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    Nana
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Nana

    Un cuento sin hadas ni brujas

    por Gonzalo de Pedro

    Maurice Sendak conoció una fama algo efímera cuando Spike Jonze adaptó, con cierta perversión ideológica, su desasosegante cuento infantil "Donde habitan los monstruos", un relato sobre la infancia como espacio salvaje, dominado por la violencia, la libertad y torrentes de energías desestabilizadoras. En realidad, toda la obra de Sendak trabaja sobre esa misma idea del niño, el infante, no como un adulto en potencia, sino como un ser distinto, casi un peter pan violento, anárquico y profundamente irreverente, que con su energía descontrolada y sus emociones básicas, pone en cuestión las bases de la convivencia social, que pasa necesariamente por la domesticación y el abandono de los ideales a cambio de cierta placidez soporífera y frustrante. Digamos que Sendak no es el autor ideal de aquellos padres que no soportan que sus hijos metan los pies en los charcos.

    Valerie Massadian, que no casualmente, es madre de una hija, podría ser una digna seguidora del autor norteamericano, y su primer largometraje, 'Nana', bien podría estar firmado por Sendak, que en sus cuentos trabaja siempre sobre variaciones de un esquema muy básico: un niño protagonista que, por circunstancias que exceden a la lógica se ve inmerso en un espacio de libertad donde la figura del adulto ha desaparecido, y ha de enfrentarse a la soledad, el peligro, la vida e, inevitablemente, el dolor, la desaparición y la muerte. Eso, en esencia, es lo que cuenta (si contar es un verbo que puede emplearse en una película que renuncia de forma explícita a la narración convencional) 'Nana': una niña, que vive en el campo, y que un día, tras la desaparición inexplicable, e inexplicada, de su madre, se enfrente en soledad a la vida.

    La película, rodada con un equipo mínimo, y con un guión todavía más escueto, es el retrato de un niña enfrentada de manera salvaje a su propia existencia, y a la necesidad de sobrevivir y construir su identidad sin referentes adultos, pero con la memoria de lo que su madre ausente le fue enseñando. Un relato sin sentido aparente, como los cuentos de Sendak, que habla de ese espacio de nuestra propia identidad que todos hemos arrinconado en mayor o menor medida para adaptarnos a la vida adulta: un lugar donde no hay renuncias, donde prima la libertad, y sus peligros. Ajena a cualquier idealización estupidizante de la infancia, esa tan querida y practicada en muchos relatos, infantiles o no, 'Nana' retrata a su pequeña protagonista con el respeto y la dignidad con la que todos deberíamos enfrentarnos a un niño: sin compasión, sin falsas indulgencias, sin menosprecio, y más bien con la curiosidad y el respeto de quien se enfrenta a lo desconocido. Aunque lo desconocido no sea en el fondo más que aquella parte de nosotros mismos que hemos olvidado, enterrado y desterrado.

    La película, obviamente, plantea cuestiones sobre la ficción, y el documental, lo real y lo ficticio, pero detenerse en ellas, a estas alturas, sería empobrecer la experiencia de una película que nos obliga a enfrentarnos a nuestros propios miedos, a nuestras renuncias, a la relación que establecemos con lo atávico, salvaje e incontrolable de nosotros mismos. Porque eso es la infancia: el rincón donde somos, incómodos, políticos, incontrolables.

    Lo mejor: que la película nos obligue a pensar sobre nuestra propia relación con la infancia, y a través de ello, con el mundo y nuestra posición en él.

    Lo peor: que no sea de obligado visionado en todos los colegios... para niños, pero sobre todo para padres.

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