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    Malditos vecinos
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Malditos vecinos

    De fronteras y borracheras

    por Alejandro G.Calvo

    Nadie dice que crecer sea fácil. Ya no digamos madurar. Y no entremos en lo de tener hijos. Especialmente si hablamos dentro del terreno cinematográfico donde la comedia, poniéndonos simplistas, posee dos formas sobre las que se varía uniformemente: (a) El poner a alguien raro en un mundo de gente normal o (b) El poner a alguien normal en un mundo de gente rara. El fin de la inocencia suele cabalgar en estas películas bien situando a tardíos post-adolescentes emperrados en seguir viviendo la vida como si la juventud no acabara nunca (Resacón en Las Vegas, Aquellas juergas universitarias), bien situando a adultos infantiloides (incluso rozando la subnormalidad) tratando de desenvolverse con normalidad en el mundo habitado por sus padres (Hermanos por pelotas, La cena de los idiotas (versión USA)). Por su parte la “teen comedy” contemporánea, superado el subidón nostálgico de los 80 de John Hughes, lleva tiempo eclosionando con títulos sublimes –Supersalidos, Adventureland- donde el dislate más espídico y el chiste más audaz no tienen problemas en compartir plano con una mirada melancólica a las interrelaciones humanas, ya sean de amor o de amistad (otra forma de amor, e igual de poderosa, al fin y al cabo).

    El cineasta Nicholas Stoller es, sin duda, uno de los grandes de la comedia americana contemporánea. Ya no sólo por haber firmado esa tronchante delicia situacional llamada Paso de ti o por haber delineado los guiones de algunas de las mejores comedias de los últimos diez años –Dick y Jane, ladrones de risas, Di que sí, Los Muppets-, sino especialmente por haber lanzado esa barbaridad fílmica llamada Eternamente comprometidos –una puesta al día de la mejor comedia clásica, de nuevo protagonizada por niños grandes dándose de tortas con la vida adulta, con ecos tanto a Preston Sturges como al Billy Wilder de Bésame, tonto- y, ahora, por entregarnos una seria aspirante a comedia del año: esta Malditos vecinos que invoca el espíritu irredento de Desmadre a la americana y que podría ser la bisagra perfecta que une Supersalidos (el fin de la juventud) con Si fuera fácil (el rechazo a la vida adulta).

    En Malditos vecinos unos padres jóvenes –Seth Rogen (felizmente taimado) y Rose Byrne-, en un estado latente de aprendizaje de las formas adultas, ven como su pequeño mundo se viene abajo al mudarse una fraternidad universitaria justo al edificio de al lado. Y si ya es difícil llevarse bien con cualquier vecino, imagínate enfrentarte con una versión más joven (y guapa) de ti mismo liberada de todo tipo de responsabilidades o ataduras morales. Ese choque es mucho más bestia que el que aparentemente desencadena el nudo dramático de la obra: las continuas fiestas de los chavales no dejan dormir ni a la pareja ni al bebé (como si a los críos les hicieran falta excusas para no dormir). A partir de ahí la retahíla de putadas en cascada que se infligen los unos a los otros sirve para dar un descacharrante cuerpo al verdadero drama que esconden las imágenes: los adultos deben enfrentarse a la irrevocabilidad del tiempo pasado mientras los jóvenes encajan como pueden que esos son sus últimos días de juerga sin fin.

    Es en esa frontera sublime, donde la comedia y el melodrama copulan con fluidez, donde Malditos vecinos triunfa como una de las grandes películas del momento. Con un ritmo incansable (e imparable) de gags a cual más zumbado, Stoller (& Co.) invocan el espíritu del ángel caído John Belushi en una oda al alcoholismo y la vida-bong que tampoco teme (y he ahí el gran acierto) retratar la belleza existente en la vida adulta. Más bien al contrario. Hay algo en esa escena de cama con los sufridos padres reconociendo su felicidad en la renuncia a los dejes de la adolescencia  y la satisfacción que les produce el abrazar una vida más enfocada al hogar y al descanso, que convierten lo que podría será un mensaje conservador en algo incluso transgresor. Y es que no hay nada más radical que aceptar que la felicidad es también un estado evolutivo y que o uno va creciendo con ella o corre el peligro de quedarse fuera para siempre.

    A favor: Todos y cada uno de los chistes, todas y cada una de las resignaciones

    En contra: El bebé no llora en toda la película. Eso convierte la película en puro sci-fi.

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