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    El padre (The Cut)
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    Charlie W.
    Charlie W.

    12 usuarios 17 críticas Sigue sus publicaciones

    3,5
    Publicada el 8 de julio de 2015
    El cine histórico por antonomasia, ensarta en la sensibilidad del espectador, una finísima aguja indolora y a la vez emponzoñada de un ungüento balsámico, embaucador y de propiedades tremendamente adictivas a este tipo de historias canalizadas desde una base real. El plus del argumento histórico más la mordiente que provocan las dramáticas situaciones escritas no por un guionista avezado en esto de hacer saltar la lágrima más reacia, sino por la vida misma, esa que tantas veces supera a la ficción.
    El padre (The Cut), explora las catacumbas del alma humana a través del genocidio armenio a manos de los turcos a principios del siglo XX. Un viaje épico de más de dos horas de metraje a cargo de un padre vapuleado por los crueles dislates del destino, esos que la mayoría de las veces vienen respaldados por los propios hombres, los cuales poseen también el poder de cambiar la suerte de sus congéneres. Y esta, precisamente es una historia de despropósitos humanos, de atrocidades alentadas por la guerra, de búsquedas en plural del porqué de tanta sinrazón y la de su propia familia, víctima de tan cruentos sucesos. Pero también es una historia de coraje, de esperanza, y sobre todo de fe.
    El director alemán de origen turco Fatih Akin, se atreve con un tema hasta hace poco tabú en su país de origen, y lo hace con la que cierra la trilogía: “El amor, la muerte, y el diablo”. “Contra la pared” (2004), “Al otro lado” (2007), y finalmente la que hoy nos ocupa, en la que tras haber diseccionado tanto el amor como la muerte en la primera y segunda entrega; aquí nos surte de una buena dosis del tercero. Un diablo que es representado por hombres que la guerra, el poder y la soberbia, convierten en verdugos, convirtiendo a su vez a sus víctimas en mártires.
    La cinta nos deja ese saborcillo a cine épico de hermosos planos silenciados que nos hablan en cada lugar, justo de los sentimientos adosados a los personajes que enfrentan ese nuevo destino. A través del hilo conductor que supone el accidentado viaje del protagonista Nazaret (Tahar Rahim), el espectador acaba formando un vínculo con esa especie de odisea que este “padre” emprende en pos de vencer a ese “diablo” que le ha arrebatado todo lo que tenía. Una película a la que bien podrían haber añadido otros tantos minutos a esas más de dos horas de metraje, sin que hubiéramos puesto objeción alguna.
    Lourdes L.
    Lourdes L.

    1.816 usuarios 101 críticas Sigue sus publicaciones

    2,5
    Publicada el 8 de julio de 2015
    "Y cualquiera que dejare casas, hermanos, o hermanas, o hijos, o hijas, o mujer, o tierras por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y herederá la vida eterna"...¡Padre!
    Sufrimiento, el deleznable padecimiento del genocidio y su impunidad es lo que hallarás aquí, cinco minutos de exposición de la calidez del hogar de una familia sencilla, honesta, que se ama y respeta, que trabaja y convive con alegría y cariño con sus hermanos de comunidad y..., la aparición del diestro diablo, del sagaz belcebú humano con su peor lado, la llegada del atropello, del dolor y la miseria, las penurias e injusticias de un mal que se eleva en nombre del Señor -dale el nombre propio que quieras-, para aniquilar, golpear, abusar, violar y llevar hasta el límite de la extenuación el aguante de un cuerpo humano, de un alma inocente, de una razón que no entiende.
    Porque no se comprende ese desprecio, odio, aberración contra aquellos que profesan una religión diferente, católicos-musulmanos-judíos, Dios-Allah-Yahveh, Jesucristo-Mahoma-Moisés y la época que se quiera, continuas batallas crueles donde, según el año y el momento, unos mandan/otros reciben palos, armas de opresores/víctimas a la espera de la barbarie de turno, todo en nombre de una Fe, esa palabra mágica capaz de las aberraciones más horribles y de la voluntad de esfuerzo y superación más subliminal y grandiosa.
    Fotografía áspera, seca, árida, estéril de un desierto pedregoso y ruín expuesto al tormento inquisidor del astro sol, tormento inagotable de una imagen indigesta, atroz e incómoda que expone los horrores de una guerra, da igual su localización, con sus andrajosos rastros de inmundicia espeluznante y la huella sufridora y deleznable de la vileza que el ser humano puede causar a sus semejantes.
    Lo repito, sufrimiento, esa tortura de carrera contra destino por reencontrar a los tuyos y abrazar a la familia, supervivencia y perdón/masacre y placer, tremenda existencia en la que nuestro incansable héroe imperecedero, un conforme y adecuado Tahar Rahim, no se permite rendirse ni abandonar gracias al inmenso amor del que está repleto su castigado, pero aún vivo, corazón que se levanta a cada caída y subsiste firmemente con sólo la esperanza de volver a acariciar el rostro de sus hijas, la cara de su amada mujer y cuyo pensamiento es vitalidad enérgica para dar el siguiente paso.
    Concretando, estamos ante la masacre turca contra los armenios de 1915, ante un único protagonista, Nazaret el herrero, que tiene que cubrir, con interés y seducción, los 138 minutos de la duración de su búsqueda, esa profunda y amarga tragedia afectiva de un desahuciado mártir que guarda gran semejanza con la actualidad, agonizante aventura que no debe permitir la pérdida cognitiva del espectador al acecho, atento y expectante pero ¿lo consigue o su narración es lacia, plana y estéril?
    Con lamento se admite que este drama es insustancial, emotivamente vago, ausente, se lee con facilidad y ligereza, sin ningún problema -que resulta ser su mayor problema, valga la redundancia- pero sin consistencia ni vivencia pasional y ¿qué recompensa adquiere tu persona ante una lectura correcta y apropiada pero sin sentimiento que produzca escozor o amargor, piedad o afecto?; Fath Akin obvia la intensidad, el vigor y la adrenalina que te suspende anímicamente en el aire y se decanta por la corrección, la adecuada plasmación, la mera aprobación de un relato que debería causar estragos y devastación en tu persona pero no lo hace, simplemente se retira sin apenas haber causado impacto o conmoción en los presentes.
    "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis", pero lo único que hallas es un transeúnte sin conexión o comunicación con su público, obligado caminante perpetuo, de ciudad en ciudad, capaz de cruzar el charco para poder hallar a su descendencia y que, inexplicablemente no es capaz de aproximarse a tu relajado corazón o distendida alma y donde, el "Marco" de la infancia buscando a su anhelada madre, causaba más desasosiego, aflicción y ternura que toda la hazaña y proeza de este errante por tierras extrañas; y yo conté con la ventaja de verla en dos partes, con lo cual no se me hizo tan pesada y, aún así, ausencia completa de cualquier tipo de alteración, desvelo, inquietud o turbación por este incansable peregrino que nunca abandona su única posibilidad e ilusión de volver a tener cariño y amor sentido en su insignificante vida.
    "Mi tristeza es un mar, tiene su bruma que envuelve densa mis amargos días, sus olas son de lágrima, mi pluma está empapada en ellas, hijas mías. Vosotras sois las inocentes flores nacidas de ese mar en la ribera..., nací para luchar, sereno y fuerte, cobro vigor en el combate rudo..., llévenme así a vosotras, de los hombres ni desdeño el poder ni el odio temo, pongo todo mi honor en vuestros nombres y toda el alma en vuestro amor supremo...", hay más calor, emotividad y sensible efecto en este poema que en toda esta helada y entumecida historia, la próxima vez ¡más arte y destreza para tan gran relato!
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