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    Non-Stop (Sin escalas)
    Críticas
    2,5
    Regular
    Non-Stop (Sin escalas)

    Liam Neeson en tarifa 'low cost'

    por Daniel de Partearroyo

    Desde que Pierre Morel y su astuto productor y guionista, Luc Besson, convirtieron a Liam Neeson en el héroe ejecutor más inesperado e implacable del cine de acción reciente gracias a la milimétricamente perfecta Venganza (2008), el actor norirlandés ha decidido celebrar su entrada en la sesentena con una carrera reorientada hacia los personajes de palabras parcas y golpes certeros en tráqueas ajenas. Pese a que ningún exploit posterior —ni mucho menos su propia secuela— haya conseguido volar tan alto como Venganza —aunque la sombría y nihilista Infierno blanco (Joe Carnahan, 2011) quede cerca—, la primera colaboración del actor con el director Jaume Collet-Serra en Sin identidad (2011) lograba mantener el tipo con entereza y diversión ante una delirante trama de espionaje y pérdida de memoria. En cambio, Non-Stop (Sin escalas) empieza bien arriba, con un Neeson solitario metiéndose tragos de whisky dentro de su coche antes de tomar el avión donde se desarrolla el 95% del filme, pero acaba desplomándose por culpa de lo trillado y poco imaginativo de su intriga con ataque terrorista a bordo.

    Hay que reconocer que la película de Collet-Serra contiene todos los elementos que conforman un gran actioner de Liam Neeson: nombre molón para el protagonista —Bill Marks—, dedicación absoluta a su trabajo como agente de la ley —es un federal aéreo que vela por la seguridad de este vuelo Nueva York-Londres— tan empañada como potenciada por un recalcitrante alcoholismo, trauma parental pendiente de resolución y tensas conversaciones telefónicas llenas de intercambios de amenazas que funcionan como puente entre enfrentamientos cuerpo a cuerpo sucios y confinados en los reducidos espacios del avión. Sin embargo, como ocurre con el enrevesado plan terrorista que muta desde una apariencia de whodunit clásico hasta un sinsentido demencial con excusa política incrustada, la combinación de todos los factores no termina de despegar en ningún momento, manteniéndose en una prolongada zona de turbulencias con altibajos constantes. Por cada sabia utilización de los espacios de la aeronave por parte del director —incluidos un par de planos secuencia digitales bastante resultones— hay algún despropósito de guión que tensa demasiado el pacto de verosimilitud sin atreverse a romperlo de manera jubilosa hasta el tercio final. Como una mala novela de aeropuerto que hubiera sido encuadernada con tapas duras.

    Los fallos del texto son compensados en parte por un reparto de secundarios muy afinado, que parece primorosamente escogido para levantar toda clase de sospechas durante la parte más Agatha Christie del filme. Desde la nerviosa Julianne Moore con cicatriz +10 de carisma hasta el policía neoyorquino de Corey Stoll, pasando por las azafatas Michelle Dockery y Lupita Nyong'o —pero no esperen oír a la ganadora del Oscar más de frase y media de diálogo—, todos asumen la situación como si jugaran a una aparatosa partida de Cluedo en el aire. Lástima que la película decida tomar el camino de la seriedad afectada al abrazar el delirio, lo que lleva a pensar en Suspense... hora cero (Hall Bartlett, 1957), la serie B de catástrofes aéreas que los Zucker-Abrahams-Zucker compraron para hacer Aterriza como puedas (1980) reutilizando diálogos idénticos sin necesidad de alterarlos para lograr su hilarante parodia. Da la impresión de que muchas situaciones de Non-Stop (Sin escalas) podrían sufrir el mismo tratamiento sin problemas.

    A favor: La artesanía formal de Collet-Serra y la alta competencia dramática de todo el reparto.

    En contra: Cómo la sucesión de acontecimientos echa por tierra cualquier voluntad de pasar por alto los ataques de inverosimilitud en beneficio del thriller.

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