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    La invitación
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    La invitación

    Afrontar la realidad

    por Israel Paredes

    De entre los muchos elementos que hacen de La invitación una película excelente, se encuentra no tanto su indefinición dentro de un género concreto como su particular huida de poder ser etiquetada dentro de uno en particular. Esto, que en algunos casos no es más que un asunto teórico que en ocasiones no aportada nada a la lectura de la película, resulta relevante en la propuesta de Karyn Kusama, dado que acaba siendo parte del discurso de sus imágenes. Por otro lado, resulta gratificante encontrarse con una película que imposibilita, en relación con su directora, prácticamente el crear un diálogo con sus anteriores producciones, dado que La invitación, al menos desde un punto de vista 'autoral', apenas tiene que ver con Girlfight, Aeon Flux o Jennifer’s Body, sus anteriores trabajos. Dos cuestiones que aumentan, si cabe, la singularidad de una película cuya propuesta se abre en muchos sentidos dada la riqueza de su planteamiento y, sobre todo, de su aparente sencillez.  

    Al comienzo de La invitación, Will (Logan Marshall-Green) y Kira (Emayatzy Corinealdi), conducen hacia la fiesta de la exmujer de él, Eden (Tammy Blanchard), cuando atropellan un coyote, a quien Will debe rematar al haber quedado malherido. La brusquedad de este inicio se contrapone con la serenidad y la calma que presidirá la narración de la película hasta su eclosión final. Una especie de breve prólogo que crea ya extrañeza, sobre todo alrededor de Will, un personaje de magnífica construcción y mejor interpretación. De hecho, aunque pueda parecer un inicio sin demasiada relación con el desarrollo posterior de la película, cabe preguntarse por el acto Will, y por el coyote… A partir de ahí, Kusama nos sitúa en un territorio conocido, el de las películas de reuniones de amigos para, desde la sutilidad y la inteligencia, ir violentando y subvirtiendo tanto ese esquema narrativo como los de ciertos modos del cine independiente más estandarizado. La directora se toma su tiempo para narrar lo que en apariencia es una simple reunión de amigos convocados por Eden y su actual compañero, David (Michiel Huisman), quienes al poco de estar todos reunidos desvelan que tras su paso por México en busca cada uno de superar su trauma particular –ella, la muerte del hijo que tuvo con Will; él, su adicción a la cocaína-, han ingresado en una suerte de organización que no es otra cosa que una secta. Sus amigos, que representan todos ellos un arquetipo en el cine contemporáneo –la pareja gay, el gordito gracioso al que nadie hace caso, la joven conservadora, la asiática…-, parecen disfrutar incluso en su asombro, mientras que Will recela. Siente que hay un peligro alrededor; tiene miedo, aunque no parece entender su procedencia.

    Kusama juega con nuestras perspectivas, pero lo hace siempre alejándose del simple juego. Los giros argumentales de La invitación, en realidad, no son tales: basta pensar cómo se llega hasta el final para darse cuenta de que, en verdad, todo estaba ahí. Tan solo era cuestión de fijarse, de asumir la mirada de Will. Por supuesto, Kusama lo que pretende, y consigue con asombrosa facilidad y agilidad, es que el espectador dude en todo momento de lo que está viendo y, por extensión, de la propia construcción de la ficción. Va creando una tensión basada en la exploración de las relaciones entre los personajes, en los detalles, en el juego con el espacio de la casa, sabiendo elaborar los contornos de la misma tanto como un espacio opresivo y cerrado como abierto hacia un exterior en el que están sucediendo cosas, aunque no lo sepamos hasta el mismo final. La excelente fotografía de Bobby Shore, con unos tonos apagados, crea una sensación sombría que concede a las imágenes una cierta sensación de irrealidad que contrasta con el tono pretendidamente realista de la trama.

    La invitación, título que hace referencia a un asunto narrativo de la película pero también parece abrir las puertas al espectador hacia la trama, nos sitúa ante a unos personajes que se enfrentan a la pérdida y al duelo, que buscan respuestas y afrontar sus traumas. Y, en medio, la paranoia hacia el daño y el dolor que puede infligirse. Todo ello junto para lanzar, como la poderosa imagen final de la película, entre otras cosas, plantea, una mirada hacia una sociedad –¿una generación?- sin centro, que inventa creencias sobre la marcha –en este sentido la película golpea a las 'nuevas religiones'-, que buscar/persigue su identidad tanto dentro del colectivo como a modo individual, que plantea cuál es el lugar del disidente, de aquel que se encuentra en los márgenes, cuando no cree/piensa lo mismo que quienes le rodean -¿no queda otra que ser un paranoico, un excéntrico?-. Puede leerse la película como una mirada hacia una sociedad refugiada de su culpa, incapaz de afrontar la realidad. Y lo hace mediante un trabajo visual impresionante y una extraordinaria capacidad para ir creando tensión mediante una modulación del ritmo, apenas rota, que resulta llamativa dentro el cine actual, sobre todo del género al que, en teoría, pertenece La invitación. Película que, como Will, permanece en los márgenes y busca su identidad más allá de las exigencias comerciales y los condicionantes sociales.

    Lo mejor: Prácticamente todo, pero sobre todo la complejidad que esconde su aparente sencillez.

    Lo peor: Que se pueda leer como una película tramposa, cuando en realidad, como decíamos, no existen giros argumentales: todo estaba ahí.

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