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    Los chicos del puerto
    Críticas
    3,5
    Buena
    Los chicos del puerto

    ¿Dónde está la tumba de mi amigo?

    por Carlos Losilla

    El anterior largometraje de Alberto Morais, 'Las olas' (2011), se dedicaba a observar a la extraña pareja formada por una mujer convencional en crisis (una sensible Laia Marull) y un anciano empeñado en volver al campo de concentración donde fue encerrado tras la guerra. Su nueva película, 'Los chicos del puerto' (2013), se centra en un adolescente desarraigado y su abuelo, obsesionado con llevarle su guerrera militar a un amigo muerto. Esa tensión entre la juventud y la vejez, entre el presente de un país en ruinas y su pasado sumido en el olvido da lugar a un paisaje moral desolador que, sin embargo, no descarta la esperanza. Por eso 'Los chicos del puerto' es una película sombría y callada, pero también un pequeño gesto liberador.

    De hecho, el único argumento es ese: el trayecto que llevará al muchacho, junto con dos hermanos amigos, a cumplir el deseo del viejo, todo eso a través de un camino solitario que podría proceder de un relato de iniciación pero que en realidad es Valencia, en concreto uno de sus barrios más deprimidos, Nazaret. La zona actúa como metáfora de un país en crisis, moral y económica, y se ilustra mediante edificios destartalados, carreteras desiertas y supermercados aislados, fríos como el cemento del que están construidos. El chico juega con una pelota junto a la vieja pantalla del cine Nazaret, cuyo cartel permanece abandonado en el suelo, y donde crecen las hierbas alrededor de piedras y rastrojos. Y Morais lo filma todo a base de planos largos, en duración y amplitud, que las figuras de los chavales atraviesan una y otra vez, como si no tuvieran otra cosa que hacer que deambular por esos parajes.

    Y quizá sea así. No hay explicaciones de tipo sociológico, ni psicológico, ni nada de nada: solo los niños que caminan, como en una película de Kiarostami, de quien el director parece haber tomado muchos rasgos de estilo, o incluso de Rossellini o Truffaut. Sin embargo, como ya ocurría en 'Las olas', esos pequeños detalles están llenos de una genuina melancolía, y la sobriedad del conjunto es de un exquisito rigor, no cede nunca a tentaciones de ningún tipo ni cae en concesiones espectador, a quien se trata como a un adulto, a diferencia de la mayor parte del cine mainstream de hoy día. 'Los chicos del puerto' es cine de verdad, imágenes de una pureza extrema y también, cómo no, una pequeña fábula sobre la España de hoy, poblada por seres solitarios y abandonados, por adolescentes sin futuro, por ancianos a quienes se les ha arrebatado el pasado y por un paisaje que no ya no es ni rural ni industrial, solo un híbrido estremecedor donde la supervivencia resulta cada vez más difícil.

    A favor: la constancia con que mantiene un estilo de gran pureza cinematográfica.

    En contra: una cierta rigidez, apenas imperceptible.

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