tantas veces referenciado Spaghetti western. Su propio título remite al firmado por Sergio Corbucci en 1966, cuyo protagonista, Franco Nero, tiene un pequeño, pero cómplice, papel. La música de Bakalov y de Morricone, como no, vuelve a subrayar algunas imágenes. El tema de la venganza también flota en el aire: el esclavo Django (Jaime Foxxx), se desquita de tres hermanos forajidos que azotaron a su esposa Brumhilda (Kerry Washington), para emprender, junto a su mentor, el Dr. King Shultz (el definitivamente habitual Christoph Waltz) el rescate de la esposa de aquél, comprada por el temible Calvin Candie (Leonardo DiCaprio) que entretiene su existencia organizando peleas de mandingos. El realizador impregna a sus personajes en esa amoralidad tan intrínseca al subgénero (que en su día cambió el western para siempre, despojándolo del maniqueísmo) con la estudiada coartada de la profesión de los protagonistas de caza recompensas. Pero el film también contiene muchos y calculados elementos del Blaxploitation. En tal sentido, son recurrentes los guiños hacia aquellos westerns que tenían a la estrella y ex jugador de rugby Jim Brown como protagonista absoluto, como las mediocres 100 Rifles (USA, 1969) de Tom Gries o El Cóndor (USA, 1970), de John Guillermín, que ya empleaban (herencia del western europeo que tanto furor causaba) esos molestos zooms a los que este Django rinde pleitesía auténtica, o el inserto de canciones un tanto estridentes para los créditos o las secuencias de tránsito, ahogando todo atisbo de sonido natural. Para tal fin, Tarantino rescata canciones de James Brown, Johnny Cash o Jim Croce, entre otros muchos. El balance final deviene en un elaboradísimo nuevo mapa humano plagado de personajes absolutamente sensacionales, cuyo guión brinda secuencias muy reconocibles en el cine de su autor: el mencionado despliegue de generosas escenas de aderezadas de diálogos ingeniosos y chispeantes (es una seña de identidad del realizador el tomarse su tiempo para que sus personajes hablen y se den la réplica), unas súbitas set pieces de violencia atroz, cuidadosamente elaboradas y montadas, numerosas referencias cinéfilas... Todos estos elementos, insistimos, fácilmente identificables, recorren los entretenidos 165 minutos de metraje, y es que Tarantino tiene muy claro lo que su público quiere ver... y se lo da, en generosas dosis. Probablemente hubiera sido deseable una conclusión del film en el primer tiroteo en Candieland, la plantación del villano, suprimiendo los últimos veinte minutos, pero hay que reconocer la gran habilidad del cineasta para mantener al espectador clavado en su asiento, disfrutando cada una de las líneas de guión y los giros de éste, servidas por las fabulosas interpretaciones de un grupo de actores entregadísimos al juego de su autor, que componen un nada ortodoxo reparto que nos vuelve a colocar en pantalla actores carismáticos, que sin duda vivieron tiempos mejores, como James Remar (habitual en emblemáticos títulos del realizador californiano Walter Hill), Don Stroud (villano de algunos títulos importantes de los 60 y 70), James Russo, Bruce Dern o Russ Tamblyn, junto a los habituales y cómplices Samuel L. Jackson, Tom Savini, Michael Parks o el mencionado Christoph Waltz, donde encajan perfectamente las novedades en su cine como Don Johnson, Jonas Hill o los mencionados Jaime Foxx y Leonardo Di Caprio.