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    Rock The Kasbah
    Críticas
    3,5
    Buena
    Rock The Kasbah

    El americano impasible

    por Carlos Losilla

    Barry Levinson siempre me ha parecido uno de los mejores directores americanos de los años 80 y 90, un finísimo cronista tanto de su Baltimore natal (Diner, Dos estafadores y una mujer, Avalon, Liberty Heights) como del país autista y descentrado que atravesó a trompicones aquellas décadas (Rain Man es una película que todavía espera una revisión en toda regla, como Bugsy y La cortina de humo), por mucho que también sea responsable de algunas ficciones más bien estrafalarias e irresponsables (Acoso, Sleepers, Esfera). A principios del siglo XXI, su estrella se eclipsó y nunca más ha podido regresar a sus glorias pasadas, aunque nunca falta en sus trabajos un toque de distinción, la huella del elegante estilista que siempre fue. Así, creo que La sombra del actor también merecería otra oportunidad, sobre todo a la vista del curioso tándem que forma con Rock the Kasbah, el último de sus largos estrenado entre nosotros.

    Pues parece, en efecto, que a Levinson le ha llegado el momento de reflexionar sobre su oficio, y del actor que encarnaba Al Pacino en su película previa ha pasado sin solución de continuidad al agente musical que interpreta Bill Murray en Rock the Kasbah, un representante del entertainement americano más cutre y cochambroso --al lado del cual Broadway Danny Rose sería un magnate del oficio-- enfrentado a su declive en un delirante viaje a Afganistán, que empieza como una gira suicida de su protegée Zooey Deschanel y termina en las entrañas del reality show a la asiática, a medio camino entre American Idol y La voz. En cualquier caso, Murray es alguien que se ha pasado la vida fingiendo en los clubs de mala muerte de una población cercana a Hollywood y que ahora ve llegado el momento de interpretar su gran papel en el mismísimo centro de las miserias de la globalización. No hay más que pensar en Robert Aldrich y Chicas con gancho, en Billy Wilder y Fedora, o en Vincente Minnelli y Nina, para entender que Levinson está hablando de los recovecos más siniestros de la representación, los flecos más mugrientos del espectáculo, la trastienda de la gran industria americana del espectáculo, que encuentra en Rock the Kasbah su metáfora más apropiada cuando Murray vomita su insólita versión de "Smoke in the Water", el himno absurdo de Deep Purple, ante un corro indiferente de caudillos pastunes.

    La película empieza de manera inmejorable: las escenas entre Murray y Deschanel pintan un panorama desquiciante, generan un humor malicioso al que Levinson no se acercaba desde sus primeras películas -aderezado con la aparición estelar de Bruce Willis en el papel de un mercenario autoparódico- y, sobre todo, ofrecen una mezcla de comedia desastrada y crónica política que podría haberse convertido en un malintencionado comentario sobre la intervención norteamericana en Afganistán, todo ello aderezado con una sugerente banda sonora a modo de pastiche pop. Luego, sin embargo, el guión de Mitch Glazer (viejo colega de Murray en Los fantasmas atacan al jefe) se da la vuelta a sí mismo y todo se convierte en una cansina intriga sobre una muchacha del país empeñada en presentarse al concurso de voces local, al parecer una figura inspirada en la primera mujer afgana que se atrevió a tal cosa, todo ello en presencia de una indiferente Kate Hudson en el improbable papel de una prostituta enamorada del protagonista. Por supuesto, esta segunda parte no está a la altura de la primera y la película se entrega a la caída libre. Pero hay algo que pervive y que hace de Rock the Kasbah una película extraña y desasosegante, en el mejor estilo del Levinson de los buenos tiempos: la agridulce odisea de Murray, héroe a su pesar, deberá figurar a partir de ahora entre las muestras más insidiosas de ese subgénero hollywoodiense que se podría llamar "americanos en un país hostil" y que van de la comedia a la tragedia, del romance a la aventura, de Casablanca a... Good Morning Vietnam, por ejemplo, otra de las películas del cineasta que me atrevería a reivindicar.

    A favor: Bill Murray sostiene todo el armazón de la película con una sonrisa escéptica y unas cuantas réplicas memorables, en su mejor línea.

    En contra: Esa indefinición que acaba convirtiéndola en otra cosa muy distinta a la que parecía al principio, como si un episodio de Louie acabara siendo El club de la comedia.

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