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    Elefante Blanco
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Elefante Blanco

    Sólido y transparente

    por Quim Casas

    Pablo Trapero se ha hecho un hueco, importante, en el cambiante panorama cinematográfico de su país. Ya no es el cineasta indie y extremo de sus inicios ('Mundo grúa') y tampoco se ha convertido en ese tipo de director mainstream que tanto abunda en el cine argentino (tipo Juan José Campanella). Ya no es pasto del festival de Rotterdam y está presente desde hace años en Cannes. De allí procede, como sus dos anteriores largometrajes ('Leonera' y 'Carancho') su último trabajo, 'Elefante blanco', de nuevo con Ricardo Darín y siempre con Martina Gusman; a la pareja de 'Carancho' se une aquí Jérémie Renier, un actor que ha crecido con los Dardenne y se apunta ahora a nuevas realidades sociales y cinematográficas.

    Trapero se mueve bien, y se siente cómodo, en esta franja que ahora casi solo practica él en el cine argentino. Entre la mirada rigurosa de quien aún se siente y se sabe independiente y el intento, lícito, de hacer un cine sino más popular, si con capacidad para llegar a más público. Y lo hace a partir del tema tratado -los esfuerzos de un par de sacerdotes católicos por llevar algo de paz y armonía, de sentido común, a una conflictiva barriada argentina infestada de bandas y represaliada por la policía- y de la forma en que lo enfoca: la pugna interior de los personajes entre la religión y la política mediatizada por actores conocidos -Darín convierte en oro casi todo lo que toca- y un estilo de puesta en escena sobrio y menos disconforme.

    'Elefante blanco' es así una buena muestra de cine comercial que no le da la espalda a las realidades sociales y las afronta con considerable convicción. Trapero ha perdido frescura por el camino, pero ha ganado también en la solidez de sus relatos y la transparencia de sus ideas. Aunque algunos personajes resulten más endebles dramáticamente -el que encarna Martina Gusman, una asistenta social que cuestiona la utilidad de su trabajo en las zonas míseras del país y se enamora del sacerdote interpretado por Renier-, el conjunto no es vacilante: Trapero rueda cada vez mejor y lo demuestra en secuencias como la de la recuperación del cadáver de un joven después de un enfrentamiento entre bandas, y la manera en que Renier lo traslada en una carretilla por las estrechas y laberínticas callejuelas que conforman el lugar violento en el que transcurre toda la acción.

    A favor: la sobriedad de la puesta en escena y la tensión que respiran todos los enfrentamientos y momentos de violencia callejera.

    En contra: algunos personajes están tratados de manera algo rápida y endeble.

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