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    Jackie
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Jackie

    El final del mito

    por Carlos Losilla

    En Nebraska, la última película de Alexander Payne, un padre y un hijo emprenden un viaje a Canadá para cumplir un sueño del primero, cobrar un premio inexistente. En Jackie, la cineasta holandesa Antoinette Beumer, de quien no había tenido el gusto de ver ningún trabajo anterior, pone en escena a dos hermanas que acompañan a su madre de alquiler, a quien no habían visto nunca, a un hospital donde deberán curarla de una pierna rota. Las dos películas comparten escenario e intención: la América profunda de las carreteras secundarias y los bares perdidos en el tiempo, todo ello visto más como mito que como realidad. Pero también hay algo que las separa, quizá decisivamente: mientras Nebraska no se mueve ni un centímetro más allá de sus modelos, respecto a los que compone una hermosa réplica a modo de homenaje, Jackie intenta hacer otra cosa, un desmontaje de la road movie tradicional que finalmente se muestra capaz de lo mejor y lo peor, de decisiones sorprendentemente innovadoras y concesiones desafortunadamente banales.

    En principio, Jackie no pinta nada bien. Tenemos a dos hermanas holandesas educadas por una pareja de gays que un día decidieron alquilar a una hippie norteamericana para que les diera descendencia. Tenemos a la antigua hippie en cuestión  (interpretada por Holly Hunter, en lo que parece un tour de force típico de actriz madura de Hollywood echando el resto para los europeos), malhumorada, cabezota, cascarrabias. Y tenemos el paisaje americano, que presta sus grandes llanuras y sus montañas descomunales para un trayecto de aprendizaje en el que, supuestamente, las tres mujeres aprenderán mucho las unas de las otras, reforzando sus lazos familiares y reflexionando sobre su vida anterior, blablablá. En sus peores momentos, la película de Beumer cumple a rajatabla con esos clichés. Las relaciones de las dos hermanas con la vida que han dejado atrás, por ejemplo, evolucionan de la manera más convencional, con lo que cualquier horror que se le pueda pasar por la cabeza al espectador sensato obtendrá sin duda su equivalente fílmico en este sentido. Y la resolución del relato no solo es indecisa y mortecina, sino que consigue neutralizar un par de hallazgos memorables por medio de absurdos cambios de tono.

    En medio de todo eso, Jackie revela un potencial inesperado. Las dos hermanas, interpretadas por dos hermanas reales (Carice van Hoten, la protagonista de El libro negro, y Helka van Houten, actrices elegantes y sensibles), se enfrentan a otro personaje prácticamente mudo, impenetrable, casi momificado (Hunter, en una interpretación sorprendentemente arisca y antipática): lo que queda del sueño hippie, visto con estremecedora lucidez y bastante crueldad, convertido casi en un equivalente de los indios en el western, género al que la película se acerca sin remilgos. En efecto, la América mostrada está hecha de desiertos inacabables, de ruinas que se suceden unas a otras en carreteras infinitas, como si el Oeste estuviera aún por construir. Y los escasos secundarios no tienen ningún glamur, o bien ayudan rápida y lacónicamente a las protagonistas, o bien intentan violar a las dos hermanas, en una escena siniestra y desasosegadora que termina a balazo limpio. Entre tiempos muertos que no revelan nada acerca del pasado de Jackie y viñetas que terminan en silencio absoluto (como el sorprendente encuentro con el hermano granjero, en un paraje desolador), la película parece ilustrar el reverso de la road movie de aprendizaje, un itinerario hacia la nada por una América que ha perdido su condición de mito, vista desde Europa, y que se acerca más a la pesadilla que al sueño. Si no fuera por su irresistible tendencia al estereotipo complaciente, Jackie hubiera podido ser un film feroz, agreste, salvaje, como ese bar de carretera  en el que se detienen las protagonistas, sin camareras simpáticas, sin hamburguesas deliciosas, solo un lugar oscuro y nada confortable, en medio de ninguna parte. Aun así, es una relativa sorpresa.

    A favor: fogonazos de mala uva, de sordidez, en un contexto de lo que parecían “buenos sentimientos”.

    En contra: que siempre todo vuelve al redil, inevitablemente.

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