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    Amar, beber y cantar
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    Borja D.
    Borja D.

    14 usuarios 28 críticas Sigue sus publicaciones

    3,5
    Publicada el 22 de junio de 2020
    Tanto el teatro, como el cine o como cualquier otro arte, son representaciones de la vida. Pero ¡ojo!, esto no se restringe a la corriente naturalista y realista. No. Me refiero a todo el arte. Sin distinción alguna. Lo surrealista y abstracto también representan la vida. ¿Por qué comento esto último? Sencillamente, porque es lo que Alain Resnais propone en ‘Amar, beber y cantar’, una película sencilla, en cierto modo abstracta, pero sumamente bella. El gran adiós de uno de los más grandes directores de cine que ha existido jamás. Resnais ha conseguido a lo largo de su filmografía captar las emociones humanas y mostrarlas sin adornos y con suma crudeza. Por ejemplo, en ‘Noche y niebla’ era el terror y la repulsión ante uno de los actos más viles y grotescos que jamás haya cometido el ser humano. O, en ‘Las malas hierbas’ mostrando el amor y la toxicidad que a veces, de forma inconsciente, emerge de los más profundo de cada uno.

    En ‘Amar, beber y cantar’, el director galo emplea el mundo del teatro y la ausencia como bastiones para elaborar la historia. Por un lado, el teatro le sirve para mezclar realidad y ficción, ayudado por un decorado ficticio, propio de cualquier obra teatral; y unas actuaciones forzadas en el sentido que la propia estética teatral implica, a lo cual no se le puede reprochar nada ya que es coherente con la puesta en escena. Sin embargo, me ha resultado muy interesante el ver como la cámara va soltando lastre y con ello la puesta en escena a medida que pasan los minutos. Es decir, la puesta en escena va perdiendo rigidez, pasando paulatinamente de la estética más próxima al teatro hasta acercarse cada vez más a un lenguaje visual más cercano al del cine. Esto se puede observar, especialmente, en la escala de planos empleada, siendo mucho más variada en el tramo final de la película.

    Por otro lado, hablaba de la ausencia. En este caso, la ausencia la simboliza George, el amigo invisible en lo físico, pero presente en lo espiritual. El espectador no conoce quién es George, pero sí puede crearse una imagen aproximada gracias al resto de los personajes. De hecho, es la figura de George la que sirve de eje central a todo lo que ocurre en la película. Los giros argumentales y los arcos de transformación del resto de protagonistas vienen motivados por la influencia de George. En mi opinión, es como si George fuese el propio Resnais. Ambos son los directores de esta obra, tanto a nivel extradiegético como intradiegético. No se percibe realmente lo que hacen , pero uno es consciente de la enorme influencia de su labor o presencia.

    Pero la ausencia también se percibe en lo que ocurre ‘entre bastidores’. El espectador apenas tiene derecho a ver lo que hay detrás del decorado, introduciéndose en los edificios cuya fachada están echas de tela. Dentro de esos edificios también hay acción, pero no el espectador ha de informarse en función de lo que dialoguen los personajes que entran en el plano/escena.

    Todo ello consigue que ‘Amar, beber y cantar’ haga reflexionar al espectador sobre cuestiones como la amistad, la muerte, los celos y el amor. Pero esta reflexión no es explícita, sino que a medida que va desarrollándose la narración, dichos temas emergen de forma implícita, dejando el espacio suficiente al espectador para que sea este quien establezca su opinión al respecto. Lo que está bien y está mal, cada uno según sus valores éticos y morales. Porque Resnais no juzga a sus personajes, situando a unos por encima de otros en función de sus actos. Al contrario, él simplemente muestra, y si ha de establecer algún juicio, incluye varios puntos de vista; nuevamente para evitar la preponderancia de un personaje sobre el otro.

    Por lo tanto, Resnais se despide a lo grande. ‘Amar, beber y cantar’ es una buena película. Sencilla y bella. En la que con apenas cuatro decorados y seis personajes, el director francés capaz de contar tanto. Una demostración de como la inteligencia y el talento bastan para saber como maximizar los recursos de los que se dispone. Por último, me ha resultado imposible el no trazar el paralelismo entre la propia muerte del director y la reflexión sobre la muerte que hace la película. George influye en los seis protagonistas. Y Alain Resnais, influyó en muchos cinéfilos, con una filmografía superior a la media. ‘Amar, beber y cantar’ es una despedida a la altura del genio.

    Au revoir, Alain!
    Lourdes L.
    Lourdes L.

    127.193 usuarios 920 críticas Sigue sus publicaciones

    2,0
    Publicada el 23 de agosto de 2015
    ¿Quién es George? debería llamarse esta obra de teatro rodada en formato de película sobre tres parejas y su relación con dicho protagonista anónimo y siempre oculto al espectador que conoces a través de las experiencias, dichos y oídas de sus queridos conocidos, todo ello presentado a través de dibujos pintados de referencia paisajística, coloridos cartones de escenario y localización breve para situarte en la carretera de este ensayo de una obra que sirve como excusa para descubrir en sus inicios, descansos y paradas por desavenencias la relación no tan sincera ni idílica, bastante manipulada y complicada de las mujeres con el ausente y de los hombres con su estimado amigo, tan nombrado pero, nunca observado en presencia física para poder ser apreciado más allá de un, no del todo conseguido, sugerente fantasma.
    Seis estupendos actores que sostienen toda la obra con gran talento y acierto ante la centralización exclusiva en sus rostros y palabras de una atención y curiosidad que deben mantener intacta, a buen nivel, en todo momento ante la ausencia de distracciones decorativas que puedan desviar la atención sobre su persona y lo que su personaje quiere transmitir, exigente prueba que superan por su demostrado arte y oficio, sin problema alguno.
    Nada más empezar te atrae su estilo, te gusta su carácter, te estimulan sus formas y estás dispuesto a darle esa oportunidad inocente de validez a su apertura para ser seducido por un texto que, de todas-todas, debe ser potente y magnífico pues, la historia entera se sostiene sobre la capacidad cualitativa, valorativa, intuitiva y específica del guión pero, éste no es de tal calibre, su fuerza, apenas emerge o asoma la cabeza, se desvanece y desaparece cual humo confuso, su energía no acaba de arrancar ni desprenderse de unas buenas intenciones que no van más allá de su propia cita de miras y todo su hábil y fascinante planteamiento se pierde entre llanuras insinuadas de pasión no sentida, de celos no vividos, percepciones no confirmadas y sensaciones que no se despegan de su ilusionante comienzo y que, prontamente, van proporcionando un observar sin sentir que, aunque permite construir al protagonista ausente -único motivo del diálogo-, tal tarea no produce carisma ni entusiasmo ni un buscado sosiego que te permita escapar de tu neutralidad.
    Del desaparecido director sólo conozco "Muriel", obra magnífica donde las haya, para esta ocasión "Comer, beber y cantar" no ha sido la obrajovial, distendida y alegre que anunciaba su título, la evolución de los personajes respecto la figura espectral es de motivación media que nunca supera un regular standard durante todo su avance; en "Dogville", Von Trier atrapaba tu interés y no te soltaba por nunca, ni siquiera permite un descanso en su perpetuo recuerdo sobre ella, con una sencillez aplastante, aquí, Alain Resnais, no tiene tanta técnica ni habilidad, mucho empeño de fruto tibio y leve pues, escuchar las sentencias referidas a este adulador mujeriego, amigo de sus amigos, de pensamiento esquivo, no caldea el ambiente ni sube la temperatura y, la imagen que te formas de él a partir de sus presentes portavoces no es tan halagüeña, aduladora o deseada pues, no hay sentimiento de pérdida irreparable al no poder conocer al titular invisble, existe un vacío emprendedor por continuar la historia que no te lleva a recharzarla pero tampoco a abrazarla, elegancia y estilo en la puesta en escena, menor recepción sabrosa en la tertulia y los platos servidos.
    Cuando no se despierta interés o encantamiento por ese desconocido, cuando tienes que esforzarte para apreciar su esencia y, aún así, dudas..., ni primavera, ni verano ni finales de otoño; definitivamente, no estamos ante su mejor trabajo aunque, tampoco se duda, sigue siendo él.
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