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    Sólo el viento
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Sólo el viento

    La espalda de Europa

    por Mario Santiago

    En el corazón del cine social europeo se baten en duelo dos modelos expresivos antitéticos, dos formas contrapuestas de comunicar un mensaje en imágenes. Por un lado, tenemos un cine didáctico y transparente: películas que utilizan una narrativa tradicional (ortodoxa) para hacer llegar su tesis con toda claridad, de forma unidireccional, sin miedo a resultar evidentes –aquí el espectador se limita a recibir una lección–. Y luego, por otro lado, tenemos un cine más hermético y opaco: películas que se aventuran a la búsqueda de nuevas narrativas (heterodoxas) capaces de reflejar la pulsión enigmática que emerge de la confluencia entre el cine y lo real –aquí el espectador es invitado a participar en un proceso orgánico de reflexión–. Ambos modelos tienen sus espacios y su público. En el cine español, por ejemplo, suele predominar el modelo didáctico, mientras la cinefilia global suele decantarse por el modelo hermético, cuyos mejores exponentes serían directores como los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, el portugués Pedro Costa, los italianos Angela Ricci Lucchi y Yervant Gianikian, o la francesa Claire Denis, en sus incursiones en los conflictos de la África poscolonial.

    La película ‘Solo el viento’, una coproducción entre Hungría, Francia y Alemania, aspira a hundir sus raíces en el modelo más opaco y hermético, proponiendo una exploración física, sensorial y atmosférica del drama real sufrido por la etnia gitana en Hungría, entre 2008 y 2009, cuando sus miembros fueron objeto de una oleada de ataques por parte de grupos racistas. Basándose en testimonios reales, el director Benedek Fliegauf construye una película cuyo motor narrativo no reside tanto en los incidentes del relato como en elementos intangibles, sobre todo una sensación asfixiante de que la violencia está a punto de estallar en cualquier momento. Para articular este clima de calma tensa, de hostilidad latente, Fliegauf pega su cámara a los cuerpos de sus personajes, oteando en la angustiada gestualidad de la familia protagonista una enfermedad social enquistada en sutiles agresiones cotidianas. De hecho, los peores momentos de la película llegan cuando la acción se separa ligeramente de una cierta normalidad enrarecida –fascinante hábitat natural del film– para retratar una violencia más “extraordinaria”, como el intento de violación a una niña por parte de sus compañeros de colegio.

    Ganadora del Oso de Plata del Festival de Berlín, Solo el viento concibe un escenario habitado por espectros, fantasmas en el trastero de la Europa civilizada. Pese a su moroso merodeo narrativo, se agradece que la película se exprese con urgencia, aullando cuando la tragedia parece ya ineludible. Puede que en su afán por subrayar su indignación el film abuse en ciertos momentos de un feísmo que apunta hacia el miserabilismo –como si, de repente, una película de los Dardenne habitada por los fantasmas de Pedro Costa se viera colonizada por las truculentas imágenes del recordado Alekséi Balabánov–. Aun así, el conjunto consigue sostener sus postulados hasta el final y la película se erige en una nueva excusa para abogar por un cine social más vivo, más enigmático y menos discursivo.

    A favor: El clima de calma tensa que recubre todo el relato.

    En contra: Algún exceso de truculencia.

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