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    Iceberg
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Iceberg

    Lo que no está dicho

    por Gonzalo de Pedro

    Es bien conocida la teoría literaria con la que Ernest Hemingway describió su proceso de escritura, y que él mismo comparó con la figura de un iceberg, en el que la mayor parte de su masa permanece oculta a los ojos. Hemingway afirmaba construir así sus historias, omitiendo bajo el agua del silencio datos importantes que el lector había de rellenar, convirtiendo los relatos en enigmas, y no en catálogos de respuestas obvias. Sobre algo similar a esa teoría se ha construido gran parte del cine contemporáneo de los últimos años, en el que el relato clásico fue desapareciendo en favor de narraciones mucho más elípticas, cargadas de vacíos, historias semiocultas por las frías aguas del fuera de campo o la omisión directa. La tercera película del salmantino Gabriel Velázquez, tras la muy reivindicable ‘Sud-Express' (2005) y ‘Amateurs' (2008) se construye de forma explícita sobre esa misma teoría, no solo en la forma de la película, silenciosa y hermética, sino también en el terreno que aborda: el de los comienzos de la adolescencia, etapa misteriosa de la vida que, contemplada desde el punto de vista de un adulto, es lo más parecido al iceberg de Hemingway: una etapa cargada de silencios, misterios y una frialdad creciente hacia todo ese mundo exterior que no sea el de los amigos más íntimos. Así, el iceberg de la película no es solo el sistema de narración, pegado a ese cine del vacío que tanta fortuna hizo en festivales hace unos años, pero sin caer en los tics promocionados por aquel, sino también las historias de los protagonistas, adolescentes en procesos de cambio que se aparecen como auténticos enigmas para el observador y el espectador, bloques de hielo compacto que no dejan ver ni las alegrías ni las heridas, siempre tan dolorosas en la adolescencia. La película desarrolla además un especial trabajo con el paisaje de las orillas semi salvajes del río Tormes, en Salamanca. Un paisaje a medio camino entre lo suburbial y lo campestre, que Velázquez filma, no con la fascinación del urbanita que regresa al campo el fin de semana, sino con la conciencia de que el paisaje puede esconder, o multiplicar los ecos de los secretos y las heridas: riberas desordenadas, bosques descuidados, un cielo gris constante, y el sonido de un campo nada acogedor.

    Lo mejor:El extraño trabajo sonoro que convierte los sonidos de los instrumentos salmantinos en alucinados sonidos campestres.

    Lo peor: Quizás, alguna elección fallida en el casting.

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