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    Cirque du Soleil: Mundos lejanos 3D
    Críticas
    2,5
    Regular
    Cirque du Soleil: Mundos lejanos 3D

    La inauguración olímpica global

    por Mario Santiago

    Resulta bastante evidente que el Cirque du Soleil y el cine 3D estaban destinados a acabar encontrándose. Ambos son los mayores portavoces, en sus respectivas disciplinas, de una concepción megalómana y apoteósica del espectáculo global. De la mano de 'Avatar' de James Cameron, quien figura como productor ejecutivo de 'Cirque du Soleil: Mundos lejanos', el cine se terminó de aposentar en un nuevo paradigma expresivo basado en la fuerza del imaginario digital: una tierra soñada de luz, color y formas perfectas, alejada de los designios del azar y la realidad. Por su parte, con su grandilocuente arrojo escénico, el Cirque du Soleil ha encarnado la versión blockbuster de un arte, el circense, que parecía haber conservado mejor que el cine sus tradiciones más ancestrales. Hasta hace no tanto, las pistas de los circos aún eran sinónimo de animales no tan temibles, payasos encantadoramente cutres y speakers expertos en vender humo —el escenario de películas como 'Freaks', 'La strada' o la reciente 'El último verano' de Jacques Rivette—. Por su parte, el Cirque du Soleil ha decidido mirar hacia el futuro y ha sustituido a los viejos artesanos del circo por lo que parecen verdaderos atletas olímpicos: sirenas de natación sincronizada, colosos de la gimnasia artísticas y saltadores de altura sobrehumanos.

    Bajo este prisma, 'Cirque du Soleil: Mundos lejanos' se presenta como el sueño húmedo de un fan del archiconocido circo canadiense: la posibilidad de estar más cerca que nunca del espectáculo, observando cada detalle de la función desde la primera fila, muy cerca de los acróbatas. La película no es un documental, sino que propone un viaje por siete montajes diferentes del Cirque du Soleil, hilvanados a través de una suerte de Alicia (Erica Linz) que deambula por la maravilla multicultural: hay trapecistas sacados de la iconografía asiática, una contorsionista griega, saltimbanquis con pinta de superhéroes yanquis, y una serie de payasos británicos que se mueven al ritmo de las canciones de The Beatles (una alianza que ilustra de forma definitiva el poder económico y mediático del Cirque). Así, transitamos por diferentes culturas como pasearíamos por Port Aventura o por el simulacro de mundo en miniatura que nos presentaba Jia Zhang-ke en 'The World'. Todo reluce: los escenarios, los efectos y los movimientos perfectos de los artistas. No hay lugar para la romántica deficiencia artesanal: se impone la búsqueda de la perfección.

    Durante los poco más de noventa minutos que dura 'Cirque du Soleil: Mundos lejanos', el espectador pasea por un universo de fantasía en el que se pone en escena una sinfonía audiovisual de cuerpos ingrávidos. En ocasiones, como suele suceder en las inauguraciones olímpicas, el escenario acoge a tantos personajes que uno no sabe hacia dónde mirar, y la cámara de Andrew Adamson (director de las dos primeras entregas de 'Shrek' y 'Las crónicas de Narnia') sufre esporádicamente en su intento de dar cuenta de la parte y del todo. A ratos, uno tiene el impresión de que el Cirque du Soleil es un espectáculo concebido para espectadores con trastorno por déficit de atención, pero luego llega el bálsamo de algún "solo" o algún "dueto" que devuelve la calma y el sentido a la función. Agua, tierra, fuego... los materiales se baten en duelo con las piruetas imposibles de los artistas y las ráfagas de pirotecnia digital, que convierten el espectáculo más grande del mundo también en el más perfecto.

    A favor: El festival de cuerpos ingrávidos surcando el cielo del circo.

    En contra: La extrema perfección del espectáculo le confiere un cierto deje prefabricado.

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