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    Blue Jasmine
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Blue Jasmine

    Las pijas también lloran

    por Alejandro G.Calvo

    Déjenme decirlo de entrada: Blue Jasmine es el mejor Woody Allen desde los tiempos de… ¿Si la cosa funciona? –quizás no, y es que aunque Larry David sea su mejor sosías, la película iba de más a menos hasta casi desintegrarse-; ¿Match Point? –hombre, el toque dramático las une, aunque aquí los personajes están mejor definidos gracias a su vertiente más tragicómica-; ¿Acordes y desacuerdos? –probablemente, aunque su estructura episódica la hace mucho menos fluida que Blue Jasmine-; ¿Desmontando a Harry? ¿Balas sobre Broadway? ¿Misterioso asesinato en Manhattan? No corramos tanto, que aquí estamos entrando ya en el terreno de las obras maestras, y eso, por más que nos sea imposible dejar de querer al creador de Annie Hall, es una meta a la que, hoy por hoy, Allen ya no suele aspirar.

    Vamos, que Blue Jasmine es lo mejor que puede dar de sí (y es más que suficiente como para que lo celebremos a voz en grito) el cine de Woody Allen. Una película centrada en la confusión existencial de una vanidosa e insoportable mujer –sublime Cate Blanchett- que, acostumbrada a una vida de lujo gracias a la fortuna ilícita de su marido –sibilino Alec Baldwin, desde ya podría postularse para protagonizar un biopic de Luis Bárcenas-, ve como todos sus sueños se van por el retrete al encontrarse, de la noche a la mañana, sola, pobre y obligada a vivir con una hermanastra a la que apenas soporta –fantástica Sally Hawkins, inolvidable protagonista de Happy, un cuento sobre la felicidad-.

    Lejos de establecer una dinámica moralista en clave hombre rico/hombre pobre, Allen ofrece una misma mirada misantrópica sobre la existencia humana, en general, y sobre las relaciones de pareja, en particular. Estamos pues en el terreno de Delitos y faltas, de Maridos y mujeres, hasta de la olvidada Otra mujer: lo que significa que Blue Jasmine podría ser un film-revenant, que recupera la esencia de dichos títulos pero sin alcanzar la magnificencia de los mismos. Tampoco es que haga falta: al último Allen le sobran cartas para poder defenderse por sí misma; para empezar porque posee los personajes más creíbles que haya escrito en los últimos años –todos ellos brillan, desde el ex marido perdedor de la hermana (magnífico que Allen recupere a Andrew Dice Clay) hasta su nuevo (y muy garrulo) novio-, con abundancia de diálogos eléctricos, que van desde la comedia desesperada hasta el monólogo afásico y demoledor –tremenda la imagen de Cate Blanchett sin maquillar y con el pelo empapado balbuceando sola por las calles de San Francisco-; y porque posee una fluidez lo suficientemente acelerada como para que no prestemos atención a la habitual dejadez en la puesta en escena que ha mostrado su cine desde los tiempos de Scoop.

    Y es que a Allen le ha sentado muy bien Cate Blanchett. Es gracias a ella y a su rostro atrapado en un rictus desesperado (cuando no hipócrita) que Blue Jasmine es capaz de bailar de la comedia a la tragedia sin necesidad de cortar el plano. Mientras la vemos colocarse con Xanax y embutirse una copa tras otra, la risa helada que aparece en pantalla maneja un espectro de emociones lo suficientemente amplio para que entren con igual fuerza tanto los golpes humorísticos como los dramáticos. La comunión entre director y actriz es tal que ambos logran hacernos empática a esa pija egoísta y vanidosa que responde al pseudónimo de Jasmine. Allen, sin compasión ni desidia, desgarra a su personaje, le saca las tripas para exponerlas en primer plano, en un acto tan vandálico como auto expiativo que nos retrotrae a sus mejores momentos (cinematográficos) con Mia Farrow. Y encima hace buenos chistes al respecto. Es probable que no haya un solo crítico en el mundo capaz de reflexionar sobre una película de Woody Allen sin retrotraerse a su pasado (tampoco yo). Pero ello no debería impedir que todos disfrutemos de Blue Jasmine como lo que en realidad es: una excelente película.

    A favor: Los actores. Todos ellos.

    En contra: Que un gran director de fotografía (para el caso, Javier Aguirresarobe) no pueda suplir la pereza de Allen a la hora de engarzar secuencias.

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