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    El chico del millón de dólares
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    El chico del millón de dólares

    Buscando el talento

    por Israel Paredes

    A uno le gustaría que El chico del millón de dólares se asemejara a Moneyball, por ejemplo, en su relato del funcionamiento del mundo del deporte de los Estados Unidos, en este caso enfocado hacia la actividad de los representantes. Es decir, que hubiera un relato medianamente serio al respecto, y aunque algo hay, la tendencia de la película es ir derivando hacia una narración con moraleja final –constructiva para una vida mejor- y enseñanza vital. La productora es la Disney, no ha de extrañar. Y además se trata de una historia real.

    El chico de un millón de dólares es un producto Disney, lo cual no es decir todo pero sí decir mucho. Se evidencia en el tono de la película, en la simpleza de ciertos aspectos y en una considerable tendencia al maniqueísmo y a los comentarios moralistas –que no morales-. Ahora bien, primero hay que detenerse en su director, Craig Gillespie, y en su guionista, Thomas McCarthy. Ambos provienen de un inicio en los territorios del cine independiente. El primero firmó la notable Lars y una chica de verdad para pronto derivar hacia productos como Cuestión de pelotas o Noche de miedo, las cuales podrían haber sido dirigidas por cualquiera, tan bien o tan mal como lo hizo Gillespie. Por su parte, McCarthy, a parte de una larga carrera como actor, ha escrito y dirigido Vidas cruzadas, The Visitor, Win Win (Ganamos todos) y la no estrenada The Cobbler, sin olvidar que suyo era el guion de Up. Este bagaje de ambos se percibe en las imágenes de El chico de un millón de dólares, gracias al trabajo visual de Gillespie, profesional y casi sin fisuras, y en su sólido guion, gracias a McCarthy.

    Esto quiere decir que uno es capaz de poner en imágenes una historia con solvencia, moviéndose bajo unos parámetros narrativos –visualmente hablando- muy claros. Es decir, Gillespie no tiene salidas de tono, ni se percibe nada en sus imágenes que llame la atención; y sin embargo, es todo tan impoluto e irreprochable en su narrativa visual que apenas cabría poner reparo alguno salvo su más que ostensible falta de imaginación. Pero la funcionalidad, puesta al servicio de los objetivos de producción, es innegable. Esto ocasión que uno pueda ver El chico del millón de dólares sin demasiados problemas, porque presenta una construcción, un desarrollo dramático y de los personajes y una conclusión más que conocida. Nos sitúa en un lugar, diríamos, que cómodo y placentero, que, sin realizar demasiadas preguntas, nos permite el seguir la película sin complicación alguna. El guion de McCarhty, es ejemplar al respecto y se lo pone sencillo a Gillespie. Y la Disney a los dos.

    John Hamm, por su parte, lleva a cabo una muy buena interpretación que, por desgracia, en ocasiones no logra dejar atrás al Don Draper televisivo, o lo mismo es que nuestra mirada está demasiado condicionada por la reciente memoria catódica. En cualquier caso sabe otorgar personalidad a su personaje, aunque la poco sutil y sí bastante esquemática construcción del mismo, con la clásica evolución de un tipo que solo piensa en el dinero, los contratos y acostarse con jóvenes modelos y que acaba convirtiéndose en un hombre con corazón y sensato (es decir, que sienta la cabeza) resulta tan sumamente sencilla que cualquier actor con tablas habría podido interpretarlo con total verosimilitud.

    Dicho todo esto, lo cierto es que El chico del millón de dólares puede acabar siendo entretenida, aunque su metraje de más de dos horas no está justificado bajo ningún concepto. Pero la Disney ha sabido, inteligentemente, crear una película desarrollada en casi su primera mitad en la India, con jóvenes actores indios, y con la mirada puesta en un mercado francamente apetecible para las productoras. Se comprende, al fin y al cabo lo que vemos sucedió, al menos externamente, de esa manera. Pero la maniobra comercial es tan evidente que acaba afectando a la película, porque sus costuras se notan demasiado, y es un tanto irritante. Más que el arsenal de discursos bienintencionados que, a estas alturas, no nos sorprenden ni incomodan. De hacerlo estaríamos siendo demasiado ingenuos ante una película como El chico del millón de dólares, menos inocente de lo que a primera vista pueda parecer a la hora de contarnos la historia de un hombre que unió los concursos televisivos de cazatalentos y el beisbol. Ese era realmente el relato interesante, creemos, pero queda varado entre cuestiones de amistad, de superación y de disfrute de la vida por encima de cualquier otra cuestión. Los más jóvenes deben aprender eso: que el dinero no lo es todo. Luego cuando se hagan mayores ya aprenderán por su cuenta que la realidad es muy otra.

    Lo mejor: Lo fácil que es seguir su trama sin pestañear.

    Lo peor: Que si uno pestañea el artefacto se derrumba.

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