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    Anna Karenina
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Anna Karenina

    Del alma rusa en el siglo XXI

    por Eulàlia Iglesias

    ¿Cómo afrontar en pleno siglo XXI la adaptación de una obra cumbre de la literatura decimonónica sin caer en las trampas del film de qualité, pero sin escudarse tampoco tras un distanciamiento irónico postmoderno? Este es uno de los retos que preside la filmografía de Joe Wright, desde que en 2005 llevó a la gran pantalla 'Orgullo y prejuicio' de Jane Austen y demostró que otras películas de época, lejos del encorsetamiento y la abulia propios de una miniserie británica de lujo, eran posibles.

    En su espléndida 'Anna Karenina', Wright lleva todavía más lejos algunas de las ideas de su ópera prima. Como en la adaptación de Austen, el cineasta concibe el melodrama romántico como la antesala del musical cinematográfico: no solo vuelve a convertir una escena de baile deslumbrantemente coreografiada en el corazón del relato, el escenario donde se orquestan las reglas del juego del amor y de las convenciones sociales. En esta traslación de la obra de Tolstoi, elabora además un dispositivo que pone en evidencia la artificiosidad de la puesta en escena para al mismo tiempo dotar al film de la fluidez propia de un ballet donde se sucede una escena cuasi danzada tras otra.

    Buena parte de 'Anna Karenina' está ambientada entre los decorados desvencijados de un viejo teatro. Al visualizar los elementos de la representación (candilejas, bambalinas, telones...), el británico no solo rompe con una de las reglas sagradas del clasicismo en el cine, mantener la ilusión del simulacro. También subraya la crítica que Tolstoi llevaba a cabo en su novela de una aristocracia rusa decadente que había convertido el juego de las apariencias en uno de sus rasgos indentificativos. A esta necesidad de escenificar constantemente que caracteriza a buena parte de los protagonistas, inmovibilizados entre las paredes de un teatro, Wright opone la figura de Lyovin, en apariencia un personaje secundario al que habitualmente han ninguneado las otras versiones del libro. Lyovin no juega un rol determinante dentro de la historia de amor y perdición que vive Anna Karenina. Álter ego espiritual de Tolstoi, este joven terrateniente funciona como el contrapunto de Anna, el héroe moral que sabe alejarse de esa sociedad en proceso de putrefacción. Por ello, Wright sitúa a Lyovin la mayor parte del tiempo en localizaciones naturales, en contacto físico con el mundo real, en un contexto propicio a encontrar algo parecido al amor y la felicidad.

    La importancia que otorga Wright al personaje de Lyovin (encarnado con acierto por Domhnall Gleeson, qué ojo tiene el director para elegir intérpretes a priori poco atractivos para dar vida a románticos de toda la vida) es el cordón umbilical que mantiene unida esta gloriosa adaptación tan siglo XXI de 'Anna Karenina' con esa alma rusa tan decimonónica que impregna la novela de Tolstoi.

    A favor: El dispositivo de puesta en escena y Domhnall Gleeson como Lyovin.

    En contra: El demasiado amanerado Aaron Taylor-Johnson como el oficial Vronsky.

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