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    Nunca es tarde
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Nunca es tarde

    Las edades del rock

    por Gerard Casau

    Al inicio de su carrera, allá por los albores de los setenta, el cantante folk Steve Tilston dio una entrevista para un fanzine en la que comentaba la imposibilidad de conciliar éxito comercial y compromiso artístico. Entre las personas que leyeron aquel artículo se encontraba nada más y nada menos que John Lennon, quien escribió a la publicación una carta dirigida a Tilston, asegurándole que la responsabilidad última de ser o no un músico íntegro era suya, no del dinero que pudiera rodearle. Pero la misiva del exBeatle quedó sin respuesta, pues alguien en la revista secuestró la carta con fines especulativos, haciéndolas circular por el mercado de coleccionistas de memorabilia pop. De hecho, no fue hasta 2005 que Tilston supo de la existencia de este mensaje, obligándole a preguntarse si, de haberla recibido en su momento, su historia y su carrera hubieran sido distintas.

    Esta anécdota sirvió de inspiración a Dan Fogelman, proporcionando al guionista de Cars i Plan en Las Vegas el motor que activaría su ópera prima, Nunca es tarde. Sin embargo, entre la ficción y la realidad hay alguna diferencia significativa: la trayectoria de Steve Tilston ha mantenido siempre un perfil bajo, granjeándose el respeto de algunos críticos, y manteniendo un reducido círculo de seguidores fieles. En cambio, Danny Collins, el protagonista del film, es una estrellona rockera con todas las de la ley, que vive en una mansión con ascensor, tiene una novia a la que dobla (y casi triplica) la edad, y se mantiene fiel a la dieta de cocaína para motivarse antes de dar un concierto. Para él, la carta de Lennon se convierte literalmente en un talismán; un recordatorio de todos los errores que ha acumulado a lo largo de los años y, también, una puerta abierta a la redención.

    Resulta evidente que Al Pacino se siente cómodo en la piel de Danny Collins. Siendo él mismo un claro ejemplo de esa generación de bestias pardas de la interpretación que, con el tiempo, cedieron su terribilità en favor de una efectividad histriónica con que vistieron personajes cada vez más irrelevantes (una tendencia que el actor ha intentado compensar dirigiendo proyectos más personales y reflexivos, como Looking for Richard y el reciente díptico Salomé / Wilde Salomé), es posible que Pacino vea algo de su propia biografía en la figura de Collins; una misma crónica de cierta pérdida de tensión a la hora de acometer su oficio. Quizá por esa razón, ofrece una de sus actuaciones más carismáticas de los últimos años, enfocando la onda expansiva de sus maneras flamboyantes, y mirando a los ojos de sus excelentes compañeros de reparto: Annette Bening, Christopher Plummer, Jennifer Garner, Melissa Benoist y, particularmente, Bobby Cannavale. Este último da vida al hijo largamente perdido y finalmente reencontrado del protagonista, cuya dignidad proletaria ha desarrollado una alergia total por los los clichés rockistas (curiosamente, el actor encarna en la flamante serie Vinyl a un depredador de la industria del rock; la clase de persona que no tendría escrúpulos en vender una carta manuscrita de John Lennon para pagarse los vicios).

    Pese a su mcguffin pop, Nunca es tarde discurre como una comedia dramática centrada en la reconciliación familiar de su personaje principal; agradable si bien por momentos algo simplista (nadie parece tener mucho interés en cuestionar el hecho de que Collins compre el afecto de su nieta, hijo y nuera a base de regalos y favores espectaculares logrados a base de talonario). Pero en los resquicios de la propuesta, Fogelman sí se permite deslizar algún apunte sobre el mundo del showbusiness que va más allá del tópico de sexo, drogas y rock'n'roll. Resulta particularmente humillante el momento en que el cantante renuncia a tocar sus canciones nuevas, atemorizado por una audiencia que le exige unos agotados grandes éxitos que ya hace mucho que no le representan. También resulta harto reveladora la apertura del film; una elocuente viñeta del antinatural -a la par que irremediable- envejecimiento del rock, en la que Danny Collins sale al escenario para encontrar que en las primeras filas ya no le esperan groupies en plena fiebre hormonal, sino ancianas que se pasan todo el recital mascando regaliz.

    A favor: El reparto, y la mirada al otoño vital de los rockeros.

    En contra: El uso beatífico de las canciones de John Lennon en la banda sonora.

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