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    Las dos caras de enero
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Las dos caras de enero

    Laberinto de ambición

    por Paula Arantzazu Ruiz

    En la mitología romana, Jano era un dios que tenía dos caras, cada una de ellas mirando hacia los lados de su perfil. Esa dualidad le convirtió en el dios de los umbrales, los comienzos y los finales, y por esta razón gobernaba cuando los tiempos cambiaban: a él se le fue consagrado el primer mes de cada nuevo año. Jano, pues, es ese enero al que alude el título de Las dos caras de enero, nueva adaptación cinematográfica de una novela de Patricia Highsmith, y referencia que, pese a su potente carga simbólica, no está lo suficientemente trabajada en el resultado final de la película, dirigida por Hossein Amini, quien tras firmar los guiones de varios largometrajes, entre ellos el de Drive, debuta tras las cámaras en un proyecto que se intuye que no ha sido fácil.

    Sur de Europa en los años 60, élites, arribismo y un triángulo amoroso. En efecto, la premisa de Las dos caras de enero es bastante similar a la de El talento de Mr. Ripley (Anthony Minghella, 1999) aunque cabe señalar que la impostura y la ambición son denominadores comunes en las novelas de Highsmith. De todos modos, Amini no parece ajeno a esos parecidos razonables y en vez de optar  por un thriller de melodioso ritmo apuesta por acelerar el suspense desde el arranque de la película, en una sugerente escena que sitúa la tensión entre los protagonistas a los pies del Partenón helénico. Sin apenas florituras y con un talante clásico y elegante, Amini deja que su tríada de estrellas (Viggo Mortensen, Kristen Dunst y Oscar Isaac) desprenda su mejor fotogenia y talento; virtudes que suplen la incapacidad del largometraje de desarrollar quizá lo más interesante del trabajo, un nudo freudiano sobre la ambivalencia del ser humano que queda algo endeble y se pierde en el relato ante las convenciones del género.

    A favor: Su talante de película clásica.

    En contra: Que Amini no haya podido desarrollar como merece todo el simbolismo encerrado en el corazón del relato.

     

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