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    Críticas
    2,0
    Pasable
    Diplomacia

    París nos pertenece

    por Carlos Losilla

    Son muchas las películas de la filmografía de Volker Schlöndorff dedicadas a la Segunda Guerra Mundial. Es como si este eximio representante del Nuevo Cine Alemán de los años 70 estuviera más obsesionado por la contienda que por sus consecuencias, por otro lado el centro de sus primeras y mejores películas --de El joven Törless (1966) hasta Tiro de gracia (1975), pasando por La repentina riqueza de los pobres de Kombach (1971), Fuego de paja (1972) y El honor perdido de Katharina Blum (1975)— y también de muchos de sus colegas de la época, incluido el gran Rainer Werner Fassbinder. Al contrario que este, sin embargo, Schlöndorff siempre ha sido un cineasta mesurado, sobrio, un poco soso y sin duda demasiado prosaico. Quizá por ello, igualmente, su especialidad son las adaptaciones literarias, y en este subgénero se encuentran algunas de sus obras más conocidas: Günter Grass (El tambor de hojalata, 1978), Marcel Proust (El amor de Swann, 1984), Max Frisch (El viajero, 1991), Michel Tournier (El ogro, 1996) o James Hadley Chase (Seducción letal, 1998) se encuentran entre sus cómplices al respecto.

    En este sentido, Diplomacia es la justa culminación, por ahora, de su larga filmografía. Basada en la obra de teatro de Cyril Gely, se trata de una pieza de cámara para dos actores que ilustra una larga noche de 1944, aquella en la que el general alemán Von Choltitz y el diplomático Raoul Nordling decidieron el destino de París con los aliados a las puertas de la ciudad. El final es bien conocido, por lo que la película carece de suspense. Y aquello en lo que se centra es el diálogo, ese ejercicio de “diplomacia” mediante el cual Nordling se encarga de convencer a Von Choltitz de que no destruya la capital. A la vez un elogio de la civilización frente a la barbarie y un ejercicio de funambulismo entre cine y teatro, Diplomacia tiene poco más que ofrecer, a no ser la performance de sus dos actores principales, Niels Arestrup y André Dussollier, solvente pero también neutra. Todos cumplen con su papel, incluido el director, y el resultado es tan entretenido como olvidable.

    Si hay algo un poco más lucido en esta película, empero, no son tanto los matices psicológicos, el modo en que es retratado el general (en el fondo era un pobre hombre: el malo era Hitler, es bien sabido), como ese trasfondo tras el balcón de la habitación del hotel en el que París se erige como protagonista oculto. Constantemente se habla de la ciudad, de su encanto, de la catástrofe que supondría su destrucción para la humanidad, y ese parece ser el tema del film. Nada de enfrentamientos entre el deber y la moral, entre la vida privada y el servicio a la patria. Todo eso es superficial, banal, incluso absurdamente histriónico del modo en que lo cuenta Schlöndorff. En cambio, la evocación de París es vívida, vibrante, con lo cual lo mejor de la película queda fuera de campo. Es como si pudiéramos ver al joven Schlöndorff, admirador de la Nouvelle Vague cuando vivía en la ciudad a finales de los años 50, embelesado por el 'charme' francés, pero a la vez paralizado, reducido finalmente a lo que siempre fue, un pulcro ilustrador que de vez en cuando muestra una cierta brillantez.

    A favor: Que logre evocarse lo que sucede en el exterior de esa habitación de hotel.

    En contra: Tanta carpintería, tanto cartón piedra…

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