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    En defensa propia
    Críticas
    2,5
    Regular
    En defensa propia

    Sobre la crueldad

    por Israel Paredes

    El británico Daniel Barber en En defensa propia, su segundo largometraje tras Harry Brown, lleva a cabo un acercamiento muy particular a la Guerra de Secesión norteamericana, cuyos elementos de interés poco a poco van quedando atrás según avanza la película, perdiéndose en la indecisión del cineasta por imprimir a la narración, y a las imágenes, de una mayor fuerza a pesar del cuidado general que presenta la propuesta.

    En defensa propia nos sitúa en 1865 en el sur de Estados Unidos, en una granja en la que dos hermanas, Augusta (Brit Marling) y Louise (Hailee Steinfeld), junto a Mad (Muna Otaru), mujer de color que vive con ellas como ‘igual’ pero quién, entendemos, antes de la guerra debía servir como esclava, sobreviven diariamente trabajando sus campos mientras la guerra, que se encuentra en sus últimos momentos, se desarrolla lejos de allí. La llegada de dos unionistas, Moses (Sam Worthington) y Henry (Kyle Soller) a la zona violentará, literalmente, su convivencia.

    Las secuencias de inicio de En defensa propia marcan ya el ritmo y el tono de la película, y además lo hacen con un buen empleo de la narrativa visual, sin apenas diálogos. Esto se mantiene a lo largo de todo el metraje en la medida de lo posible: uno de los aciertos de la película reside en buscar una narrativa asentada antes en las imágenes que en el diálogo, el cual, cuando aparece, tiene una justificación que no ahoga la potencia de las imágenes de Barber. Sin embargo, ese intento acaba, poco a poco, perdiendo fuerza, quizá porque, paradójicamente, ese trabajo por dotar a las imágenes de una naturaleza propia, termina pesando demasiado sobre el desarrollo dramático de la película, es decir, uno acaba pensando más en la construcción de cada plano que en lo que contiene, cuando debería haber una unidad al respecto. Queda, al final, como un trabajo esteticista en el que Barber proyecta su búsqueda de dotar a En defensa propia de una personalidad visual propia sin conseguirlo del todo.

    En el fondo, quizá, uno de los problemas de En defensa propia resida no tanto en contar con pocos elementos, tanto personajes como narrativos, si no en no conseguir que ese relato íntimo que intenta ser metáfora de la guerra civil cumpla con las expectativas. La película comienza con un aire de western, el contexto conduce a ello, y acabo siendo una auténtica home invasión, pero en el paso de un género a otro, o en la ausencia de uno en particular, la película se pierde en no saber qué quiere en realidad mostrar. La tensión bien conseguida en determinados momentos –como la secuencia en la tienda del pueblo o la secuencia inicial- no está a la altura del enfrentamiento entre las tres mujeres y los dos hombres; es más, tras una primera parte dedicada a mostrarnos la cotidianidad de ellas, y sus diferencias, cuando llega el clímax, En defensa propia no mantiene el mismo interés. El trabajo elíptico de Barber funciona bien en un tramo de la película, pero carece de sentido llegado al final. Que es justo, además, cuando la historia exigía un mayor desarrollo, enfatizar la dialéctica que ha ido creando a lo largo de toda la película. Dialéctica también existente entre el uso de una fotografía naturalista de tonos apagados y la crudeza y crueldad del relato.

    Con En defensa propia queda la sensación de haber presenciado una acercamiento algo original y arriesgado a un tema muy tratado en el que la mujer toma una posición que se aleja de lo objetual y abraza la de sujeto, lo cual es de agradecer. Como lo es que Barber quiera narrar con imágenes, que no abuse de la palabra, que crea en las imágenes. Pero también queda pantente que la idea y las intenciones le han venido muy grandes. No es suficiente con una buena y, en ocasiones, solida construcción visual. El director ha creado demasiada distancia con el material y eso se traduce en una falta de nervio que no consigue corregir un plano final que cierra la película y constata que Barber se ha dejado mucho por el camino.

    Lo mejor: Las tres actrices y la pulsión de las imágenes de Barber por tener autonomía narrativa.

    Lo peor: Que esa autonomía va de más a menos y pierde fuerza e interés según avanza la película, quedando todo en algo casi anecdótico.

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