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    Infancia clandestina
    Críticas
    2,5
    Regular
    Infancia clandestina

    La gallinita ciega o mi chica "interrumpida"

    por Covadonga G. Lahera

    Arranca Infancia clandestina tras unos cuantos rótulos que demuestran la confianza que un buen puñado de instituciones han depositado en el debut en el largo de ficción de Benjamín Ávila (preestreno en la Quincena de Realizadores de Cannes incluida). Uno se siente, tras las dos primeras secuencias, esperanzado ante la posibilidad de ver realmente un tratamiento renovado sobre el nefasto episodio histórico de desapariciones, secuestros, asesinatos y torturas indiscriminadas infligidas a argentinos disidentes durante la dictadura de Videla. Lástima que enseguida empieza a sonar a viejo, a una explotada y recalcada mecánica de las emociones donde la historia queda reducida a un drama familiar con este período histórico como telón de fondo y con foco en la pérdida de la inocencia sentimental de un chaval de doce años. La reciente El premio (Paula Markovitch, 2011), con un carácter más minimalista, se situaba en un contexto similar concentrándose en una niña de siete años y su madre.

    Si en Vals con Bashir la bofetada final irrumpía en forma de material de archivo en contraposición con la animación precedente, Infancia clandestina presenta primeramente a los personajes que protagonizarán esa ficción basada en hechos reales (y en algunos episodios biográficos del propio Ávila) y, cuando estalla la violencia directa por primera vez, será la animación la que ejerza la función de representar el horror. Es este un "leitmotiv" en el filme de Ávila: las ejecuciones se introducen en el relato en forma de dibujos con estética de cómic. Pero uno no acaba de entender muy bien por qué esto ocurre casi exclusivamente con tales episodios, por qué nos invade una especie de sospecha acerca de la gratuidad de haber optado por dicha forma de elipsis en momentos tan señalados. Pensamos entonces en la mirada infantil que contiene la película, al ser nuestra guía los ojos del niño Juan, en la clandestinidad Ernesto (por el Ché, claro), y pese a esto y la estilosa e impecable factura de los episodios animados, no nos acaban de encajar.

    La familia argentina protagonista es una de tantas que tuvieron que refugiarse en la clandestinidad tras la muerte de Perón y que regresaron antes de la conclusión de la dictadura para organizar en secreto y con cautela la resistencia y la lucha armada. Mientras se ocultan en una casa haciéndose pasar por vendedores de "mani con chocolate", acompañamos a Ernesto en su despertar emocional/sexual y en la estrecha relación que mantiene con su "romántico" tío Beto. Al igual que nos resultaba fallida y forzada la inclusión de fragmentos animados en el filme, resulta asimismo difícil de digerir, por mucho que el filme recurra a la mirada infantil, el tono emocional por el que apuesta, que cae constantemente en la sensiblería más básica para invitar manifiestamente al respetable a dejar caer la lágrima. El subrayado dramático que efectúa a través de la música es una clara muestra de ello, y de una molesta insistencia. El principal mal de este nuevo filme del realizador de Nietos (Identidad y memoria) es que su sobrecarga melodramática y estetizante acaba imponiéndose sobre la H/historia de un modo casi frivolizante, restando fuerza a los pasajes más auténticos y emocionantes donde Juan/Ernesto decide en su propio nombre.

    A favor: Sus puntuales intentos de adentrarse en terrenos surrealistas. La interpretación del chaval protagonista y el desarrollo de su propia mirada en el filme. En concreto, tres secuencias: una de las primeras ensoñadas por él, con su objeto de deseo respirándole en la nuca mientras el descarga su vejiga en un váter en medio del patio del colegio; el desencuentro en el laberinto de espejos del parque de atracciones; el sueño de su propia muerte.

    En contra: Su consciente acabado preciosista le resta naturalidad y poder de inmersión y su insistencia dramatizadora acaban ahogándola.

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