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    Carne de perro
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Carne de perro

    Después de la tortura

    por Quim Casas

    Cabeza visible de un nuevo cine chileno que tiene en Pablo Larraín a su estrella internacional, Fernando Guzzoni muestra en "Carne de perro" la vida actual de un torturador (o ex torturador, aunque cuando se ha torturado una vez no creo que exista culpa ni redención) sin decir en ningún momento que se trata de un torturador durante la dictadura de Pinochet. Sin ser ambiguo, si es un filme hasta cierto punto abstracto. Intuimos el pasado del personaje, de dónde viene, sus crisis, angustias, ataques de pánico incontrolado y dudas ante un futuro poco redentor, pero nunca sabemos a ciencia cierta si ejerció o no la represión durante la dictadura. Como thrillers recientes en los que no se aclara el misterio que alumbró el inicio de su relato, "Carne de perro" funciona mucho mejor en el vacío, en la duda que no es tal pero da entidad distinta al relato.

    Guzzoni captura el día a día de este personaje completamente desubicado, separado traumáticamente de su esposa e hija, sin amigos ni compañeros, recluido en su apartamento

    con la sola compañía de un perro al que tortura y cuida con mimo a partes iguales. En la relación con el animal quedan bien delimitadas las pautas de este personaje desarraigado y desorientado. No sabremos si se arrepiente o no de sus actos, aunque si lo que le corroe por dentro, el fantasma de un pasado no tan lejano que ha dejado una huella honda tanto en él como en toda la nación chilena.

    Estamos pues ante un ejercicio de memoria histórica no planteado según el ritual clásico de este tipo de relatos. El protagonista no es ni un vencedor ni un vencido, solo alguien para quien pasó su tiempo y busca desesperadamente, aunque sin encontrarlas, respuestas a su situación actual. Guzzoni filma el rito cotidiano y apesadumbrado del protagonista, las cintas que graba pero no envía a nadie, la desesperación nocturna, el pánico que no desaparece, el intento de reencontrarse con los suyos (torturadores, milicos) cuando ese reencuentro ya es imposible porque los tiempos, por fortuna, hayan cambiado, aunque no para ellos.

    El resultado es una película extremadamente política sin ser un filme político a ultranza, un desafío al pasado inclemente a través del presente incierto. No hay pena ni perdón, solo agazapado remordimiento, no tanto por las injustas víctimas cobradas como por la vida completamente rota que ha quedado atrás. No enaltece al fascista, pero mostrándole en su desnudez, le hace aún más vulnerable que en cualquier panfleto fílmico. No habrá paz para los malvados, que diría Enrique Urbizu.

    A favor: la convicción de los actores en personajes que tocan fondo antes de tiempo.

    En contra: la incerteza entre géneros, la acumulación de efectos dramáticos.

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