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    La mujer del chatarrero
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La mujer del chatarrero

    La tragedia cotidiana

    por Gerard Casau

    A principios de la pasada década, el bosnio Danis Tanovic sonaba en todos los mentideros del cine de autor como the next big thing. Su ópera prima, la tragicómica parábola sobre la guerra de los balcanes En tierra de nadie (2001), fue la gran sorpresa del festival de Cannes, donde ganó el premio al mejor guión. Cuando, unos meses más tarde, el filme se alzó con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa todo parecía indicar que los siguientes pasos de Tanovic llevarían al director a lo más alto. Pero los augurios no se cumplieron: El infierno (2005), su ambicioso intento de llevar a la pantalla un guión póstumo de Kristof Kieslowski, no recibió la atención deseada, y Triage (2009) lo enterró en los sinsabores de un europudding tan antinatural como su reparto, encabezado por Colin Farrell, Paz Vega y Christopher Lee.

    Con estos precedentes, resulta harto significativo que haya sido una obra como La mujer del chatarrero, realizada a una escala muy pequeña, la que haya permitido al director reencontrarse con algunas virtudes que parecía haber olvidado (caso de la urgencia, la cercanía y la atención a los detalles) y, también, con un cierto éxito y repercusión, pues el filme empezó su carrera internacional llevándose el Gran Premio del Jurado y el Oso de Plata al mejor actor en la Berlinale de 2013.

    Rodada en tan solo nueve días y con un equipo mínimo, la película se acerca a una historia real que ejemplifica la delicada situación de los gitanos serbios residentes en Bosnia, que al no disponer de tarjeta sanitaria quedan desamparados ante cualquier problema médico. Eso es lo que le ocurre a Senada, que sufre un aborto natural y debe pasar por quirófano urgentemente, pese a que los costes de la operación son desorbitados para los escasos ingresos de su familia. Frente a la imposibilidad de pagar la intervención, y viendo cómo todos los hospitales se muestran reacios a hacer una excepción en su estricta normativa, su marido Nazif debe elucubrar una manera de conseguir la documentación necesaria para que Senada pueda salvar su vida.

    Pegándose al rostro (y a la nuca) de los personajes, Tanovic plantea el filme como una especie de “documental en diferido”, acudiendo a los protagonistas del suceso para que se interpreten a sí mismos. De esta forma, el calvario de este cuerpo enfermo (cuyo desesperante ir y venir puede hacernos pensar en La muerte del señor Lazarescu es revivido sin necesidad de adornos, y con el compromiso de ir directamente al hueso de lo narrado. Este carácter introvertido, que desprecia todo pico dramático en favor de una austeridad monocorde, hace de La mujer del chatarrero un plato de apariencia discreta; pero su negativa a espectacularizar el sufrimiento ajeno es también un firme posicionamiento ético, resistiendo la tentación de hacer paladeable y emotivo un drama que, tal y como indica el título original del filme (su traducción literal sería "Un día en la vida de un chatarrero”), está lejos de terminar en la anécdota que recogen sus imágenes.

    Lo mejor: Su sequedad y concisión.

    Lo peor: La decisión de adoptar un tono extremadamente sobrio y parco puede minimizar su impacto.

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