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    Amityville: El despertar
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Amityville: El despertar

    La casa infernal

    por Marcos Gandía

    El éxito de la seminal Terror en Amityville allá por mediados-finales de los años 70 sigue siendo más cuestión de estudio sociológico que otra cosa. Producto meramente exploit, no únicamente del hiperpublicitado asunto parapsicológico verídico (si ambos conceptos pueden ser extrapolables, claro) en el cual se basa, sino en la fiebre de cine de terror realista que azotó esa década de crisis inmobiliaria (de ahí lo de poder conseguir una casa como la de Amityville por un precio de risa… además de por su pasado en las crónicas de sucesos), del petróleo y de toda una sociedad que había visto como el ideal de felicidad y de estabilidad caía en picado con los asesinatos de presidentes, de candidatos a presientes, de líderes de la lucha por los derechos civiles, por las andanzas del clan de Charles Manson o por presidentes de Estados Unidos que tenían que dimitir.

    Más allá del cumplimiento estricto de las reglas del subgénero de casas encantadas, Terror en Amityville introducía efectismos de El exorcista (comenzando por la banda sonora de Lalo Schifrin que rechazara William Freidkin para su mítico film con Linda Blair) y La profecía para decirnos que cada momento de nuestra historia genera un tipo concreto de espectros y de miedos. Lo que sigue a ese primer film es una historia sí que de exploitation: dos secuelas a reivindicar, en especial la segunda entrega firmada por el italiano Damiano Damiani, un infernal retrato de los demonios sexuales endogámicos familiares, y un poco menos la divertida y extraña tercera película en 3D de Richard Fleischer, casi la respuesta malencarada y sucia a Poltergeist. Y ya luego como unos siete títulos directos a video tan tronados como carne de sesión VHS con amigotes, a los que se suma un remake del original con presupuesto holgado y ganas de ser blockbuster que resultó un fiasco. ¿Qué aporta este doceavo paseo por ese sitio maldito en Amityville? Pues bastante más que un tratar de reivindicar ese lugar infame e infernal como el origen de todos los Insidious, The Conjuring y demás nuevos éxitos del género terrorífico. Amityville: el despertar aplica la caligrafía setentera a la imaginería actual del horror con desmañada gracia y un inusitado y agradecido mal gusto e incomodidad en sus escenas (las que tienen que ver con el deterioro físico, por ejemplo). Vuelve a hablar de la crisis económica y de la familia como un tumor que se devora a sí misma.

    Nos recuerda que el Mal, en mayúsculas, es cíclico y terno y que las huellas del dolor se incrustan en paredes, papeles pintados pasados de moda y en la piel que perdemos cada noche cuando dormimos, tenemos pesadillas y ácaros, íncubos y súcubos se alimentan de nosotros. Quizás no se vea en esta doceava entrega del pozo del infierno de la clase media USA nada más que una más de terror como esas que citaba antes, pero atentos a ella, que con sus defectos (que los tiene) y balbuceos también hay apariciones diabólicamente fantasmales y estimulantes: las de criaturas y sensaciones yuyu que aplaudirían Larry Clark y Todd Solondz.

    A favor: Su enfermiza descripción de la podredumbre familiar.

    En contra: Está hecha para chupar rueda de Insidious, Annabelle, Proyecto Warren…

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