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    Oslo, 31 de agosto
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Oslo, 31 de agosto

    Crónica de una vida

    por Paula Arantzazu Ruiz

    No es fácil enfrentarse a un texto de tan tamaña épica como Le feu follet, de Pierre Drieu La Rochelle; sobre todo cuando ya fue llevado en su día al cine y de manera inconmesurable por Louis Malle en la película homónima de 1963. Pero Joachim Trier, quien ya había destacado en el circuito de festivales en 2006 con Reprise, logra en Oslo, 31 de agosto una nueva versión que no traiciona la valía del original, actualizándolo a nuestro presente de manera sutil, pero vívida, melancólica, generacional.

    Trier deja atrás la adicción al alcohol del Alain del filme de Louis Malle y nos presenta a Anders, un joven toxicómano que regresa a Oslo durante un día para realizar una entrevista de trabajo. Está en tratamiento y se le ha otorgado un permiso especial para esa gestión; permiso que aprovechará para visitar la ciudad que fue testigo de su caída, amén de antiguos amigos y compañeros de fiestas. Sin atisbo de nostalgia: Oslo, 31 de agosto, más que una reflexión sobre la angustia de la vida como pretendía la cinta del francés, aparece como la crónica de un tiempo perdido, de unos amigos perdidos, de los amores traicionados, de las expectativas torcidas, de la imposibilidad de aceptar los cambios y de la imposibilidad de aceptar que, en el fondo, todo parece cambiar para seguir igual.

    Quizá la película de Trier no logre el tono solemne (y mortuorio) de su predecesora, pero, en cambio, sí consigue una empatía más honesta con su protagonista, Anders. Y en vez del blanco y negro de la intensa París como escenario del relato, somos espectadores del preciosismo del verano nórdico, plagado de imágenes-sensación (contemplamos la extraña emoción que siente cuando se acerca a Oslo en coche; escuchamos cómo enumera su vida mientras está sentado en un café, solitario; los saltos de raccord durante la conversación entre Anders y Thomas en el parque son de un conmovedor acierto), bonitas, seductoras, pero, a la postre, hipócritas y vacías. Y, como parece querer decirnos Trier, imágenes que conforman un escenario que se revela, en su embelesadora fotogenia, como una mortífera trampa emocional.

    A favor: Su carácter generacional.

    En contra: Que no se estrenara el 31 de agosto, como en un principio estaba previsto.

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