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    Rogue One: Una historia de Star Wars
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Rogue One: Una historia de Star Wars

    Los cañones de Jedah

    por Alejandro G.Calvo

    Las autoridades sanitarias advierten: la crítica no tiene spoilers pero, si se quiere llegar virgen al visionado, lo mejor es esperarse a leerla. 

    Todo en su sitio: Rogue One, el primer spin-off de la saga cinematográfica más exitosa (en términos pecuniarios) de todos los tiempos cumple sobradamente las expectativas. Los fans galácticos pueden respirar tranquilos y, los que no, pueden empezar a prepararse para vivir un film de aliento épico clásico que acaba por arrasar al espectador. Y es que son muchos los aciertos del film de Gareth Edwards –honestamente: ni Monsters (2010), ni Godzilla (2014) hacían prever un film tan potente como este episodio 3.5- que la hacen, ya no sólo muy superior a las precuelas de principio de Siglo –episodios I, II y III (a cuál más rollo)-, sino que se situaría sin problema, en términos cualitativos, al mismo nivel que la saga original (y eso que el factor sorpresa, argumentalmente hablando, es inexistente: todo el mundo sabe de qué va la película y cómo va a acabar, más o menos).

    Edwards (y sus guionistas: Tony Gilroy y Chris Weitz, el primero da músculo al thriller, el segundo oxigena con los respiros cómicos) no mira ni a George Lucas ni a JJ Abrams a la hora de dar forma a su monolito galáctico. Él va mucho más atrás. Porque Rogue One nos devuelve un sentido de la épica dramática, vinculada al sacrificio de héroes imposibles a la caza de un objetivo suicida, que nos retrotrae tanto a los mejores films de Raoul Walsh –piensen en Objetivo: Birmania (1945) o en Murieron con las botas puestas(1941) y acertarán- o a imborrables clásicos del género bélico como Los cañones de Navarone (1961) o La gran evasión (1963). Vaya, que aquí no se busca tanto la espectacularidad de las acciones (que lo son) como que estas tengan un calado dramático que de entidad al conjunto del relato.

    Uno de los problemas del Episodio VII fue la excesiva deuda que tenía El despertar de la fuerza con los films precedentes: ya no sólo porque quera incapaz de zafarse de ellos para respirar con vida propia sino porque la propia narración acaba por resultar mimética con la de la película-raíz, La guerra de las galaxias. Edwards se libera de dicho lastre confeccionando una película con principio y final (no esperen marear más la perdiz), que si bien posee nutridas referencias a la saga (como todo fan debe esperar) funciona de forma perfectamente autóctona: nuevos personajes, nuevos desafíos dramáticos y, especialmente, una traca final absolutamente enmudecedora, donde la acción, la emoción, la alegría y la tristeza se abrazan en un espectáculo totémico. ¿Se le puede pedir más? No, pero lo hay: tremendas interpretaciones (sobresaliente para Felicity Jones, Mads Mikkelsen y Ben Mendelsohn, aprobado justo para Diego Luna), un robot destinado a calar en la cultura pop de los próximos cincuenta años (K-2SO, con voz de Alan Tudyk), un Darth Vader acojonante (suya sería la secuencia más brutal de la película) y, como gesto simpático para los fans, la reconstrucción en CGI del inolvidable Peter Cushing. Vamos, que es un baño.

    A favor: El bunch de Rogue One al completo, que tiene hasta su propio Zaotichi. Y su batalla final.

    En contra: Saw Gerrera, personaje a quien da vida Forest Whitaker, parece haber sufrido mutilaciones en la sala de montaje (se le ve poco, para que nos entendamos).

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