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    ¿Quién mató a Bambi?
    Críticas
    3,5
    Buena
    ¿Quién mató a Bambi?

    Disparate nacional 'coeniano’

    por Carlos Reviriego

    Varias fuerzas caminan en sentidos opuestos, llamadas a colisionar, en ¿Quién mató a Bambi?, y sin embargo es de esas contradicciones de donde surgen el interés y la singularidad, en ocasiones la fascinación que ejerce el tercer largometraje en solitario de Santi Amodeo. Para empezar, el autor de Astronautas y Cabeza de perro (de las que injustamente se pasó de puntillas), se propone mantener una mirada audazmente personal en el contexto de un remake (de la película mexicana Matando cabos) y de una gran producción (en los tiempos que corren) respaldada por Sony Pictures. El divertido cameo de Andrés Iniesta en el film, una de esas exigencias comerciales con las que tiene que lidiar la película (y el director), bien podría valernos como botón de muestra de la lucidez con la que Amodeo sale al paso de los compromisos adquiridos en una producción de este tamaño, determinada a llegar a un amplio público pero también a convencer a espectadores exigentes. El secreto (y el riesgo) está en el tono.

    Las aparentes paradojas y los gestos enfrentados hacen discurrir la película por zonas escurridizas, ambiguas, en ocasiones fértiles. El registro de los actores, por ejemplo. El reparto es magnífico (gran Ernesto Alterio), y todos ellos se muestran muy entregados a la causa de ofrecernos interpretaciones en códigos realistas (incluso dramático), sólo que el marco es el de una trama muy disparatada en torno a un doble secuestro exprés. Ahí entra en juego el tono de los Coen. Ahí y en la representación de la violencia, que desde su sentimiento lúdico evita la caricatura, se muestra con especial impacto y explicitud. Es el tono que Amodeo quiere importar a su película, con guiños literales a El gran Lebowski, Fargo, Sangre fácil… Películas todas ellas, como ¿Quién mató a Bambi?, construidas en torno a tipos absolutamente inoperantes que se ven superados, devorados por las circunstancias que ellos han sembrado o que el azar ha puesto perversamente en su destino. (¿Y no es también eso lo que definió el cine de Berlanga?). El texto es el drama pero el contexto es la comedia, entonces. ¿O será al revés? Sabemos que todo está destinado a salir mal porque todas las decisiones que toman los personajes son siempre la más torpe, la más mezquina o quizá la más inverosímil. Amodeo conoce las reglas.

    Urbizu trasladó los tropos del thriller noir a la idiosincrasia cultural española (La caja 507), Balagueró hizo lo propio con el terror (Rec), por qué no intentarlo con la action comedy, acaso el género más revulsivo del último cine americano. He ahí otra aparente contradicción: revelar los patetismos, la rabia, los excesos, la idiotez y la opresión de la sociedad española (y sus insalvables clasismos) con las formas cinematográficas de la comedia americana. Amodeo cuenta a su favor con un guión cruento y milimetrado (donde reparte leña a opresores y oprimidos), en el que nada parece sobrar pero que al mismo tiempo no rehúye las jugosas digresiones, un guión que no necesita de chistes fáciles o de gags escandalosos. Cuenta a su favor, también, con la necesidad en su cine de que la estética no sea un elemento secundario. Generalmente, las comedias privilegian el texto sobre las imágenes, pero Amodeo ilustra su disparate nacional con poderosas ideas visuales y escenas de acción insóitas en la comedia española, con una puesta en escena generosa en hallazgos y en recursos cinemáticos.

    A favor: La aparente naturalidad con que la poética de los Coen puede importarse al cine español. El taxista bizco interpretado por Manolo Solo.

    En contra: El riesgo de la propuesta a quedarse en una tierra de nadie.

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